Igualdad

La cultura de la violación, el 'concursante' que acabó colándose en 'La Isla de las Tentaciones'

Carlos Algora, participante de 'La Isla de las Tentaciones'.

La tercera edición de La Isla de las Tentaciones llegaba a Telecinco a finales de enero prometiendo horas de entretenimiento en torno a uno de los asuntos que mayor interés despierta en el público: las relaciones afectivas. Parejas heterosexuales en crisis, una isla paradisíaca y un puñado de solteros cuyo objetivo es el de seducir a los concursantes. El éxito estaba asegurado: el programa venía de arrasar desde su estreno hace ahora un año, con una audiencia siempre en torno a los tres millones de espectadores. Este miércoles, sin embargo, la detención de uno de los concursantes por un presunto abuso sexual, Carlos Algora, ha sacudido los cimientos del show televisivo. Las críticas en redes sociales han sido rotundas y los dardos no han ido únicamente dirigidos al presunto agresor, sino que han cuestionado el consumo acrítico de contenidos que alimentan los estereotipos de género.

Carlos Algora fue detenido este miércoles por la Guardia Civil de Canarias, según adelantaba El Confidencial. El presunto delito: abuso sexual en grupo. Junto a él, otros dos hombres fueron arrestados en Sevilla. El juzgado de guardia de Las Palmas de Gran Canaria ordenó a última hora libertad provisional para Algora, imputado por presunto abuso sexual, según informó el Tribunal Superior de Justicia de Canarias. Como medidas cautelares, el magistrado ordenó la retirada de pasaporte y la obligación de comparecencia semanal, informa Europa Press.

La víctima, una joven francesa, denunció el pasado mes de febrero el supuesto episodio de violencia sexual, cometido en una fiesta ilegal en plenas restricciones por la pandemia en un chalé del municipio madrileño de Colmenarejo. Los hechos apuntan a un abuso, no a una agresión sexual, porque no medió violencia ni intimidación: la joven sospecha que pudieron haberle drogado con burundanga, pues se encontraba en un estado de semi inconsciencia. Un extremo clave e íntimamente relacionado con la futura Ley de Libertad Sexual, que prevé eliminar la dualidad entre estos dos delitos.

Aunque el programa se emite actualmente, el concursante no mantiene ya ninguna relación con la cadena ya que fue grabado hace meses. Es una de las grandes diferencias respecto al presunto abuso que marcó al programa Gran Hermano, hace algo más de tres años, cuando el concursante José María López habría abusado en directo de su pareja, Carlota Prado. Entonces, el delito no sólo ocurrió dentro de la casa, sino que el programa obligó a la víctima a revivir el trauma mostrándole las imágenes y negándole acompañamiento. El caso, pendiente de juicio, condujo a que firmas de prestigio retirasen los acuerdos publicitarios con la cadena durante la emisión de ese programa.

Si bien esta vez los acontecimientos son distintos, tanto Mediaset España como Cuarzo Producciones se han apresurado a anunciar la decisión de eliminar la presencia del acusado en el programa "hasta que la investigación concluya". "Manifestamos nuestra condena y tolerancia cero ante cualquier tipo de agresión sexual, situaciones que lamentablemente aún se producen en nuestra sociedad", subrayaron en un comunicado difundido este miércoles. Pero quedan algunas incógnitas: ¿hasta qué punto los valores que transmite La Isla de las Tentaciones constituyen mero entretenimiento? ¿Cuáles son sus consecuencias en el mundo real?

El programa se sustenta sobre varios ejes, profundamente atravesados por roles de género. Cinco parejas heterosexuales acuden al enclave para poner a prueba su relación. Enseguida se separan: los hombres conviven en una villa con varias mujeres solteras y lo mismo hacen las chicas. Ambas partes tendrán que lidiar con la tentación, representada por hombres y mujeres jóvenes que pelean por seducir a los concursantes. Todos los movimientos en las villas están custodiados por las cámaras, cuyas imágenes resultantes –habitualmente descontextualizadas– serán expuestas a las parejas. El resultado de la maniobra es claro: se desata el pánico y se da rienda suelta a los celos, las dudas y la inseguridad.

"Ningún entretenimiento es banal"

De inocente, nada. Con estas palabras se expresa Emelina Fernández, doctora en Comunicación Audiovisual y expresidenta del Consejo Audiovisual de Andalucía. Sabe bien de lo que habla: el organismo que dirigió ha estudiado de cerca el contenido de programas como este y su evolución en el tiempo. "Están siempre jugando a ciertos límites, buscan situaciones extremas para que se produzcan acontecimientos que den audiencia", señala. Ni el contenido es trivial, reitera la experta, ni las pruebas de selección de los participantes lo son.

Para la periodista Montserrat Boix, La Isla de las Tentaciones no sólo representa "un mal modelo", sino que evidencia la existencia de un "grave problema en los medios de comunicación". Esencialmente en lo que respecta a la representación de las "relaciones de los jóvenes", ligadas a "situaciones muy problemáticas". Habla, por ejemplo, de valores como el control en las relaciones de pareja, circunstancias que "se frivolizan sin trabajar en sus consecuencias desde una perspectiva de género".

Beatriz Gimeno, directora del Instituto de las Mujeres, entiende que "ningún entretenimiento es banal", sino que está "inserto en una cultura y transmite valores". Esos valores, continúa, pueden ser proyectados de una "manera más intelectualizada" o pueden llegar a través de lo que llamamos entretenimiento puro y duro. Aunque la cadena no tendría responsabilidad en el presunto abuso sexual cometido por el concursante, sí es responsable de los contenidos que trasmite. "La cadena no combate los estereotipos sexistas, los transmite", puntualiza Gimeno.

Detrás de las pantallas, se encuentra un público mayoritariamente joven, con un porcentaje de fidelidad del 70% entre las personas de trece a veinticuatro años. Gimeno subraya que no se trata de juzgar a los telespectadores, sino de "ser capaces de generar una conciencia crítica respecto a estos valores, ya no sólo la cultura de la violación, sino los traumas, las inseguridades, la dictadura de lo físico y la idea de pareja". Todo ello, observa la experta, no está en consonancia con la conciencia feminista que está emergiendo en los últimos años. Mientras las chicas jóvenes claman contra los mandatos del amor romántico, la televisión apuntala el mito de la media naranja.

En el mismo punto se detienen las demás voces consultadas. Boix tilda el actual de un "momento histórico" con una conciencia feminista cada día más marcada. Sin embargo, añade, "los medios no han reflexionado con seriedad sobre la capacidad de respuesta". Tampoco hay protocolos, dice la periodista, sobre la forma en que las cadenas deben proceder ante casos de este tipo.

Todo este entramado forma parte de la cultura de la violación, un concepto acuñado por el movimiento feminista en los años sesenta y que guarda relación con "una forma de violencia simbólica que tiene un efecto sedante, porque al estar tan aceptada pasa desapercibida por la inmensa mayoría", como explicaba en un reportaje publicado por este diario la doctora en estudios de género Bárbara Tardón. Esta cultura es a su vez "la que permite que la violencia directa se produzca", pues se configura como "base ideológica del ejercicio de la violencia sexual". Las expertas sostienen precisamente que existe una cultura de la violación "porque la sexualidad que se construye para los hombres" se basa en relaciones desiguales donde la mujer asume, de forma más o menos sutil, un papel de sumisión frente a ellos.

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Vigilar, regular y educar

¿Debe existir un control sobre el contenido de las televisiones? En la actualidad, comunidades como Andalucía, Navarra, Cataluña y Valencia cuentan con consejos audioviduales. Pero no existe a nivel estatal, lo que supone una anomalía en la Unión Europea. El Instituto de las Mujeres sí cobija un Observatorio de la Imagen, organismo al que la población puede hacer llegar quejas relativas a la publicidad y los medios de comunicación. Gimeno reconoce que obligar a los medios a abordar o abandonar determinados contenidos es complejo, pues entra dentro de la libertad de los creadores. Sin embargo, matiza, "hay posibilidad de hacer convenios con cadenas" para amarrar el "compromiso de fomentar otro tipo de valores, modelos y códigos de autorregulación".

Además de ello, existe otro límite: el perfilado por las leyes. El problema aquí, expone Emelina Fernández, está en los "conceptos jurídicos indeterminados". La Ley Audiovisual de 2010 sanciona todo contenido que utilice "la imagen de la mujer con carácter vejatorio o discriminatorio", conceptos que a juicio de la comunicadora "a veces son difíciles de perseguir". A su entender, los poderes públicos deberían ser capaces de impulsar un "organismo independiente con suficiente legitimidad democrática y moral para decidir" sobre determinados casos, algo así como el Consejo Audiovisual de Francia, "con resoluciones muy potentes sobre contenido". En España, lamenta la experta, el riesgo de abordar esto es que "inmediatamente se habla de censura".

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