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Aquí me cierro otra puerta

Los pobres son malos

Quique Peinado nueva.

En unos meses se reeditará Futbolistas de Izquierdas, un libro que escribí hace años y que saldrá con un par de capítulos nuevos que estoy escribiendo ahora. ¿Es acaso el arranque de esta columna una publicidad más o menos encubierta de esto? Sí y no. Pero vamos, que aquí queda la cuña.

Uno de esos capítulos nuevos cuenta la historia de Ainhoa Tirapu, exportera de la selección española y del Athletic de Bilbao. En el periplo de su vida, le pregunté cómo fueron las negociaciones con la patronal del fútbol femenino para lograr el estatus de profesionales para las jugadoras. Entre las muchas miserias que me contó, me dejó especialmente impresionado una. Una conversación en la que un miembro de la patronal se negaba a añadir una cláusula al convenio que decía que se renovaba automáticamente por un año el contrato de una jugadora que se quedara embarazada. La cantidad mínima, 12.000 euros brutos al año (un contrato que se puede firmar en la liga, con jornada del 75%), es decir, menos del salario mínimo interprofesional e, insisto, solo por un año. La razón, decía aquel señor, que habría "una avalancha de jugadoras quedándose embarazadas" para aprovecharse de semejante oferta: tenga chiquillos en medio de su carrera profesional en el fútbol por una paga de subsistencia durante 12 meses.

Luego leí un magnífico artículo en El Confidencial sobre el divorcio, en el que se contaba que, exactamente igual que cuando se aprobó la ley del aborto, antes de legalizarse se consideraba que iba a haber un tsunami de matrimonios rotos (algunos expertos lo cifraron en 500.000 al año siguiente; fueron 21.000) por aprobar la ley. También, insisto, las mujeres iban a abortar en masa. Ni que decir tiene que aquellos señores también pensaban que iban a ser ellas las que acabaran con la sacrosanta institución de la familia.

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Siempre las mujeres bajo sospecha, como cualquier colectivo oprimido que conquista un derecho, de hacer un uso indebido, aprovechado y malvado de sus derechos a costa de "quitarle" capital, humano o espiritual, a la clase dominante. Siempre.

No se cuestiona, sin embargo, el uso mezquino que se hace de la acumulación de la riqueza o, simplemente, que el hecho de que una persona pueda tener uno o 15 coches puede destruir el planeta. El discurso se basa en que el pobre se aprovechará de todos los derechos que le des porque es intrínsecamente malo. Mientras que al capital y al consumo hay que darle toda la manga ancha posible porque es un bien en sí mismo y quien lo detenta da trabajo y crea riqueza; está tan asumido que es ley. El niño que migra solo a España viene a aprovecharse de nosotros, nos cuesta dinero y delinque y viola. Casi cada colectivo que está jodido tendrá tras de sí la sombra de la sospecha solo por serlo.

Decir que los pobres y los oprimidos son malos, que quienes reclaman derechos lo hacen para aprovecharse de quienes ya los tienen o que los colectivos que conquistan parcelas de dignidad e igualdad son peores que los que los tienen todos y vienen a atacarlos, es un manual que lleva escrito desde el principio de los tiempos. Romperlo social y políticamente debe ser una labor ineludible de cualquier progresista. No, los pobres no son malos, ni las mujeres, ni los que llamáis menas. Hay que defenderlo con la misma firmeza que argumentan lo contrario los que solo quieren que su privilegio no se toque.

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