Cataluña, una comunidad partida en dos por la sequía: agua en la cuenca del Ebro y restricciones en la costa
Cataluña llega este domingo a las urnas en medio de la mayor sequía de su historia reciente. Comenzó en 2021 y aunque estos días se ha visto ligeramente aliviada por la lluvia, la situación demuestra que la política hídrica será uno de los grandes asuntos del Govern durante los próximos cuatro años. Los expertos piden más infraestructuras hidráulicas, restricciones al consumo en el turismo y reducir las fugas de la red, después de que la crisis de 2008 metiese en un cajón el plan de choque contra la sequía que preparó entonces la Generalitat. Mientras tanto, la sequía y el cambio climático son la primera preocupación de los votantes de cara a este domingo, según el CIS catalán.
Los registros sobre sequías fuertes y duraderas en Cataluña datan de siglos pasados, pero nunca habían sido tan intensas y de tanta duración como la de ahora. En realidad, es la mitad oriental de la comunidad la que está en números rojos, porque la zona regada por el Ebro tiene los embalses dentro de la media de la última década, según Ramón pascual, delegado de la Agencia de Meteorología (AEMET) en Cataluña. "Llevamos casi cuatro años de déficit de lluvias, pero no en todos los sitios por igual. En la cuenca del Ebro los embalses están al 77%, pero en las cuencas internas estamos al 23%", afirma el experto. La gran diferencia entre las dos zonas, añade, es que las borrascas del Atlántico que riegan el Ebro han sido las habituales en los últimos años, pero los temporales del Levante han llevado muy poca agua.
A esta diferencia geográfica se une una división política. La gestión del agua del Ebro, al cruzar varias comunidades, recae sobre el Ministerio de Transición Ecológica, mientras que los ríos interiores, como el Ter o el Llobregat, son de gestión autonómica, y es la Generalitat la que decide qué obras hidráulicas realizar y cómo se reparte el consumo de agua. Además, hay enormes diferencias en el consumo entre las dos partes. En las cuencas internas se concentra el 92% de la población y se consume al año unos 1.000 hectómetros cúbicos de agua (el 44% del consumo de agua es doméstico, el 36% agrícola y el 20% industrial). En la cuenca del Ebro, sin embargo, solo viven el 8% de los catalanes y se consumen unos 2.500 hectómetros debido a la agricultura y la ganadería (la demanda agrícola supone el 95% del total de esta comunidad).
Como la sequía severa afecta a las zonas urbanas de Cataluña, el escenario es diferente al que se suele plantear en el resto de la península. Cuando se habla de sequía en otras comunidades, el principal culpable —más allá del cambio climático— es la agricultura intensiva y el incremento de las tierras de regadíos, pero en este caso la solución también pasa por acotar el consumo en las ciudades y abordar las pérdidas en la red. La población ha crecido en más de medio millón de personas entre 2013 y 2023 (+7,6%) y el año pasado Cataluña recibió más de 18 millones de viajeros, un 21% más que el año anterior.
Hasta este martes, casi el 80% de la población catalana ha estado bajo situación de emergencia por sequía con restricciones en las ciudades, donde el consumo por habitante y día ha estado limitado a 200 litros, aunque en realidad la demanda media es muy inferior, de 124 litros, ligeramente por debajo de la media española. Desde este martes se ha suavizado la alerta a fase de excepcionalidad, con un máximo de consumo diario de 230 litros. Sobre el desperdicio de agua en las tuberías, la eficiencia es muy alta en las grandes urbes, de hasta el 95%, pero en municipios más pequeños se pierde hasta el 50%. El problema es de tal calado que la Agencia Catalana del Agua publicó este año ayudas para reducir las fugas y se inscribieron el 75% de los municipios.
Montserrat Termes, experta en Economía y Agua de la Universitat de Barcelona, explica que el problema está en la falta de infraestructuras para abastecer a la zona costera. En 2007 había sobre la mesa un plan para construir dos desaladoras y una serie de estaciones regeneradoras, que tratan el agua usada en las ciudades para riegos o piscinas, pero se paralizaron por la crisis de 2008. Además, como las lluvias son tan escasas en la mitad oriental de Cataluña, solo hay nueve presas en esa zona, mientras que el 75% de la capacidad de embalse está en el curso del Ebro catalán.
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El plan elaborado hace quince años que quedó en un cajón coincide en el tiempo con la última gran sequía de Cataluña, que ocurrió en 2008, y avala la tesis de que "el agua solo importa cuando nos falta", como dice Montserrat Termes. Carles Ibáñez, de la Fundación Nueva Cultura del Agua, afirma que aunque la Generalitat llega tarde, en los últimos años se ha puesto las pilas. "La cuestión es si las medidas van a ser suficientes para lo que nos viene en la próxima década. El cambio climático siempre va más rápido que la adaptación", señala.
Hasta el año 2021 y según la Agencia Catalana del Agua, el 95% del agua que se consumía en Barcelona provenía de ríos, lagos o acuíferos, que no se recargan si no llueve, por lo que la ciudad estaba muy expuesta a las sequías. Sin embargo, en este momento el 58% del agua que demanda la ciudad es desalinizada (33%) y regenerada (25%), y la ciudad condal ya no depende tanto de las precipitaciones. El año pasado había 24 plantas de regeneración en la costa y otras 21 pendientes de construir, y está pendiente la construcción de una nueva desaladora en Cubelles y la ampliación de la de Blanes.
Pese a la preocupación ciudadana, en la campaña electoral la sequía ha sido eclipsada por el problema de la vivienda y el turismo masivo, y en los debates electorales no ha habido propuestas rupturistas. PSOE y Esquerra Republicana apuestan por continuar con la política de los últimos tres años de reducir los consumos urbanos y las pérdidas de la red mientras se amplía la regeneración y la desalación, aunque las dos desaladoras no se esperan para antes de 2028. PP y Vox repiten su estrategia de las elecciones generales de apostar por los trasvases, y proponen conectar por tubería el Ebro con Barcelona, una obra que el Gobierno central ha descartado para evitar tensiones entre comunidades.