Igualdad
"Mi niño me dice que es una niña": historias de menores trans y sus familias
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Son cosas de niños. Una etapa, un juego. Ya pasará. Son algunas de las reacciones que se instalan en las familias de menores trans cuando sus pequeños expresan la que dicen es su verdadera identidad. Los padres se enfrentan a sus propias contradicciones, enmiendan sus más firmes creencias, cuestionan el significado de los roles de género que han guiado sus vidas y a duras penas son capaces de resolver los interrogantes que emergen cuando una vocecilla pronuncia las palabras "yo soy una chica" o "yo soy un chico". En medio de un debate profundamente enquistado en torno al derecho de autodeterminación de género, especialmente en cuanto a menores se refiere, hablamos con familias que han pasado por ese proceso.
Ander reconoce cierto alivio al recordar que, incluso antes de que su hijo expresara su identidad, tanto él como su mujer partían con algunas nociones previas. Hace unos años ambos vieron a través de internet una charla sobre menores trans, con la curiosidad de quien asiste a realidades del todo desconocidas hasta el momento. Pero la pareja no pensó jamás que aquello iba a echar a andar entre las propias paredes de su casa. "Nuestro hijo no ha sido nunca ni muy de fútbol, ni muy de muñecas: hacía lo que le apetecía en cada momento", dice el padre al otro lado del teléfono. Según va creciendo, el niño protagoniza algunos episodios que llaman la atención de sus progenitores. Hasta que un día el pequeño dice ser feliz, con un pero: le gustaría ser chico. "Pensamos que podía significar que quería ser chico para poder hacer lo que hacen los chicos sin que nadie le dijera nada", pero de facto eso ya era así. Aquello que los padres leyeron como deseo de su hijo fue haciéndose más fuerte conforme pasaba el tiempo.
Nahikare y su pareja arrancaban, en cambio, sin el colchón del conocimiento previo. A ellos eso de las personas trans les sonaba más bien a "marginalidad y farándula". Así que el aprendizaje tuvo que acelerarse cuando su niña, a la edad de cuatro años, empieza a dar señales que ellos interpretan como inequívocas. "Ella desde muy pequeña empezó a decir que era como mamá, no como papá. Nosotros le decíamos que todos somos iguales y que los chicos y chicas hacemos las mismas cosas", relata la madre de 36 años. El momento clave lo tiene grabado Nahikare en la retina. Fue un fin de semana en una casa rural, con otras familias, en el que la pequeña se pasó el día disfrazada con pelucas y tutús. "Y feliz, pero feliz de la vida", dice. Cuando volvió a casa, aquel estado decayó: "Estaba triste, decía que no le gustaba su ropa e insistía en que ella era como mamá".
"Mi niño me dice que es una niña"
Con las primeras señales, Nahikare y su pareja se vuelcan en escudriñar vía internet la información de la que carecían. ¿Cuál fue la búsqueda? "Mi niño me dice que es una niña", evoca la madre entre risas.
Tanto Nahikare como Ander canalizan las preguntas y las muchas dudas a través de colectivos que les aconsejan escuchar y acompañar. En el caso de Ander, el momento clave llegó en el confinamiento, cuando su hijo de ahora siete años dice claramente "yo soy un chico". Ander y su familia tratan de indagar: "¿Por qué sabes que eres un chico?", interpelan. "Porque lo sé", responde el niño. "Entonces yo mismo me pregunto por qué soy un hombre y tampoco soy capaz de encontrar una razón", comparte el padre. Así que lo acepta. Su familia decide no cuestionarlo, no oponerse y simplemente trata de dar salida a sus necesidades.
En la comunicación al entorno, ambos presumen de la aceptación por parte de los mayores y de la naturalidad con la que lo asumieron los más pequeños. ¿Y las dificultades? Al recordar el proceso, los dos parecen esquivar la parte más sombría. Pero enseguida aclaran que sí, que hubo rechazo, hubo dudas y hubo llantos. "Hemos pasado muchas noches llorando y hablando de cómo va a ser su vida y si será feliz, eso también está", reconoce Ander. Su mayor miedo, confiesa, tiene que ver con la vida que le espera a su hijo. "Pero hemos tenido que salir del escenario del drama y de la pena porque no nos llevaba a ningún lado".
A ninguna de las familias les preocupa que sus hijos puedan estar pasando por una fase, aunque expresan grandes dudas de que vaya a ser así. "Si lo es, le diremos: qué bonita fase tuviste", reflexiona Ander. "Lo que más me angustia es que creo sinceramente que la sociedad no va a ser capaz de aceptarte tal y como es hoy" y eso generará a su vez angustia en el propio chico. "Entonces habrá que recurrir posiblemente a tratamientos para modificar parte de su cuerpo", cree el padre, quien se apresura en aclarar que le "encantaría que pudiera ser quien es y que viviera su cuerpo como suyo". En realidad los temores que asolan a los padres son los mismos que los de cualquier otro: "Miedo al rechazo y a que le hagan daño", comparte Nahikare. Su niña tiene ahora seis años y ella sabe los obstáculos que le esperan en relación a su cuerpo. Es consciente de "que no va a tener un bebé en la barriga, pero sabe que puede ser mamá de muchas maneras", dice. La respuesta al dilema que se anuncia, continúa la madre, no será otra que dejarlo en sus manos. "Le daremos información de lo que le va a pasar, le diremos cuál es el desarrollo normal del cuerpo y las alternativas. Y aceptaremos su decisión".
Igual que la aceptaron los padres de Kimetz, un joven trans que acaba de cumplir la mayoría de edad. Él se reconoció como chico a la edad de quince años, pero dice saberlo desde al menos los seis. "Pensaba que estaba loco", reconoce en conversación con este diario. Una vez empieza a indagar y a introducirse en el activismo LGTBI, encuentra su lugar y le "cambia la vida completamente". La reacción de sus padres fue la de apoyo incondicional, igual que el resto de su familia: "Mi abuela y sus amigas se lo toman súper bien y hasta son abanderadas de la causa". El paso más duro fue el de iniciar los tratamientos médicos: primero la toma de anticonceptivos para frenar la menstruación, después las hormonas y hace algunos meses, la mastectomía. "Siempre tienes la duda, te preguntas si en algún momento te arrepentirás, pero hay que arriesgarse y en mi caso es algo que siempre he querido". Fue el primer trans en su instituto y tres años después ya hay otras siete personas. "Cuanto más se normalice, más casos van a aparecer porque la gente va a perder el miedo", clama.
La mirada de los profesionales
Las familias de menores trans asisten desde el plano personal a un fenómeno que actualmente es objeto de un enquistado debate, el de la autodeterminación de género. Hay razones para la cautela cuando se trata de menores. Según un estudio elaborado en 2018 por la Asociación Española de Pediatría, "la constitución de la masculinidad o de la feminidad es el resultado de un proceso que se va fraguando en interacción con el medio familiar, social y cultural", por lo que si "entendemos a los niños y a las niñas como personas en desarrollo, dependientes de su entorno, con una marcada plasticidad psicológica y donde la identidad de género puede no ser siempre inmutable", se torna fundamental "actuar con prudencia, evitar la precipitación y creación de estereotipos, respetar los ritmos que cada persona necesita y aprender a vivir con la incertidumbre".
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Los autores estiman que "la falta de evidencia científica acerca de cuál es el mejor interés del menor obliga a ser muy prudentes" en el manejo de los casos y se pronuncian "a favor de retrasar al máximo los tratamientos que tengan consecuencias irreversibles". El objetivo es evitar casos como el de Keira Bell, una joven británica que se sometió durante la adolescencia a un tratamiento para su disforia de género. Después de realizarse una mastectomía irreversible y arrepentirse, la mujer denunció a la clínica y ganó la batalla judicial.
En la necesidad de investigaciones sólidas se detiene también Aingeru Mayor, sexólogo y autor del libro Tránsitos (Bellaterra, 2020). Todo estudio, estima el experto, debe partir de un conocimiento sobre las realidades trans y el papel de los roles de género. "La bibliografía existente mezcla la transexualidad con los comportamientos de género no normativos: no es lo mismo un niño trans que un niño femenino, no es lo mismo decir 'soy una niña' que decir 'me gustaría ser una niña para que me dejen en paz'". Los estudios que hablan de una tasa de desistimiento de hasta el 85% –menores que se reconocen como trans pero más tarde se arrepienten– parten de esa confusión, opina el sexólogo.
Isabel Esteva es endocrinóloga. Aunque ya jubilada, cuenta con una experiencia en la materia superior a los veinte años y ha coordinado durante diez el grupo nacional sobre identidad y diferenciación sexual GIDSEEN. La profesional se expresa siempre a favor de la cautela: "Llevamos más de veinte años estudiando este asunto en adultos, pero en menores empezamos a ver casos hace menos de una década", cuando surgen las primeras leyes trans autonómicas. Esteva confía en el análisis científico, pormenorizado y sin prisas. Respecto a los menores, la endocrinóloga llama a la prudencia: esperar, observar y estudiar cada caso para encontrar respuestas. Lo adecuado es el "manejo desde la inteligencia emocional", afirma, porque "acompañar no impide ser reflexivo y crítico".