La alianza de la derecha
Feijóo se entrega al PP más radical en plena disputa con Vox por liderar la oposición a la amnistía
“El PSOE ha perdido la poca vergüenza que le quedaba y el Gobierno no tiene ninguna dignidad”. Sánchez actúa “contra España” y “no acepta el resultado electoral”. La primera frase no es de Jorge Buxadé, vicepresidente de Vox. Y la segunda no la pronunció su jefe de filas, Santiago Abascal. Son dos citas recientes de Miguel Tellado, vicesecretario de Organización del Partido Popular, y de Alberto Núñez Feijóo. Ambas evidencian hasta qué punto el discurso del PP se ha mimetizado con el de la ultraderecha.
Para muestra, un botón muy reciente, entresacado de la actualidad de este domingo. “Aunque ellos estén dispuestos a poner en venta nuestro país, los españoles no vamos a permitir que nos lo arrebaten”, advertía Feijóo en Málaga. Casi a la misma hora, Abascal hablaba en la Plaza de Colón de Madrid, decía: “La unidad de España está amenazada y no lo vamos a permitir”.
No se trata de una casualidad. Desde que Feijóo fracasó en su intento de conseguir una “mayoría suficiente” para gobernar en solitario, un resultado del que culpa a la existencia de Vox, el PP ha radicalizado sus posiciones hasta el punto de que sus tesis políticas, al menos en lo que las dos derechas consideran la cuestión fundamental en estos momentos —la posibilidad de que una amnistía desjudicialice el conflicto catalán seis años después del fallido intento de independencia—, son indistinguibles.
Poco a poco, Feijóo se ha ido entregando a una estrategia con la que persigue anular a Vox y poner al PP en el carril capaz de permitirle hacerse con todo el espacio de la derecha. El mismo que dio la mayoría absoluta a José María Aznar en el año 2000 y a Mariano Rajoy en 2011.
Convencido de que la investidura de Pedro Sánchez saldrá adelante, el líder del PP tiene la vista puesta en unas elecciones que, a la vista de la heterogénea coalición que trata de formar el presidente en funciones, Génova sitúa, como muy tarde, en el año 2025. “El momento en enero o pronto”, volvió a decir Feijóo a los suyos este fin de semana.
Calendario electoral
Antes, sin embargo, todos los partidos tendrán que superar varios test importantes. El año que viene hay elecciones gallegas y vascas, en las que el PP tiene el reto de conservar la Xunta sin Feijóo y de revertir los malos resultados cosechados por Pablo Casado en el Parlamento de Vitoria, sino que se celebrarán elecciones europeas. Las primeras que servirán para medir dónde está cada fuerza política en un escenario en el que el nuevo gobierno de Sánchez llevaría ya meses funcionando y la amnistía ya habría culminado sus trámites.
Ahí Feijóo se la juega. Y todo indica que el PP y Vox van a llevar a cabo de nuevo una oposición de acoso y derribo al Gobierno como ya sucedió con los indultos a los presos del procés.
Es en ese contexto, de competencia permanente con Vox, en el que el PP ha puesto en marcha una hoja de ruta que huye del enfrentamiento con los ultras y no sólo abraza con entusiasmo parte de su discurso: intenta además situarse en el marco de la extrema derecha para atraer a sus votantes.
Esa es la propuesta que trasladaron a Feijóo, después de las elecciones, los dirigentes del ala más radical del partido, comandada por la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, y por el expresidente del Gobierno José María Aznar.
El líder del PP no sólo ha bendecido las cesiones a Vox que han hecho posibles pactos en seis comunidades autónomas y un centenar de ayuntamientos, algunas muy sensibles en materia lingüística, medioambiental y de lucha contra la violencia de género. También pactó con Abascal su propia investidura, a sabiendas de que ese acuerdo daba al traste con cualquier posibilidad de abrir espacios de colaboración a medio plazo con el PNV e incluso con Junts, la verdadera apuesta estratégica con la que soñaban Feijóo y los suyos.
Tremendismo
Cegada esa posibilidad, sus guiños a ambas formaciones han quedado borrados por referencia constantes a ETA y afirmaciones tremendistas, como la que pronunció hace unos días en una desayuno en Madrid en el que aseguró que el nacionalismo lleva “a un camino similar al de los Balcanes”, en referencia al conflicto que provocó 100.000 muertos en la antigua Yugoslavia en los años noventa.
De esa plan para intentar ocupar el espacio de Vox forma parte la decisión de tratar de disputarle la presencia en la calle, que los ultras han dominado con claridad en los últimos años. De ahí el intento de exhibir músculo en el que se convirtió el mitin de la plaza de Felipe II, con el que Feijóo prologó su investidura fallida, o las movilizaciones que está organizando cada fin de semana en diferentes ciudades a lo largo de toda España.
Los de Abascal, sin embargo, siguen siendo más fuertes den este terreno, como demostraron este domingo movilizando a 100.000 personas en la plaza de Colón de Madrid, más del doble de las que acudieron a la llamada de Feijóo un mes antes. Para evitar esas comparaciones, el PP ya se ha apresurado a confirmar la presencia de Feijóo en una manifestación que tendrá lugar el próximo 18 de noviembre en la capital en contra de la amnistía organizada por Societat Civil Catalana y a la que también acudirá Vox.
En su estrategia der agitación tiene especial relevancia el frente institucional y en particular el Senado, un arma con la que Vox no puede competir y con la que el PP no oculta su intención de complicar a Sánchez todo lo que pueda no sólo su reelección como presidente sino el desarrollo de toda la legislatura.
Y un tono cada vez más crispado en las intervenciones públicas. Hasta hace poco, las referencias a un cambio de régimen que estaría fraguándose a espaldas de los ciudadanos se limitaban a los dirigentes de Vox, que hablan abiertamente de un “golpe” desde el Gobierno, y a las voces más radicales del PP, como Ayuso. Ahora son comunes en Feijóo, que habla sin pruebas de “un cambio de régimen” por la puerta de atrás.
“Dictadura”
Y eso que el líder del PP, siguiendo un patrón bien conocido en Galicia, deja que sea sus colaboradores los que trasladen los mensajes más duros en un intento de salvaguardar lo que quede de su imagen de supuesta moderación.
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Los ejemplos son abundantes. José Luis Bendodo, número tres del PP, dijo este martes, en una entrevista concedida a un medio vinculado a la ultraderecha, que “Sánchez se pasa la separación de poderes por el arco del triunfo”. Y Cuca Gamarra, la secretaria general del partido, no tuvo inconveniente en hablar de una dictadura: “La manipulación y el control” que Pedro Sánchez ejerce sobre el Congreso de los Diputados, aseguró, “recuerda a las dictaduras. En las dictaduras suele ser el partido del líder el que anuncia cuándo irán a ocurrir las cosas que afectan a los otros poderes”.
La estrategia del PP para vencer a Vox solapando su espacio y sus mensajes —estos días sus barones incluyeron en la agenda pública la inmigración, una de las principales señas de identidad de los de Abascal— desafía la lógica de lo que ha ocurrido en Europa en los últimos años. Los estudios académicos hace tiempo que desmontaron la extendida “creencia” según la cual las estrategias de adaptación a la extrema derecha son “beneficiosas, si no imperativas”.
“Siguiendo este razonamiento” equivocado a juicio de los autores, “los partidos de derecha radical deberían tener menos éxito cuando los partidos establecidos adoptan posiciones restrictivas en materia de inmigración”, aspecto en el que los investigadores ponen especial énfasis. A tenor de los resultados del estudio, no es así. Incorporar temas de la extrema derecha, ir a su rebufo y mucho más adaptarse a sus mensajes no arrincona, sino que engorda a la extrema derecha.