Aquí me cierro otra puerta
La salud mental de todos los días
El sábado pasado fui a Moncloa (el palacio, no la estación de metro) a moderar una mesa redonda sobre salud mental. Varias personas dieron testimonios en primera persona sobre sus diferentes problemas mentales: la depresión crónica, la ansiedad incapacitante, el suicidio o las ideaciones suicidas. Trastornos tremendos que pueden parar la vida, la carrera y la salud de cualquiera. Situaciones sobre las que no hay debate. Realidades que se llevan familias por delante. Problemas ante los que un Estado no puede pasar ni un segundo más sin actuar y sin invertir. Una inversión para la que nunca habrá dinero suficiente. En la que siempre habrá que hacer más.
Pero la gran pandemia de la salud mental, tan grande como la de la soledad no escogida (sobre la que España no hace nada y ciertamente deberíamos abrir ese melón), es la del día a día. La de tener pastillas en el cajón del trabajo. La de no dormir como cosa normal. La de vivir con el vaso de la ansiedad en tres cuartos, preparado para recibir el empujón de un evento mínimamente traumático para rebosar y que llegue el ataque. El vivir con la amenaza diaria de una respiración insuficiente.
En mi experiencia personal, la de una persona que se niega a medicarse, la terapia es la clave. Los pensamientos invasivos, las estructuras mentales que me llevan a agobiarme, los caminos de mi cabeza que no puedo cortar, los tengo bastante controlados porque hago terapia. Sé quién soy más que nunca porque una muchacha que se llama María, mi psicóloga, me miró a la cara y me hizo pensar en cosas que yo habría sido incapaz de barruntar por mí mismo. Me hizo (y me hace) dejar de sentirme responsable por todo lo que pasa a mi alrededor, cargarme el saco de la culpa lo justito, entender de dónde viene el agobio y por qué. Con mi necesidad de tenerlo todo controlado, eso es suficiente para que la ansiedad ya no sea un problema importante. Sigo teniendo el vaso medio lleno cada día, pero de ahí no pasa. No siempre logro tomar las decisiones correctas, pero al menos sé por qué me equivoco.
No sé por qué se mete la gente en política, la verdad. Supongo que por una variedad de motivos. El primordial debería ser mejorar la vida de la gente y creo que de verdad hay una oportunidad para ser agresivos en el tema de la salud mental. No solo para solucionar todos esos problemas tremendos que pueden arrasar vidas y lo hacen, no solo para desestigmatizar los trastornos mentales más graves sino para cambiarle la vida al común de nuestros compatriotas que, de verdad, estamos jodidos. Y lo digo en primera persona y dando datos de lo que me pasa a mí porque me parece de un postureo insoportable decir "es que estamos mal" o "voy al psicólogo" sin mostrar los detalles de lo que te pasa porque ahí, en los detalles, en exponerte aunque sea doloroso, es donde alguien que lo pasa mal pero no sabe por qué va a poder pedir ayuda.
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Pero para que, una vez demos ese paso, la ayuda llegue de verdad, mucha gente, muchísima, necesita acceder a una terapia de calidad, con profesionales buenos y con tiempo para ti, y poder hacerlo fácilmente. Una solución sería que todo el mundo dispusiera de 200 euros al mes para gastarse en terapia un tiempecito. La otra, que una buena terapia fuera gratuita en la Seguridad Social. Lo ideal serían las dos cosas.
¿Quiere el Gobierno cambiar la vida de la gente? Aquí tienen una gran oportunidad. Son buenos pasos la Ley de Salud Mental de Unidas Podemos o las acciones que anunció Pedro Sánchez en el acto al que acudí a Moncloa.
Necesitamos que la salud mental sea una cosa del día a día. De todos y todas. Yo os lo puedo contar en primera persona porque a mí me ha cambiado la vida y realmente no sé adónde hubiera llegado sin terapia. Lo que me jode es ser un privilegiado por ello. Lo quiero para todos y todas mis compatriotas porque, supongo, querer que no sufran es ser patriota.