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Educación

Los mitos de la "mano dura" en educación sobreviven a las pruebas de su fracaso

Un aula recogida en un colegio público.
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El tuit de Isabel Díaz Ayuso iba en la mañana de este viernes por casi 4.000 retuits, más de 1.200 citas y 13.600 me gusta. Es un éxito rotundo, incluso en la escala de la presidenta madrileña, maestra en el arte de acaparar atención.

Por comparar, su desabrida respuesta a una amenaza de denuncia de Santiago Abascal por el pasaporte covid, en teoría un asunto más candente, se quedaba muy por debajo: 1.000-360-5.400. ¿Qué ocurre? Que Ayuso había tocado un tema radicalmente popular, de los que levantan pasiones y trazan líneas divisorias entre los que tienen toda la razón y los que no tienen nada, un tema del que todo el mundo sabe o cree saber y que nos retrotrae –a veces, engañosamente– a la adolescencia, permitiéndonos reivindicar nuestra propia experiencia. Ese tema es la educación. Ayuso insertó además su reflexión en un enfoque hoy en boga, mezcla de reivindicación de un idílico pasado de dudosa existencia –en el que los alumnos se esforzaban y de verdad aprendían, el mérito era recompensado y la pereza castigada– y desdén hacia un presente en decadencia en el que los dieces se regalan, los padres mandan sobre los maestros, los chavales creen que que el éxito y el fracaso no existen y aprender es cosa del pasado porque ahora toca jugar.

Es relevante que Ayuso –junto con su consejero Enrique Ossorio– haya izado con tal convicción esta bandera, que incluye una banda de rechazo hacia los discursos pedagógicos que postergan la memorización. El PP de Madrid no es cualquier PP: lleva más de 20 años ejerciendo de laboratorio de experimentación educativa de la derecha española, que ha perfeccionado allí conceptos fetiche como la "libertad de elección". Pablo Casado, presidente del PP, que gobierna cinco comunidades, se mueve en las mismas coordenadas: repetir con suspensos "es como dar de alta a los enfermos", dice. No obstante, el calado de este mensaje va mucho más allá del PP y sus contornos. Es, coinciden los especialistas consultados, una idea de gran tirón popular, mediático y editorial, que condiciona un debate público viciado por la polarización.

Aparte de bastantes comentarios de cachondeo sobre la posibilidad de que el tuit de Ayuso se refiriese al máster de Casado, también provocó no pocas adhesiones. "Sin esfuerzo nos vamos diluyendo poco a poco hasta dejarnos llevar por la desgana, el pensamiento líquido, y con el tiempo hasta en el sinsentido", respondía una tuitera a Ayuso. Otro: "Estamos empobreciendo a toda una generación vendiéndoles que la meritocracia no vale un carajo, y que con tener Netflix y 20 euros para ir al 100 Montaditos y montar un botellón la vida merece la pena". Uno más: "Se genera un agravio con el que sí se lo merece".

Más que por la muestra que ofrecen –estadísticamente irrelevante–, los comentarios tienen valor expresivo, porque delimitan el marco en el que se despliega el debate educativo, resistente a la evidencia de la ciencia social. Una evidencia que indica lo siguiente. 1) España no peca de falta sino de exceso en la repetición, causa de su liderazgo en abandono escolar. 2) El canon pedagógico sigue abusando de la enseñanza memorística y la sujeción al libro, lo que lastra los resultados en el informe PISA, luego entronizado como medidor de resultados.

Una "ola antipedagógica"

"El debate educativo está secuestrado. Faltan espacios de intercambio, faltan nuevas voces, incorporar grises... Estamos atrapados en falsas disyuntivas: lo tradicional contra lo nuevo, la memoria contra las competencias. ¡Como si no pudiesen dialogar entre sí! Está claro que hay una batalla ideológica. Yo suelo hablar de un pacto por el no pacto, de un consenso tácito para que no haya acuerdo y seguir polarizando", expone Carlos Magro, presidente de la asociación Educación Abierta.

Magro aconseja "sospechar" de quien, en el terreno educativo, se exprese con total rotundidad, sin asomo de duda, negando toda razón al de enfrente. A su juicio, complica la cuestión la existencia de una "ola antipedagógica", según la cual para enseñar basta con saber y transmitir ese saber, y la pedagogía viene a infantilizarlo todo. "Se apela con idealismo a un pasado que no existió, en el que el nivel era excelente, porque la exigencia era muy alta. Es un discurso que se extiende, porque se agarra bien a medidas verdades, anécdotas, recuerdos... A todos nos cuesta entender a la generación siguiente. Lo cierto es que en ese pasado había aún más fracaso escolar y excluidos del sistema, más gente aún se quedaba tirada", explica. En cuanto al uso en el espectro político de este discurso, observa una lógica: "Si pones todo el énfasis en que los alumnos no se esfuerzan, en que la ley que ha hecho otro [en referencia a la Lomloe] no fomenta la excelencia, en la decadencia moral y todo lo demás, evitas hablar de lo que tú puedes hacer".

Enrique Díez, profesor de la Facultad de Educación de la Universidad de León, ancla en causas contantes y sonantes el éxito del discurso nostálgico y antipedagógico que insiste en lamentar la "trivialización" de los contenidos y la "imbecilización" de un alumnado "acomodado": es –explica Díez– políticamente rentable y fácil de comprender, es sencillo hacerlo conectar con las vivencias personales de la población adulta y –ojo– conviene al sector libro. Díez, autor de La asignatura pendiente (2020), un ensayo sobre el peso del libro en la enseñanza de la memoria histórica en las aulas, sabe de lo que habla a la hora de abordar la cuestión de la influencia del mundo editorial en el sistema educativo.

A eso se suma ahora, advierte, la penetración de las grandes tecnológicas. "Las reformas educativas ya no se discuten con Pablo Freire, sino con Dell, Google, Toshiba...", señala. A su juicio, el discurso antipedagógico abunda en la idea de que la escuela es un lugar donde simplemente se transmite un conocimiento de A (profesor) a B (alumno), un entorno que facilita la penetración de la tecnología. "Se está perdiendo –lamenta Díez– la pedagogía de la educación, vuelve la reivindicación de un currículo enciclopédico alejado de la vida, que sólo sirve para aprobar un examen. No podemos olvidar que la escuela no es sólo repetir, ni formar para lo que hay, sino para transformar la realidad". Díez detecta cómo se extiende además el "miedo" a la enseñanza en la diversidad, lastrada por el auge de polémicas como la del pin parental, que refuerzan el discurso de "mano dura".

Castigo a la pobreza

Ahora todo este marco nostálgico está al rojo vivo. Le han dado vigencia los planes del Ministerio de Educación, que refuerzan el papel del claustro en la decisión sobre paso de curso. Pero, ¿qué dicen los datos y los especialistas sobre repetición? Según el PISA 2018, España es el cuarto país de los 37 de la OCDE con la tasa más alta de repetidores. Ello contribuye a que sea la primera en abandono en la UE. La OCDE, autora del PISA, señala que reducir la repetición es una "asignatura pendiente" en España. Además, todo ello favorece la desigualdad. Los más pobres repiten cuatro veces más que los que tienen más recursos, según un informe de Save the Children. Ese ese el retrato justo de la repetición, que además es lluvia sobre mojado, ya que se añade a un grave problema de segregación, es decir, de agrupación homogénea de los alumnos por clases sociales.

España es el 22º país con más segregación de los 24 de la OCDE analizados para un informe del think tank EsadeEcPol. Una investigación de cuatro académicos de la Complutense y La Laguna, que desvelaba que la educación de los padres es el factor con más peso en la desigualdad, situaba como prioridad para combatir la brecha "reducir drásticamente el abandono". Así lo explicaba uno de los autores, Pedro Salas-Rojo: "Repetir curso penaliza, sobre todo, a chicos que provienen de un entorno desfavorable. [...] Impedir o dificultar la repetición, por sí mismo, puede atajar en parte esos problemas".

De Francia a España

España no está sola en esta controversia. Ahí está Francia. A la repetición en España se la llamaba antes "el mal francés", tal era el peso y el prestigio del fenómeno, que ha perdido pie ante el avance de la ciencia social y educativa. No obstante, quedan rescoldos. ¿Un ejemplo? Charlie Hebdo publicaba en julio un artículo, de fuerte resonancia, en el que lamentaba el 93% de éxito en el bachillerato. "La Educación Nacional ha abolido el fracaso. Todos somos seres perfectos, sin ninguna debilidad, sin ningún defecto. La evaluación continua [...] nos evita abandonar el capullo tranquilizador de nuestro instituto con nuestros simpáticos profesores, y lanzarnos a lo desconocido".

El artículo recuerda al del consejero Ossorio tuiteado por Ayuso: "Con el pretendido afán de impedir frustraciones a corto plazo, las políticas educativas del Gobierno devalúan el aprendizaje, aniquilan la motivación de los alumnos, desmoralizan a los profesores y dejan a nuestra sociedad sin pulso. [...] Buscan una sociedad tutelada, manipulable, conformista, sumisa. [...] Frente al modelo educativo ramplón y empobrecedor del Gobierno, en la Comunidad de Madrid tenemos en marcha un proyecto alternativo basado en la igualdad de oportunidades". ¿Qué dicen los datos de segregación? La Comunidad de Madrid es ya el segundo territorio de la OCDE, sólo superado por Chile, donde más se concentra al alumnado desfavorecido en las mismas escuelas.

Copiar o 'saber hacer'

En cuanto al debate sobre la enseñanza memorística, la vanguardia educativa tiene clara la preeminencia de las competencias desde los años 70. En España está asumido por la ley desde la Logse. En ningún foro se defiende el abandono de la memoria, entre otras cosas porque es imposible, pero en la planificación educativa occidental está consolidado que el modelo de "aprender a aprender" es más eficaz que el de la enseñanza memorística a partir de la transmisión –profesor dicta-alumno copia– y el libro. El deficiente retrato que suele ofrece el PISA de España ha acelerado este convencimiento, más aún en un mundo en aceleración y cambio constante. Las directrices de la UE y la OCDE advierten que urge un cambio de paradigma. Andreas Schleicher, director del informe PISA, ha dejado caer que en España sobra memorieta y falta creatividad. Cuando se comparan sistemas educativos, siempre se cita a la ejemplar Finlandia, a menudo ignorando que su éxito se basa en buena medida en la importancia que se da a aprender a resolver conflictos.

¿Ha evitado todo esto la polémica cuando el Ministerio de Educación ha presentado el nuevo currículo, que pretende –ya veremos si se consigue– restar acumulación enciclopedista? No. Ayuso ha vinculado el "desastre" del sistema educativo a unas declaraciones de Manuel Castells, ministro de Universidades, en las que afirmaba que la memoria "tiene cada vez menos sentido", porque "la información está toda en Internet". El currículo, a menudo desapercibido en la cobertura sobre la educación, ha vuelto a tener protagonismo en las páginas de los periódicos, gracias a una reforma de la que se indica despectivamente que va hacia una enseñanza ligera.

Funcionariado y concertada

Rafael Feito, catedrático de Sociología de la Complutense, autor de ¿Qué hace una escuela como tú en un siglo como este? (Catarata, 2020), es constructivo en su crítica a la falta de adaptación del medio escolar, pero no puede evitar un punto de hartazgo ante las "falsas dicotomías" y esas letanías del tipo ya no se aprende como antes, ahora se desprecia el conocimiento... "Esa línea divisoria progresista-conservador no debería existir, deberíamos estar a los datos", señala. Sobre la repetición, destaca que "es ineficaz" y obedece a una lógica de castigo. En cuanto a la memoria, vincula la arraigada querencia a motivos históricos –hay boomers que aún cuenta la anécdota de la lista de los Reyes Godos–, aunque aporta una clave social relevante. "Se defiende ese modelo porque en España hay una élite funcionarial que está donde está porque sabe memorizar: abogados del Estado, técnicos de Hacienda, notarios, registradores de propiedad...".

En resumen, siguiendo a Feito, acaba por construirse un imaginario educativo en cuyo frontispicio seguiría aquella frase de toda la vida: "La letra con sangre entra". El profesor y ensayista cree que hay una cuestión superpuesta: la tensión entre el sistema público y la educación concertada, cuyas barreras de entrada causan segregación –su porcentaje de alumnos pobres o inmigrantes es menor– y que al final consigue jugar la partida educativa con ventaja. Eso le permite, por ejemplo, tener menos alumnos repetidores, recalca Feito. Desde esa posición ventajosa, los defensores del modelo de financiación pública de la educación privada protestan por la supuesta laxitud de la pública a la hora de dejar pasar de curso. En realidad, lo que hacen es arrogar a la concertada un marchamo de calidad superior, que se puede permitir porque por la ubicación de sus centros y el cobro de cuotas realizan una selección social del alumnado.

Otros temas posibles

Lucas Gortazar, responsable de educación de EsadeEcPol, rebate el argumentario pro-repetición no sólo con razones de justicia educativa, sino también de eficiencia económica.

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Asesor educativo del Banco Mundial, Gortazar sostiene el empeño de sacar el debate del marco polarizado. Como parte del grupo de expertos que diseñó el Plan España 2050, ha tratado de vislumbrar los restos de futuro: financieros, demográficos, pedagógicos, tecnológicos... Pero sabe que el terreno de juego está embarrado. En España, señala, la educación juega un papel decisivo en la "división izquierda-derecha", con los debates sobre el papel de la Iglesia, concertada o las lenguas cooficiales delimitando el terreno, acompañados de otros más nuevos como el pin parental... Eso dificulta el borrado de líneas rojas.

En cuanto a la repetición, atribuye su reivindicación a una "reacción conservadora", que se inscribe en un hilo que también pasa por la reacción a la Logse. Eso sí, reparte culpas a ambos lados del espectro político. A su juicio, la derecha está haciendo ahora un mayor uso partidista de la educación, pero recuerda que la Lomce –una ley deficiente, a su entender– fue presentada por sectores de la izquierda como "el mal absoluto", lo que en la práctica convirtió la Lomloe en una contrarreforma para la que era imposible el acuerdo. Un círculo vicioso que provoca a su vez alineamientos en la comunidad educativa. Gortazar defiende un cambio de campo temático, aflorando problemas menos dados a la polarización. ¿Ejemplos? Organización de los centros educativos, diseño del currículum, selección y formación del profesorado, "temas con más potencial para armar espacios de entendimiento sólidos".

Como al resto de consultados al respecto, a Carlos Magro se le amontonan las respuestas sobre los debates eclipsados por la repetición, la memoria, la mano dura y la "meritocracia". Responde con una descarga: "Horarios, currículos, formación de docentes, ratios... Tenemos un grave problema de equidad y de segregación. Hay problemas estructurales, fundamentalmente de baja inversión, que siguen sin resolver".

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