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El antiliberalismo de Juan Ramón Rallo

La Bolsa española sufre el impacto de la expansión del coronavirus.

Isa Ferrero

Quiero hablarles de un tipo que vivía allá en España, un tipo llamado Juan Ramón Rallo. Al menos ese fue el nombre que le dieron sus amorosos padres, pero nunca supo muy bien qué hacer con él. Este Rallo se hacía llamar El Liberal. Así, El Liberal. En mi pueblo nadie con esa ideología se pondría semejante nombre. Había muchas cosas de Rallo que no tenían mucho sentido para mí, y lo mismo pienso de los liberales que salían en los medios de comunicación españoles. Tal vez sea esa la razón por la que aquel condenado lugar me pareció tan adoctrinante. Lo llaman liberalismo, esa no es precisamente la impresión que me dio…

Mentiría si dijera que he tomado en serio a Friedrich Hayek, tampoco a Ludwig von Mises, y no he visto en persona a ningún neoliberal malinterpretando a Adam Smith, como dijo aquel, pero les diré algo… después de escuchar a los grandes medios españoles, esta historia que me dispongo a relatar… Creo que he visto algo más asombroso que cualquier cosa que hayan podido ver en uno de esos lugares. Y además en mi idioma.

Bien, pues esta reflexión que les voy a contar tuvo lugar a mediados de los 2000. Eran los días de nuestro conflicto con la ley educativa impulsada por el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. Lo menciono solo porque a veces hay un hombre, no diré un héroe, porque ¿qué es un héroe? Pero a veces hay un hombre… y aquí me estoy refiriendo a Rallo. A veces hay un hombre que es el hombre de ese momento y ese lugar y está en su sitio. Y ese es Rallo en los medios de comunicación españoles. Y aunque sea un auténtico reaccionario (y Rallo ciertamente lo era), seguramente el Liberal más reaccionario de España, lo cual le convierte en favorito para el título de Liberal más reaccionario del mundo. Pero a veces hay un liberal. A veces hay un liberal. Vaya, he perdido el hilo, pero, ¡qué demonios! Ya he parloteado bastante.

Nos encontramos en Libertad Digital. Libertad DigitalEse medio de la extrema derecha que criticaba al PP de Rajoy y de los Sorayos por no ser lo suficientemente extremista. Quizá la versión cutre y malograda de Fox News en España. En cualquier caso, nuestro héroe ya escribía en ese medio para cargar duramente contra la ley educativa en el año 2005: “no caben medias tintas: ante ese Estado fascistizado hemos de exigir su completa retirada de la educación”. Para Rallo, las escuelas públicas “más que nunca, se han convertido en centros de adoctrinamiento”. La explicación estaba en que Zapatero era “consciente de que la izquierda necesita de ciudadanos crédulos, aborregados, colectivizados y nacionalizados”. Para darle notoriedad a sus argumentos defendió que la Iglesia y la familia “son dos instituciones que se oponen al Estado y al control social”.

Es curioso por un momento comparar estas reflexiones con el liberalismo del siglo XVIII o XIX. Menos mal que nuestro héroe nos aclaró su postura ideológica cargando contra John Dewey, uno de los precursores de la educación pública y, seguramente, un liberal bastante más genuino.

Asimismo, hay que agradecer a Dewey que encontrara ya hace casi un siglo la forma de referirse a los liberales tipo Rallo, tipo Lacalle. Para Dewey esto no era liberalismo, sino pseudoliberalismo porque había “enmohecido y recortado aspiraciones generosas”.

El pseudoliberalismo construido por Rallo es de los más fascinantes que uno puede encontrar a día de hoy. Su máxima virtud es encontrar las mejores respuestas para acelerar la destrucción de la especie humana. Antes de todo hay que agradecer a Rallo su sinceridad: “durante demasiado tiempo, demasiados liberales [cambie liberales por neoliberales] se han centrado en cuestionar la existencia misma del cambio climático antropogénico”. Sin embargo, Rallo vuelve a desempeñar las mismas tácticas negacionistas que tienen como fin sembrar dudas y retrasar la acción climática. Lo hemos podido ver ahora en la Conferencia sobre el Cambio Climático que se celebra en la ciudad de Glasgow.

(Muy) Probablemente es la última oportunidad de salvar a la especie humana, pero según Rallo, los compromisos que están tomando nuestros gobernantes pueden destruir a nuestras democracias. De nuevo, es la estrategia de la campaña de distracción, las famosas deflection campaigns. El nuevo negacionismo te dice que no sirve de mucho realizar esfuerzos porque todo depende de China o India cuando realmente no es verdad. Existe la cooperación y la solidaridad. El mundo rico debe ayudar al mundo pobre y si no lo hace estamos acabados. Eso es cierto. El nuevo negacionismo te dice que te quedes de brazos porque el coste es inasumible para nuestras democracias cuando no es verdad. Es de sentido común concluir que para salvar nuestra democracia hay que salvar a nuestro planeta.

De igual forma, el pseudoliberalismo, como la pseudociencia, se preocupa más por las especulaciones que por los hechos. Solo basta escuchar a los científicos o a las mismas Naciones Unidas para darse cuenta que con un planeta inhabitable va a ser prácticamente imposible la vida humana organizada. Lo dice el Secretario General de Naciones Unidas: ¡Es un código rojo!

Y el pseudopensamiento alcanza contradicciones fascinantes. Rallo se queja de que los izquierdistas ponemos chivos expiatorios para no explicar la realidad. El problema es que parece ser que cargamos contra las élites económicas. Rallo olvida que simplemente hacemos lo mismo que Adam Smith cuando cargaba contra “los amos de la humanidad” porque querían “todo para nosotros y nada para los demás”. El moderado Rallo te dice que buscar estos pretextos es engañar al público. Ni con los inmigrantes ni con las élites económicas. Bonita forma de comparar opciones socialdemócratas que han ayudado a humanizar nuestras sociedades con alternativas reaccionarias, autoritarias y de extrema derecha.

En España, pseudopensamientos así tienen amplia cobertura en los grandes medios que comparan constantemente a Podemos con Vox. Con esa vara de medir, Franklin Delano Roosevelt podría compararse con Hitler o Mussolini y no pasaría nada. Sin embargo, nuestro sabio rápidamente encuentra un chivo expiatorio con menos rigor que Ayuso hablando sobre feminismo. He aquí la contradicción: Rallo señala a la clase política. Mejor dicho, las clases gobernantes tienen la culpa. En abstracto, como Ronald Reagan. El Gobierno es el problema. Un discurso profundamente antidemocrático y hueco.

Es curioso porque una de las características más destacadas del pseudoliberalismo es la manera excelsa de contradecirse. Cuando Rallo quiere ser demócrata lo es, a pesar de que ha dejado caer que “ya de entrada existe una manifiesta incompatibilidad” entre el liberalismo y la democracia. Quizá, amado lector, si usted vuelve a cambiar liberalismo por neoliberalismo encuentra una frase más racional y veraz: el neoliberalismo no es compatible con la democracia.

En cualquier caso, que Rallo no es un demócrata se puede demostrar fácilmente. Su rechazo a que la sociedad participe activamente en la política es una gran prueba. O al menos eso defendió en un maravilloso artículo en el que culpaba a la politización de la sociedad de los graves problemas que enfrenta la democracia estadounidense. En vez de encontrar una respuesta en la deriva autoritaria y neofascista del Partido Republicano, Rallo volvía a hacer gala de un simplismo asombroso para concluir que “la politización de la sociedad no conduce a resolver problemas comunes” y que ella “no alimenta la concordia y el entendimiento mutuo, sino el odio entre ciudadanos”.

Como buen antidemócrata, tampoco ve con buenos ojos que la democracia llegue a los lugares de trabajo. Su amor por las grandes corporaciones es mayor que el que profesa a los individuos que dice defender. No es solo pseudoliberalismo, es también antiindividualismo. Lo pudimos ver en sus quejas constantes porque los Gobiernos españoles no realicen una política lo suficientemente neoliberal que favorezca la creación de grandes empresas. El individualismo vulgar, del que se quejaba Dewey, consiste en el derecho a ser esclavizado por asombrosas estructuras verticales y tiránicas. Rallo no ve ninguna contradicción en defender a imperios gigantescos como Amazon, aunque para ello tenga que renunciar a los valores morales del liberalismo clásico. ¡Y qué más da! Da igual caer en contradicciones si de lo que se trata es de defender a los amos de la humanidad.

El individualismo vulgar que defiende Rallo se ha mostrado en alguna ocasión intolerablemente cruel. En un debate con Juan Carlos Monedero dijo textualmente: “que tú no seas responsable de los genes que te han tocado, no me hace a mí responsable de los genes que te han tocado. Y, por lo tanto, yo no estoy subordinado, o no quedo subordinado a tus preferencias, ni mis derechos se deben ver conculcados por el hecho de que tú hayas tenido, por decirlo así, buena o mala suerte en la lotería genética”.

Pero quizá lo más asombroso de esta reflexión que me dispongo a terminar vino con el coronavirus. Cuando la sociedad española estaba en el peor momento, Rallo hizo gala de su sabiduría y su templanza para hacer predicciones y consejos horrorosos. Calificó de “despropósito” y de “delictuoso” que el Gobierno limitara el precio de las mascarillas ya que “habr[ía] una tendencia para comprar mascarillas para acapararlas” y alertó del desabastecimiento y lo achacó a un problema intrínseco a los sistemas socialistas: “Colocarse en la lista de espera hasta que el burócrata te quiera distribuir los bienes”. Un episodio que podría haber bastado para que cualquier persona con un mínimo de sentido del ridículo dejara de hacer predicciones catastrofistas, pero ya saben, a la intelectualidad más reaccionaria le importa eso un pimiento. Se protegen entre ellos.

El falso dilema entre economía y economía

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En fin… No sé a ustedes, pero a mí me reconforta saber que anda por ahí, Rallo, intoxicando a la sociedad por todos nosotros, ciudadanos. Bueno, esto se ha acabado. Ya está todo vendido. Parece que las cosas han terminado bien para Rallo. Y ha sido una historia de las buenas, ¿no les parece? Me ha hecho reír a carcajadas, algunas veces… No me gustó lo de las mascarillas. Pero resulta que me he enterado de que un nuevo mensaje tóxico para la democracia está en camino. Supongo que es así como la condenada comedia humana está al borde de la extinción. En las últimas décadas, los neoliberales se dirigen hacia los platós de televisión hasta que… ¡Otra vez igual! Ya estoy divagando. Bueno, espero que hayan disfrutado. Ya les alcanzaré por el camino.

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Isa Ferrero es escritor e ingeniero especializado en la política exterior occidental y el cambio climático. Su nuevo libro es El futuro del liberalismo. Hacia un nuevo consenso socialdemócrata (Amarante, 2021).

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