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Crisis del coronavirus

Navidad para mayores de residencias: "Nos da miedo que mi madre se contagie por tenerla un rato en casa"

Imagen de la residencia Senior Centre, en Barcelona.

María tiene 88 años, aunque su voz le denota una jovialidad envidiable. Responde al teléfono el día 22 de diciembre con una sonrisa que se le adivina con cada palabra que pronuncia. El sorteo de la Lotería de Navidad no le está dando demasiadas alegrías cuando descuelga, pero no le importa. "A mí me ha tocado el Gordo con que mis hijos me hayan traído a esta residencia", exclama. Es la Mirasierra de Cercedilla, situada en la sierra de Madrid. Todos los que la conforman —trabajadores y residentes— compartían un décimo y, claro, también la ilusión. "Esperábamos que nos tocara el Gordo, pero bueno, tengo muchísimas amigas", celebra. Para ella es suficiente. Se cogen del brazo y se cuentan "las cosas del pasado y del presente". Y hablan de "los nietos", claro. Y de lo enganchados que están al móvil. Afirma estar donde quiere estar. Tanto, que es clara cuando se le pregunta si hubiera querido pasar las Navidades con su familia. "Uy, no, no, no. Yo no quiero salir, yo lo paso mejor aquí", dice, convencida.

A poco más de 600 kilómetros de allí, otra residente de la Senior Centre de Barcelona, también de 88 años, comparte el mismo sentimiento. "Yo voy a pasar la Navidad en la residencia. Salir no es plan y aquí al menos estoy segura", dice. A ella, además, la Navidad no le hace especial ilusión si no hay "criaturas". "Como en casa no lo voy a pasar, pero dentro de lo que cabe pues lo haré lo mejor posible", explica.

Ambas saben que van a ser unas Navidades diferentes. Dentro y fuera de los centros para la tercera edad, la verdadera zona cero del covid durante la primera ola de la pandemia. Hasta ahora, en las residencias de toda España han fallecido más de 24.500 residentes, la mayoría en Madrid y Barcelona.

El impacto más duro se produjo durante los peores meses de la crisis sanitaria y precisamente por eso el objetivo era que las residencias se convirtieran en una especie de fortines en los que el covid no pudiera entrar durante la segunda ola. Y por eso también se han convertido en una preocupación de cara a las Navidades, cuando previsiblemente las reuniones y los encuentros familiares —aunque limitados—provoquen un aumento inevitable del número de contagios. Por eso se han blindado. O al menos, lo intentan. El Ministerio de Sanidad y las comunidades autónomas acordaron, en el Consejo Interterritorial de Salud, unas restricciones dirigidas a evitar que en enero la resaca de las Navidades ponga en peligro, de nuevo, a los más mayores y vulnerables. A grandes rasgos, se estableció que cuando las personas mayores realicen salidas deberán permanecer en un único domicilio —durante varios días en la mayoría de comunidades autónomas— manteniendo una "burbuja de convivencia estable" y, a ser posible, después de realizar una prueba diagnóstica que deberá repetirse antes de la vuelta al centro.

Pero muchos no saldrán. Agustí Ramón, director del centro barcelonés, y Rocío Pérez Cortés, directora del madrileño, coinciden en que este año tampoco será una anomalía. Habitualmente, dicen ambos, los mayores no pasaban las fiestas fuera. Sí salían algunos días a comer, pero nada más. El delegado del sindicato de enfermería Satse en la Agencia Madrileña de Atención Social (AMAS), coincide. "Ya antes eran pocos los familiares que se llevaban a sus abuelos a sus casas, pues este año lo hará menos gente", dice.

Pero eso no significa, no obstante, que la Navidad sea más triste. Ya antes de la llegada de la pandemia las residencias planeaban actividades especiales con la llegada de estas fechas. Este año, claro, no será menos.

"Habitualmente en Navidad hacemos unos festejos enormes, unas cosas exageradas con los mayores, las familias… Tenemos alrededor de 49 residentes y en esas ocasiones nos juntamos entre 120 y 140 personas en una especie de festival", explica Ramón, que afirma que esos días la residencia "tira la casa por la ventana". "Eso es fabuloso, pero este año no ha podido ser", lamenta. Así que lo han hecho de manera virtual, pidiendo a las familias que enviaran un vídeo "con gracia" para felicitar las Navidades y al que, más tarde, han incluido las felicitaciones de los residentes y de los trabajadores del centro.

Lo que sí que se ha mantenido ha sido la visita de Papá Noel. Todos los años lo hace. Es un residente, dice Agustí, "muy entrañable" que, cada año, espera pacientemente la llegada de ese día para poder sacar a sus compañeros el niño que todavía llevan dentro. "Con estas cosas estamos consiguiendo que se mantenga el estado anímico de los mayores", exclama Ramón.

Por suerte, en Cercedilla también se mantiene. Según cuenta su directora, su nivel de inmunidad es todavía bajo porque el virus apenas ha impactado en ellos. Eso es una suerte. Pero tiene un lado negativo: para seguir así, lo recomendable es que los mayores no salgan. Y así lo harán. Según Pérez Cortés, ni los familiares ni los mayores lo ven adecuado. Pero no pasa nada porque, dice, han preparado "un programa navideño bestial". No es para menos teniendo en cuenta, además, que los residentes recibieron una carta de Papá Noel en la que les pedía ser sus elfos en la localidad madrileña. Rápidamente, claro, se pusieron manos a la obra. Instalaron un buzón en la entrada que, ya el primer día, rebosaba de cartas con los deseos de los más pequeños, lo que hizo que algún residente que otro soltara alguna lágrima de ilusión. 

También han recibido las felicitaciones de sus familiares, han llenado el exterior del centro de luces decorativas y han hecho hasta una obra de teatro. Todo pensado para ir calentando motores hasta que lleguen los días más señalados que, como en Barcelona, no serán como siempre. Tendrán cenas y comidas especiales y, esos días sí, podrán comer dulces y beber hasta una copita de champán o de cava. "Ese día la doctora sí que nos deja, pero un poquito nada más", bromea María, que espera con ilusión la llegada de la Nochebuena, la Navidad, la Nochevieja, el Año Nuevo y Reyes. 

La carga psicológica de estar separados en Navidad

María y su compañera residente en Barcelona no afrontan estos días de una manera demasiado complicada. La catalana, de hecho, afirma que su día a día "es entretenido" y que la Navidad, ya con su edad, no le produce demasiados sentimientos. María, por su parte, insiste en lo mucho que le gustan estas fiestas en su residencia. Allí, dice mientras ríe, nadie le llama "abuela", algo que detesta porque le recuerda la edad que tiene. Allí es María. Y María puede hacer lo que quiera: irse a descansar antes de las campanadas que anuncian el fin de año o antes. Nadie le dice nada. Lo sabe por experiencia porque ya ha pasado tres Navidades en el centro. "Aquí yo soy quien soy. Me levanto por la mañana, me ayudan a ponerme guapa como si me fuera a ir de paseo, charlo con mis amigas...", enumera. Y sus tres hijos —"guapos como lo era su padre"— viven "más tranquilos", celebra.

La parte negativa, más que ellos, la pasan los familiares. Al menos así lo refleja Antonio, hijo de Carmen, otra residente en el centro barcelonés. Ella tiene 93 años y lleva cinco en la residencia. Siempre salía a pasar las Navidades con su familia, pero este año será el primero que lo pase alejada de ellos. Y eso, dice Antonio, lo afrontan "muy mal". Y más ahora, que es cuando Carmen ha empezado a perder capacidades cognitivas. "El último año ha sido terrible. Antes de la pandemia salía cada fin de semana a pasar los días con mi mujer y mis hijos. Lo agradecía mucho y nosotros también. Empezaba a tener algunas recaídas, pero era capaz de percibir el cariño y hablaba con lógica", lamenta. 

Desde marzo la situación ha sido radicalmente diferente. La han visto "muy poquito" y siempre vestidos "de marcianos", con todas las medidas de protección que aconsejaban las autoridades sanitarias para evitar una infección. Ahora, en estas fechas tan señaladas, Antonio tiene miedo de que su madre pueda coger el covid "por querer tenerla un ratito en casa". "Es duro, pero es inevitable", dice, aunque se consuela sabiendo que Carmen no lo sufrirá del mismo modo que ellos. 

Habrá otros mayores con menos nivel de dependencia, en cambio, que sí lo hagan. Manuel Nevado, profesor de Psicología de la Vejez en la Universidad Europea, explica en conversación con infoLibre que a muchos mayores el hecho de pasar las Navidades separados de sus seres queridos "les va a afectar para mal". "Normalmente estas fechas son muy problemáticas siempre porque las familias se enfrentan a la disyuntiva de si sacar a la persona o no de la residencia, pero los que se quedaban lo hacían en centros con festividades muy especiales que ahora ha habido que acotar", lamenta. Y eso provoca, explica, que aumenten los sentimientos de soledad que ya llevan sufriendo desde marzo, cuando echaron el cierre todas las residencias. "Han sido las víctimas predilectas del covid, y está bien proteger el área sanitaria, pero en las residencias se han vulnerado los derechos de los mayores y eso es una realidad", critica.

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Las consecuencias de eso pueden ser terribles. "Todos los seres humanos tenemos varias dimensiones: la física, la psicológica y la social. Si mi soledad es impuesta, psicológicamente me afecta y se transforma en sentimientos de culpa, de ruina personal y de impotencia que pueden ser la puerta de entrada a un trastorno depresivo. Y cuando alguien se deprime puede que deje de comer, afectándose su salud física", dice. 

Salir de ese "círculo vicioso", no obstante, no tiene porqué ser demasiado duro para los mayores, "que tienen muchas más herramientas psicológicas de las que nos creemos". "Tienen una resignación muy importante venida de todo lo que han sufrido y tienen una facilidad casi innata para poder adaptarse a las situaciones cambiantes", explica. 

Este domingo, previsiblemente, los ancianos residentes en centros para la tercera edad empezarán a ser vacunados con las dosis de Pfizer que empezarán a llegar, como un regalo de Navidad, a España. Pasado ese momento, y ya inmunizados, podrán volver a ver a sus familiares sin una mampara que los separe, sin guantes que les impidan tocarse y sin mascarillas que hagan imposible ese beso que tanto tiempo llevan sin darse. En ese momento, la residente de Barcelona, florista de La Rambla en su juventud, volverá a sentir a su hijo. Y María, que siempre ha sido funcionaria, a sus seis nietos. Esta vez sin móviles de por medio. Ella, además, podrá dejar de ver las montañas de los Siete Picos y de la Bola del Mundo por la ventana. Aunque le gusta hacerlo. "Es tan bonito... Mira, justo mientras hablo por teléfono veo cómo pasan las nubes por encima...", celebra. 

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