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Llantos y claveles en la zona cero de Queipo: Sevilla cierra Pico Reja tras sacar casi 1.800 muertos

Una mujer porta la fotografía de un familiar asesinado y arrojado a la fosa común de Pico Reja, en Sevilla, cerrada simbólicamente este martes tras la exhumación de cerca de 1.800 cuerpos.

Ángel Rodríguez, que ha venido casi cada semana durante más de dos años a esta apartada zona del cementerio de San Fernando en la que se ha excavado la fosa de Pico Reja, en Sevilla, no sabe si este martes fresco y soleado es un día triste o alegre. "Las dos cosas", resume Ángel, 89 años, acompañado por su hijo, que lo mira entre la gravedad y la ternura.

Por un lado, no se puede negar que es una jornada de luz: se cierra, en un acto con fuste institucional y con el alcalde de Sevilla presente, la fosa de Pico Reja tras la exhumación de restos de 1.786 víctimas del franquismo, que pronto tendrán un enterramiento digno en un mausoleo. Entre los muertos podría estar el padre de Ángel, Eugenio Rodríguez, fogonero de la fábrica de cerámica de La Cartuja y afiliado de la CNT, asesinado en agosto de 1936. Pero junto a los motivos para un cierto consuelo hay también emociones tristes: las propias del hijo de un asesinado, a las que se suma la incertidumbre sobre la posible identificación. Ángel tiene "esperanza", pero –con frialdad y buena cabeza– admite: "Va a ser difícil".

Este martes el Ayuntamiento de Sevilla, la Diputación, la Junta de Andalucía y el Gobierno de España han celebrado un acto de cierre simbólico de "la mayor fosa común abierta en Europa occidental desde Srebrenica", como destaca el Consistorio. Han sido casi tres años de trabajo, con un coste de 1,5 millones de euros. Las dimensiones criminales de lo descubierto superan todas las estimaciones. La previsión del número de muertos era de algo más de 1.100, de los que entre 850 y 900 serían víctimas de la represión franquista. Pero finalmente han sido localizados restos de más de 10.000 muertos. De ellos, 1.786 son víctimas del franquismo, en torno al doble de lo previsto.

¿Cómo saber que los restos son de una víctima? Por ejemplo, los alambres y grilletes o la postura permiten concluir que una persona estuvo atada, bien con las muñecas juntas o con las manos a la espalda. Han aparecido pasadores para sujetar a varios en fila con cuerda o alambre. El cráneo es la zona más frecuente de impacto del proyectil, especialmente por detrás, aunque también en el rostro. Abunda el proyectil de arma larga usada para fusil Mauser, también las balas de arma corta, principalmente 9 milímetros. Además de los inconfundibles agujeros de los disparos, hay fracturas que apuntan a "malos tratos" y "ensañamiento", según las conclusiones de la investigación, llevada a cabo por la sociedad de ciencias Aranzadi, un referente en este campo.

Se mezclan en el acto integrantes del movimiento memorialista, familiares de víctimas –hijos, nietos, bisnietos–, miembros del equipo de veinte trabajadores responsable de la excavación y políticos.... Abundan las banderas republicanas, pero más aún los ojos en lágrimas, los abrazos y los suspiros. Además de la "difícil" identificación mediante ADN, Ángel –que contiene razonablemente bien la emoción– tiene claro su anhelo: "Al menos que lo entierren en condiciones".

Comparten este deseo dos ancianas hermanas arregladas para la ocasión, las dos en silla de ruedas, Pepita y Carmen Amado, hijas del panadero y concejal de Unión Republicana Rafael Amado, asesinado en agosto del 36. Pepita, que tenía diez años la noche de autos, afirma que se acuerda de "todo": cómo "lo sacaron de su cama a la una de la noche", cómo le pidió la chaqueta a su esposa... "Mi madre pobrecita al día siguiente, con un termo de café y leche, a ver si es que lo habían metido en la cárcel", cuenta. Rompe a llorar mientras recuerda cómo sus hermanos menores decían "papá, papá". "¡No hay derecho!", solloza ahora.

Tierra y claveles

Tanto Ángel como Pepita y Carmen participan en un ritual consistente en echar algo de tierra con una pala en un hueco abierto en la tierra, a modo de tumba simbólica a la que también se lanzan claveles rojos. Van pasando uno tras otro familiares con un nudo en la garganta. Comparten un recuerdo para los asesinados, o para el movimiento memorialista, o un grito a favor de la república y contra el fascismo. No se oye ni un insulto. Está allí Miguel Guerrero, nieto de otro Miguel Guerrero, miembro de la columna minera de Huelva, asesinado y arrojado a la fosa junto a sus compañeros tras fracasar en su intento de salvar la ciudad de los golpistas. "El horror aquí ha superado todas las previsiones", dice Guerrero, que celebra que en adelante, y más cuando se construya el osario y el columbario, haya un lugar decente al que "llevar flores".

La pieza que hace que esté aquí Miguel Guerrero honrando a su abuelo encajó en junio. Es una de las múltiples historias encerradas en los trabajos de Pico Reja. Los técnicos confirmaron la existencia de pruebas que certifican restos de al menos una treintena de las víctimas fueron miembros de la conocida como "columna minera", una agrupación de combatientes voluntarios de la zona minera onubense que llegó a Sevilla para llevar dinamita. Las características de algunos enterramientos –cuerpos sin ataúd, agrupados y boca abajo– y las evidencias de que habían sido represaliados –tiros en la nuca, ataduras, fracturas perimortem– permitieron esbozar la hipótesis. Pero había una vía para confirmarlo. ¿Cómo? Estos trabajadores respiraron, bebieron y comieron en un entorno minero sin las medidas de seguridad actuales, luego podía existir una transferencia de metales pesados a su organismo. En efecto, los análisis realizados en la Universidad de Santiago de Compostela lo confirmaron.

El entierro y las identificaciones pendientes

Entre los familiares de víctimas algunos quieren contar su historia. Otros prefieren reservársela. No es rara una actitud de cierto recelo ante el aluvión de periodistas y políticos de cuatro administraciones, con sus respectivos asesores. Son usuales las palabras de reconocimiento a Aranzadi, tanto por la tarea de exhumación como por la transparencia a lo largo del proceso. Mes a mes se han ido publicando detallados informes. Aquí se puede encontrar la serie y aquí el último publicado, el de diciembre.

Falta el informe final, en el que ahora está trabajando Juan Manuel Guijo, director de la excavación, que asiste a la ceremonia en segundo plano y con ropa de trabajo. Se confiesa "emocionado". "No quiero decir que esto ha sido histórico, porque es una palabra muy trillada... Pero ha sido emocionante, muy emocionante. Me quedo con las cientos de dignidades encontradas, la lucha de toda esta gente. Todos los que hemos trabajado aquí salimos transformados", expone. Guijo afirma que ha trabajado con "libertad total, sin consignas, sin que nadie nos condicionase la interpretación de los hallazgos".

El director de los trabajos está a la espera del suministro de los módulos para el entierro, previsto para finales de marzo. Será un entierro colectivo. La tarea de identificación sigue pendiente. Unos 500 familiares han ofrecido muestras de ADN, que hay que cotejar con los restos de las víctimas, sobre todo fémures, con signos de represión. No siempre se puede. Hay más de 300 víctimas que no presentan restos óseos viables. Están pulverizados. Ello, sumado a que el porcentaje identificaciones con respecto al total de cuerpos exhumados suele rondar el 10%, aconseja prudencia.

El proceso es lento. A veces, demasiado. En diciembre muró Horacio Hermoso, hijo del que fuera alcalde de la ciudad, del mismo nombre, miembro de Izquierda Republicana, asesinado en septiembre del 36. Horacio hijo dio su ADN, pero no llegó a tiempo de ver el final del proceso de cotejo de los restos. Entre los familiares que aún esperan está Estanislao Naranjo, nieto de Blas Infante, considerado padre del andalucismo, asesinado en agosto de 1936. Está por ver si es posible identificarlo. Con Infante pasa como con Federico García Lorca. Son víctimas emblemáticas. Al principio de esta exhumación, a la fosa de Pico Reja se la conocía como "la fosa de Blas Infante". Ya no. "Pico Reja" es hoy un nombre propio reconocible.

Algún aplauso y un abucheo

Cecilio Gordillo, histórico activista por la memoria histórica, uno de los impulsores de Todos los Nombres, no oculta su "sorpresa" por cómo se ha desarrollado la exhumación, sobre todo por la "transparencia". Eso sí, recuerda que quedan fosas por abrir en Huelva, Córdoba, Granada... Gordillo, un referente con todas las letras en el mundo memorialista, ha sido de los que más ha visitado los trabajos. Semana tras semana, ha ido viendo la barbarie de los huesos "arrebujaos", una sensación que le "hundía el pecho". Apoyándose en sus muletas –secuela de la poliomelitis–, Cecilio camina hasta las sillas de plástico habilitadas para el aforo y se sienta a escuchar las intervenciones.

Van tomando la palabra un responsable institucional tras otro. Antonio Muñoz, alcalde de Sevilla, del PSOE, recalca que estos trabajos son "un punto y seguido". El Ayuntamiento prevé licitar en 2023 la excavación de un segundo enterramiento. Es la conocida como fosa de los Alpargateros o del Monumento. Según los estudios disponibles, se depositaron en ella no menos de 7.440 cuerpos de muertos por distintas causas, de los que unos 2.613 serían víctimas del franquismo. Es decir, más que en Pico Reja. Entre ellos se cree que están los ocho condenados por un complot contra el general Gonzalo Queipo de Llano, principal responsable de la represión en el sur de España. También puede estar Carmen Díaz, hermana del secretario general del PCE, José Díaz.

Arranca algún aplauso Fernando Martínez, director general de Memoria del Gobierno de España (PSOE), al celebrar que el "genocida" Queipo haya sido exhumado de La Macarena. Entre los presentes está Paqui Maqueda, la mujer que, en la madrugada de la exhumación de Queipo, gritó "¡honor y gloria a las víctimas del franquismo!". Paqui reparte abrazos y besos y reivindica al movimiento memorialista, al que identifica como impulsor de la exhumación.

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La Junta, gobernada por el PP, envía al acto viceconsejero de Cultura, Víctor Manuel González, al que le toca escuchar murmullos de reprobación tras un discurso en el que mete una alusión a Putin, el "megalómano invasor ruso", y hace referencia a los muertos por la pandemia. "¡Habla de Franco!", le gritan desde el auditorio. Otro salta: "¡Viva la República!". Aplauso. Fin de la intervención del viceconsejero, al que le pasa factura la escasez de políticas memorialistas del Gobierno andaluz.

Al término de todos los discursos, se pone en pie y reclama atención Juan Morillo, con su bandera tricolor al hombro. Le pide al alcalde que traslade al presidente de la Junta, Juan Manuel Moreno, y al arzobispo de Sevilla, José Ángel Saiz Meneses –al que Morillo se refiere como "el cardenal"–, que han sido exhumados casi 1.800 cuerpos sin que ellos aparecieran por allí. Luego el presidente de Unidad Cívica por la República explica a infoLibre el porqué de sus palabras: "Quería lamentar, bueno, no, lamentar no, quería acreditar esas ausencias. No han querido mirar todo este horror. Y también han faltado los jueces. Se han interesado por esta exhumación incluso investigadores australianos, pero no ha venido ni un juez ni un notario español".

El acto ha empezado en torno a las 12.30. Antes de las 14.00 ya ha terminado. Es difícil precisar la emoción que domina en el ambiente. Hay un punto de esperanza, un punto de alivio, mucho dolor, mucho respeto. Empieza ahora el capítulo de las identificaciones. Y la siguiente fosa: Monumento.

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