Plaza Pública

Con ilusión o desencanto, pero votemos

El candidato de Podemos a las elecciones del 4M, Pablo Iglesias.

Jesús Montero

Este otoño hará cuarenta años que vine a Madrid. Tengo grabada la fecha porque fue cuando Joan Manuel Serrat volvió a cantar en TVE, desde su censura franquista en 1968. Llegué con la miel del gobierno de la unidad de la izquierda en el Ayuntamiento de Madrid (PSOE-PCE) y pronto conocería el sabor de la derrota. Menos mal que nos quedaba la movida madrileña y la Fiesta del PCE, recién estrenada la mayoría de edad con 18 años. De hecho, aquella noche de viernes, el 16 de octubre de 1981, después de cenar en la pensión de San Bernardo y ver el concierto Música Maestro, mi amigo Miguel Cuadrado y yo salimos de marcha por Malasaña.

Cinco años después fallecía el viejo profesor y Juan Barranco asumía la Alcaldía de Madrid, que perdería en 1989 a manos de la moción de censura del Ciudadano Sahagún y la recién refundada Alianza Popular. El presidente regional Joaquín Leguina pudo sobrevivir a la misma operación, gracias al tránsfuga Nicolás Piñeiro, jefe de la primera versión del “partido de los fresones de Aranjuez”, a falta de anchoas madrileñas –a mí me pasa con el regionalismo como a Dalí con la religión, que decía no creer en “la verdadera” como para comulgar con versiones sucedáneas –.

En la siguiente legislatura (1991-1995) se logró una mayoría parlamentaria de izquierdas en la Asamblea de Madrid, pero no hubo gobierno de coalición PSOE-Izquierda Unida. El PSOE de las Olimpiadas y la Expo prefirió de aliado al banquero Pujol y no al comunista Anguita, ¡pardiez! Finalmente, en 1995, Alberto Ruiz-Gallardón obtenía la primera mayoría absoluta en la Comunidad y desde entonces, ininterrumpidamente, la derecha ha gobernado, Tamayazo dios mediante, siendo los sucesores de Gallardón encarcelados, imputados o juzgados, y aún está por ver el futuro judicial de la presidenta Ayuso por el caso de las residencias de mayores en la primera ola de la pandemia.

En 1996 vendría la “derrota dulce” de Felipe González y, también, la cima electoral de Izquierda Unida, aunque nunca tuvo más porcentaje de voto ni más escaños que el PCE-PSUC de 1979, para a renglón seguido entrar en fase de entropía. Es lo que, a partir del vocablo griego pan he denominado el “pánico electoral” de los comunistas: en cuanto se alcanza el 10% hay que expulsar un poquito porque no puede ser que se crezca electoralmente, salvo por infiltración burguesa. Este pánico es parejo al “pánico ideológico” de la socialdemocracia, que huye despavoridamente de todo aquello que suene a valores e ideología; y también parejo al “pánico organizativo” del trotskismo, que en cuanto son más de dos tienen que organizar una nueva tendencia. Cosas de las izquierdas, para regocijo de las derechas.

En estas décadas de hegemonía conservadora en la región y en la capital sólo hubo una jornada electoral feliz, cuando el asalto municipal a los cielos con la candidatura de unidad popular y ciudadana Ahora Madrid. Esta vez sí se pudo, gracias a la fuerza electoral de Podemos en aquel 2015 de la marcha del cambio, el liderazgo de Manuela Carmena y la unión de todo lo que se movía en la villa y corte madrileña del 15M –incluso IU estuvo empotrada en la candidatura y compitió electoralmente frente a ella–. Poco dura la alegría en casa del pobre, porque 4 años después volverían las derechas al gobierno capitalino.

Este rápido repaso me lleva a dos conclusiones. La primera es la responsabilidad principal del PSOE en el gobierno de la derecha estos 30 años porque es el partido mayor en la izquierda; a ver si encima van a tener más responsabilidad las fuerzas menores a su izquierda. La segunda conclusión, que relativa a estas últimas también afecta al PSOE, la expresa muy bien un viejo refrán de la izquierda argentina: “Las disputas de la izquierda son como los perros de los mataderos: se pelean por las achuras, mientras el abastecedor se lleva la vaca". Pude comprobarlo personalmente de 2015 a 2017 y a distancia los dos años siguientes. Y lo compruebo ahora con las declaraciones en campaña de ministras y candidaturas centradas o transversales que se arrogan moderación y esparcen descalificaciones –unos tienen la fama y otros cardan la lana–. Pelear por las vísceras tiene como consecuencia que la ternera se la lleva la derecha.

A pesar de los pesares, la convocatoria de 2019 no se presentaba mal. Carmena había consolidado su liderazgo transversal y los planes del Gobierno municipal iban saliendo adelante con más participación y menos deuda, con más calidad del aire y menos urbanismo a la carta de especuladores, con más igualdad y diversidad y menos exclusión... No era el socialismo, pero sí un Madrid del común y sin corrupción, lo que no era poco después de años y años de gobierno del PP. Por otra parte, en 2017 el debate interno de Podemos se saldó democráticamente y, por primera vez, las diferencias internas no se resolvían con expulsiones, sino ofreciendo a Íñigo Errejón la baronía madrileña con un buen número de liberados para preparar su candidatura a la Comunidad de Madrid en 2019 –algo, por cierto, de lo que ya se habló el 1 de junio de 2014, y que provocó la primigenia ruptura de Pablo e Íñigo; dos jóvenes, entonces, sobradamente preparados, que juntos se multiplican y separados menguan–.

La meta de revalidar el Ayuntamiento y conquistar la Comunidad subió enteros cuando Carmena anunció en septiembre de 2018 su voluntad de presentarse a la reelección. Pero, entonces, entró en acción el círculo de confianza del secretario general de Podemos para irresponsablemente querer cobrar a corto el valor de sus acciones en el parqué municipal en lugar de colocar nuevas piezas y esperar el momentum oportunomomentum –la prisa mata, habibi–. De todas maneras, hubiera sido anecdótico el empecinamiento de la dirección de Podemos con aquellas primarias de chirigota si el 21 de diciembre de 2018 Carmena y Errejón no hubieran tomado la decisión de fracturar Podemos y dividir el electorado de Ahora Madrid, hasta entonces agrupado, desatando la alegría de adversarios y el orgasmo de sectarios.

Errejón no fue expulsado por mucho que lo pregone en entrevistas, como igualmente tampoco Juan Carlos Monedero se quitó de la candidatura en 2015 para dar paso a Carmena. ¿En qué realidad paralela viven los dirigentes políticos de izquierdas que se inventan ésta para adornar su currículum, disfrazándose de víctimas o de generosos? El brillante Errejón hizo una operación fraccional de manual. Es legítimo optar por nuevas formaciones políticas; pero hay formas y formas de hacerlo, y las empleadas en este caso fueron muy malas artes. Confieso no haber esperado de la exjueza que a su edad se hiciera descuidera para querer quedarse con el botín de Cibeles, al modo Gollum.

En todo caso, los resultados de 2019 demostraron que fue una pésima operación: no se revalidó la Alcaldía y no se conquistó la Comunidad. En la empresa capitalista el tándem electoral hubiera sido despedido por su cuenta de resultados; en la cultura democrática lo suyo es dimitir y reconocer el error de la operación. Sin embargo, la pareja intergeneracional sacó pecho por su “derrota dulce”. Incluso Carmena, como aquel veterano estalinista que decía “te voy a hacer tu autocrítica, camarada”, le hizo la autocrítica a Pablo Iglesias por su derrota, cuando ella había expulsado de la ecuación a Unidas Podemos al rechazar el acuerdo alcanzado por Irene Montero y Marta Higueras una tarde de enero de 2019, la víspera del quinto aniversario de Podemos. Estupefacto quedé ante el harakiri de 2019 y aún estoy atónito con la falta de humildad para reconocer el error.

La noche electoral del 25 de mayo de 2019 volvieron a brindar en los reservados de Madrid, mientras lágrimas y rencores fluían en los cuarteles generales de la implosionada nueva izquierda matritense, y desolados ante el televisor de nuestras casas los votantes nos fuimos a dormir, que al día siguiente había que trabajar. En Ferraz ni una cosa ni la otra; la nada. Como si con ellos no fuera lo de Madrid. A veces pienso que el PSOE hace con Madrid como hacía con Euskadi en los ochenta: lo da por perdido y se conforma, mientras siga gobernando el BOE y, en este caso, los ayuntamientos del área metropolitana de Madrid.

La oportunidad de 2019 se malogró, y hoy ante la Ayusada no estamos mejor que entoncesAyusada. El subjetivismo de la izquierda, hacedor de lo mejor y responsable de lo peor, nos hace convertir en virtud la necesidad. El salto de Iglesias al coso madrileño ha sacudido el escenario previsto; no tengo espacio aquí para analizar su doble decisión de dar el relevo estatal y asumir la batalla de Madrid, pero sin duda su gesto alimenta la esperanza. Me hubiera gustado un Compromís de Lavapiés, porque soy muy fan de la chilena Unidad Popular y siento envidia del Frente Amplio uruguayo; sé lo compleja que es la gestión de esos procesos, pero también que simplifica la decisión de los electores, y sabemos desde 2015 que la unión mueve montañas más allá de la suma aritmética electoral. También, claro, me hubiera hecho ilusión votar el tándem Pablo-Mónica o Mónica-Pablo. No pasa res, habrá reagrupamiento más tarde o más temprano, lo he visto antes entre eurocomunistas y prosoviéticos y lo he visto en la huerta valenciana, como para no verlo en este caso más adelante.

Ahora toca derrotar a la derecha y a la extrema derecha. Ahora toca echar al PP privatizador de la funeraria municipal en 1992 por 0,60 € en lugar de los 7,4 millones de euros según sentencia condenatoria de 2008, y de la vivienda pública municipal y regional en 2013, sin que la presidenta ni el alcalde hayan cumplido con la sentencia judicial que les permitía recuperar este bien público. Ni nicho ni techo, si no pasas por caja, es el modelo de gobierno de los genoveses. Ni salud ni empleo es el resultado del año de pandemia y la barra libre en Madrid. La presidenta no ha sido capaz de aprobar los presupuestos y la única ley aprobada es una nueva ley del suelo, supongo que asesorada por la arquitecta sin papeles de Vox. De qué gestión presumen, como no sea de bajar los impuestos a los ricos y de que paguemos a escote con nuestros impuestos los uniformes de los colegios privados de “las casitas del barrio alto”.

Un proyecto "imperial" para Madrid

Un proyecto "imperial" para Madrid

Hoy, 40 años después de llegar a Madrid, no voy a decir lo de “la madre de todas las campañas electorales”, pero desde luego el 4M nos jugamos algo más que el gobierno de la Comunidad. No me hago ilusiones, visto lo visto, pero por mi abstención no será. Hay que votar por filas y columnas. Que no nos tengan que reprochar algo parecido a lo que Nanni Moretti exigía a D’Alema frente a Berlusconi en Aprile: “Di algo de izquierdas, di algo progresista, di algo con sentido cívico, di cualquier cosa, D’Alema, reacciona”. Pues eso, toca reaccionar y votar con ilusión o con desencanto, como yo, pero votemos Unidas Podemos, o Más Madrid o PSOE, por los clavos de Cristo. Hagamos de las urnas nuestras barricadas. Hagamos de estas elecciones una insurrección democrática ante el mal gobierno. Hagamos de Madrid una nueva Comuna de progreso. Los madrileños y las madrileñas merecemos un gobierno decente y necesitamos un gobierno de coalición como el de España. En el resto de las comunidades autónomas esperan que lo logremos. No defraudemos a nuestros compatriotas y echemos con nuestro voto a los vendepatrias, como hace siglos, este 4 de mayo.

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Jesús Montero fue secretario municipal de Podemos Madrid de 2014 a 2017.

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