Librepensadores
Ocio y odio
Desde hace ya años, desde que me jubilé, mi gran problema existencial, como el de la mayoría de los que de pronto pasamos a ser productivamente inservibles, es luchar contra el tiempo, tratar de hacerlo pasar de la mejor y menos dañina manera.
Afortunadamente, soy también de aquella generación a la que se le inculco el culto a la lectura y el amor a todo lo que tenga lomo y hojas escritas (a poder ser sin fotos) de manera que por ahí me voy salvando; pero, a pesar de esa válvula, son muchos los ratos de escudriñar en qué se ha convertido nuestro mundo de la comunicación, ése que nos rodea, que nos influye, que nos condiciona, se convierte en nuestro compañero y del que casi ya nos es imposible prescindir por adicción o por necesidad.
Y tras meditarlo profundamente (unos 3 minutos casi), he llegado a la conclusión confuciana -o platoniana o aristotélica- de que los medios de comunicación y sus provincias, las redes sociales, nos inyectan en vena a diario solo dos tipos de drogas duras, el ocio y el odio.
Las redes sociales que, como muy bien dice un amigo mío, provocador compulsivo en redes y narcotraficante de polémicas, son barras de bar llenas de borrachos a las 5 de la madrugada, son por lo menos democráticas (excepto las granjas de bots de los ultras) porque cada hijo de vecino cuelga las chorradas que le hacen gracia o las que les hacen rabia.
Pero, los medios de comunicación, las televisiones, las radios, los periódicos digitales y de papel, esos que cada día más, excepto honrosas excepciones, están en manos de media docena de fondos inversores, se han plagado de periodistas, tertulianos, comunicadores, opinadores, tronistas, belenes esteban y torerosbelenes esteban cuya capacidad manifiesta es, o chapotear en un ocio cutre -en el que el entretenimiento consiste en descubrir los mil cuernos reales o inventados de famosillos fabricados para usar y tirar- o bien cargarse con mochilas de odio sin cortar del que da colocón de bilis y rabia asegurado; y a base de bulos, calumnias, mentiras, y relatos retorcidos dedicarse a opinar, como jueces dictadores, enmendándole la plana a los de la otra trinchera y repartiendo dianas de tiro al plato sobre dios y su madre.
Hoy, ya nadie en su sano juicio tiene la más mínima esperanza de que los periodistas vayan a dar noticias, informen, no mientan o sean neutrales. Y todos andamos buscando, como yonkis con un mono terminal, tertulias, programas de radio, artículos y columnas que nos den nuestra dosis de odio del bueno, cada cual al narco de su trinchera.
Pero cada vez nos sabe a menos, cada vez tiempos pasados nos parecen mejores, cada vez guerras civiles nos parecen justificables y llenas de colorines y guirnaldas, de manera que andamos todos buscando los camellos tertulianos de Lupara siciliana o Faca albaceteña al cintocamellos que nos vendan las mejores papelinas de odio, rencor y violencia latente.
Y todos contentos.
Los periodistas porque son intocables y se forran con su producto de gran consumo, sin preocuparles que un día se transforme en violencia, porque siempre tendrán la excusa de decir, que ellos, no obligan a nadie a consumir, su odio, ni su ocio.
Los extremistas, esos ciudadanos ambiciosos sin más neuronas que los hombres de las cavernas que son terreno fértil para abonar con estiércol, se inscriben en política y activismos u otras cosas sabiendo que cuanto más mierda, más cosecha para ellos, felices navegando viento en popa hacia cualquier escenario de conflicto, pelea callejera o guerra de plató de TV.
Y de esos barros estos lodos.
Nuestros jóvenes, que aparentemente iban a ser una generación sin objetivos ni orientación, ahora ya saben de forma clara y segura que, nada de estudiar para ingeniero, o cirujano, ni mucho menos científico, saben que si van mucho, mucho, al gimnasio o al cirujano plástico, o al chino que vende bótox y están dispuestos a medio prostituir su vida en TV tiene el pan asegurado como personajillos de la farándula de Jorge Javier Vázquez y sus mil horas de porno-reality, aunque luego rendidos y olvidados terminen en las páginas de servicios sexuales con tarifa vip.
Y para los menos espabilados o con don de gentes de nuestros jóvenes queda también la opción de entretenerse y probar suerte formando en las filas de los patriotas violentos antes llamados neonazis o ultras o extremaderecha y ahora calificados por los vendedores de odio como ciudadanos descontentos, que tras realizar cursos online de YouTube de los vídeos de odio de los periodistas adscritos al lado oscuro del fascismo, se dedican a cazar vagos y desviados.
Y, finalmente, estamos los viejos aburridos, desengañados, frustrados, protestones, cabreados porque ya no se nos levanta el amor propio todos los días. O, los que tienen uniforme del ejército del aire y wasap, que a pesar de que tendríamos que estar más que vacunados de ostias y malas ostias, de cabritos y cabrones que vuelan por el mundo, andamos medicándonos con pastillas venenosas de rabia contra otros que piensan diferente (y como dedicarnos a ver si la Pantoja, el Paquirrín y toda la troupée del circo poligonero ya no nos calma el reuma de las gonadas), nos dedicamos a recoger odio por los contenedores de desperdicios de los medios de comunicación y a consumirlo como si fueran trufas de chocolate o lionesas de nata.
Total, y para no seguir columpiándome por las ramas, que a estas alturas ya no me queda nadie sano, leyendo esta parrafada; que o lees titulares tendenciosos, columnas incendiarias, o ves tertulias políticas televisivas y terminas con ganas de salir a la calle con machete y espíritu de jíbaro a cazar cabezas de otros o te sientas en plan drogata de polígono de extrarradio espatarrao en el sofá esperando la muerte a “meterte” horas del Salvame Deluxe o los mil concursos de gente que canta durante 22 segundos sin que les hagan puto caso y luego desaparece del mundo para siempre. Ocio y odio.
Josman Buisan es socio de infoLibre