Yo, peón de Woody Allen

Arturo Pomar es recibido como un héroe a su llegada de Londres al aeropuerto de Barajas en febrero de 1946.

Paco Cerdà

1. El rey

Eres el rey. Mejor dicho: vas a serlo, que es todavía mejor. La expectativa, lo aspiracional, el sueño acariciado, los prolegómenos que lubrican toda felicidad. Quién te lo iba a decir a ti, Francisco Cerdà Arroyo, hijo de agricultor y de administrativa, natural del Genovés, un pueblo de dos mil habitantes al que siempre tienes que poner la apostilla –unpuebloalladodeXàtivayaunahoradeValència–porque nadie sabe dónde está. Quién te iba a decir a ti lo que te acaban de anunciar por teléfono. Te habían contratado los derechos audiovisuales de un libro tuyo, El peón. Eso ya era la bomba, claro. Pero hay más. Por un azar de la vida, y ese azar te ha tocado a ti, resulta que va a colaborar en esa película alguien que nació cincuenta años antes que tú con el nombre de Allan Stewart Konigsberg, hijo de un padre que era grabador de joyas, taxista y camarero y de una madre que trabajaba de contable en una floristería, un tipo natural de Brooklyn, distrito que no necesita apostilla porque todos sabemos dónde está. Lo que no sabe casi nadie es que, si bien tú cambiaste el Francisco por Paco, que sonaba a familia numerosa, ese tal Allan Stewart se cambió el nombre por otro más artístico y de más bella sonoridad: Woody Allen. Y ahora, por teléfono, en una conversación improbable que se alarga casi una hora mientras tú das vueltas incrédulas por el comedor de casa, resulta que el productor de tu película te está diciendo que un día tuvo una idea loca. Tu libro contaba la historia de Arturito Pomar, el niño prodigio del ajedrez que en los años cuarenta fue instrumentalizado por el franquismo, y también contaba tu libro la historia de su partida contra Bobby Fischer, el más grande ajedrecista de todos los tiempos que forjó su leyenda tras una dura infancia en Brooklyn. La idea loca era intentar seducir a Woody Allen, como quien lanza una botella al mar, aprovechando que es un loco del ajedrez, que adoraba a Fischer, que vivió en su juventud de manera apasionada el match del siglo, aquel duelo por la corona mundial del ajedrez en plena guerra fría que enfrentó en Reikiavik al americano Fischer con el soviético Spassky. La idea loca era tocarle la fibra a Woody Allen, que se encamina hacia los noventa años. Y tú, que no sabías nada de ese intento extravagante, te acabas de enterar de que Woody –por teléfono ya te hablan de él así, como si fuera alguien conocido, casi de la familia– acaba de decir que sí. Que pondrá su voz –la voz de Woody Allen– para el teaser de la película que se está levantando en torno a El peón. Y enseguida la imagen, siempre más rápida que la palabra, acude a tu mente: una enorme pantalla de cine por la que se despliegan dos nombres juntos: Woody Allen, Paco Cerdà. O mejor: Woody Allen & Paco Cerdà. O incluso mejor: Paco Cerdà & Woody Allen. Ves las letras enormes, dirías que las tuyas un poco más grandes que las suyas. Letras amarillas sobre fondo negro. Eres el rey.

2. El caballo

Es extraño el movimiento del caballo. Cuando va recto, se tuerce. Cuando parece que se tuerza, endereza su camino. Lo inesperado. El azar. La esencia misma del infortunio y la fortuna. Algo así te sucedió a ti. Primero, para llegar a esa historia. Ibas en tren de València a Madrid. Clase turista, último asiento del vagón, junto a la ventanilla. La pantalla emitía un Informe Robinson. Era corto, de apenas veinte minutos. Se titulaba El cartero genial. Las imágenes se sucedían a doscientos kilómetros por hora. Un niño increíblemente pequeño, muy serio y formal, jugaba al ajedrez contra hombretones en traje y corbata. Ese mismo niño hablaba por la radio, era paseado a hombros tras regresar de un torneo en Londres, posaba junto a Franco como héroe nacional. Todo en blanco y negro, arrullado por la voz del No-Do y con ese tufo inconfundible de la propaganda de posguerra: lentitud, mentiras, falsas sonrisas. Estaba la épica del niño prodigio mallorquín que con doce años le hacía tablas al campeón del mundo de ajedrez, el soviético Alekhine, y que con catorce ya era campeón de España e icono pop de un país hambriento, atrasado y gris. Una España en blanco y negro, devota de toreros y vírgenes, que vivía con colas, estraperlo, cartillas de racionamiento y miedo, y donde un niño afirmó la autoestima de todo un país. Estaba la poesía de un juego que es arte, que es ciencia, que es deporte, que es tan brutal como el boxeo sobre un cuadrilátero blanquinegro, con sus magulladuras en la mente. Pero estaba, ante todo, el drama del antihéroe: el niño utilizado por una dictadura, el niño prodigio explotado hasta la extenuación y luego abandonado por el régimen cuando más falta le hacía, en aquel Torneo Interzonal de Estocolmo de 1962, antesala del campeonato del mundo, cumbre deportiva y punto de inflexión para una vida difícil, la de esa mente brillante y luego enferma, reconvertida en anodino funcionario de Correos en Ciempozuelos. Allí le esperaba Bobby Fischer. Y tú te obsesionaste enseguida con esa idea: confrontar las historias de Arturito Pomar y Bobby Fischer, dos ajedrecistas utilizados por sus regímenes, tan distintos, tan iguales. Era un juego de tableros dentro de tableros, como matrioskas rusas. Primera capa: narrar aquella partida Pomar-Fischer de Estocolmo 62. Segunda: contar las vidas de Pomar y de Fischer de principio a fin. Tercera: encontrar peones políticos españoles y estadounidenses del año 1962 y relatar sus historias. Cuarta: reflexionar sobre el significado y las implicaciones personales de entregarse a un bando o ser utilizado por él y, luego, pagar por ello un precio de muerte, cárcel, exilio, soledad. El precio de ser peón. Esa idea vibraba en tu cabeza y trabajaste en ella tres años. Como un loco. Un caballo desbocado. Todo el poder de la ilusión. Y nada más publicarse el libro, un virus cambió el guión. La pandemia. Librerías cerradas. Miles de novedades caducadas de repente. Libros zombis. Nadie los vio. El tuyo era uno. El caballo que se desvía. Una putada. Sin embargo, tal vez te merecías un poco de suerte. Esa suerte llegó. Cuando el libro parecía olvidado para siempre, explotó la serie Gambito de dama. Tuvisteis una idea: conectar aquel fenómeno de la pelirroja Beth Harmon con Arturito Pomar, el gambito de dama real que tuvo la España de Franco. Bingo. Funcionó. El libro remontó. Varias ediciones consecutivas. Una atención mediática extraordinaria. Tu nombre en Babelia. Tu nombre en The Times. Tu nombre en The New York Times. Traducciones al francés, al inglés, al catalán, al portugués. Y la película. Llegaba la hora de la película. El giro inesperado del caballo.

3. El alfil

El alfil permite movimientos rápidos y lejanos. A los niños les encanta el alfil. Con él vas de una punta a la otra del tablero en una sola jugada; eso parece el mundo durante la infancia. El movimiento que iba a cambiar tu vida fue rápido, propio de alfil. Un primer correo: una productora cinematográfica con premios Goya se ha interesado por tu libro. Le encanta y desea hacer una película que adapte esa historia que ha crecido en tu mente... Una reunión por Zoom. Una llamada. Varios correos. Te impresiona lo que oyes y lees. Por ejemplo esto: ¿A Paco le interesa realizar el trabajo de guion o prefiere mantenerse al margen o con una función secundaria? Por ejemplo, esto: Creo que tenemos un material muy potente, pero que necesita una operación de bisturí muy afinada para seleccionar y cortar todo lo que no podemos sintetizar en noventa minutos. En todo caso, el potencial es mucho. Por ejemplo esto: Pomar es la esencia de la obra y nuestro personaje principal. Todo te supera. Te desarma. El movimiento del alfil marea. Por eso te pilla con la defensa baja y firmas lo que te ofrecen. El contrato es una opción para comprar los derechos audiovisuales de El peón antes de dos años. Una opción de compra. Qué más da cuánto dinero: te espera la gloria. Firmas 18.000 euros. Pero de momento solo os darán 2.000, como reserva de esa opción, a repartir entre la editorial y tú. Es decir: te tocan 1.200 eurazos. Te espera la fama. El alfil vuela. Eres un alfil. La partida avanza.

4. La torre

La torre es una pieza robusta sobre el tablero. Una fortificación que da seguridad. Por eso se la denomina rook en inglés. En neerlandés se la llama kastell. En euskera recibe el nombre de gaztelu, castillo. Una roca. Inamovible. Así parece el proyecto de la película cuando comienza a cobrar velocidad. Será una película de animación para adultos, un proyecto muy estético; carne de Goya. Te imaginas en la alfombra roja. No tienes ninguna corbata, menos aún pajarita. Y hacia ese mundo de colorín y sueño avanza la película. Te informan de que han pensado en un título alternativo. No se llamará El peón, se llamará Draw. Esa palabra tiene dos significados: dibujar y tablas. La película será dibujada y las tablas tienen un peso importante en la historia que narra El peón. Además, los productores del film quieren que la cinta tenga proyección internacional y un título en inglés ayudará. Aceptas. A estas alturas, di la verdad, qué no estarías dispuesto a aceptar. Más todavía cuando empiezan a seducirte con los primeros bocetos de dibujos. Ves a Arturito Pomar, con traje anchísimo para subrayar su corta edad. Ves los esbozos de los dibujos que animarán tu historia. Y los ves porque la partida avanza y Draw ha sido seleccionada para presentarse en el Cartoon Movie de Burdeos, el encuentro europeo más importante dedicado al mundo de la animación, que reúne a más de mil profesionales del mundo entero. Se presenta como un largometraje de animación con un presupuesto de tres millones de euros y un proceso de producción estimado de tres años. Paréntesis: tres millones de euros no suenan a dieciocho mil euros; aún menos suenan a mil doscientos eurazos. Pero cierras el paréntesis y sigues la partida. Porque esa selección en el Cartoon Movie significa el pistoletazo de salida para este largometraje de animación, el primero centrado en el mundo del ajedrez que se realiza en la Historia. Ves el cartel que han preparado. En grande: Draw. Abajo, bien visible: Based on the book by Paco Cerdà The Pawn. Hay también muchos peones y las caras, dibujadas en animación, de dos niños: Arturito Pomar, ojos almendrados, cejas finas, pelo negro con raya de posguerra, y Bobby Fischer, pelo rubio revuelto, orejas de soplillo, mirada felina. La noticia se publica en algunos periódicos. En Abc, en La Vanguardia, hasta en el Marca. La familia de Arturo Pomar se emociona: su padre va a protagonizar una película internacional. Tu familia se emociona: van a hacer una película importante sobre tu libro. Todo es sólido como un enroque. Solo hace falta tener paciencia de torre.

5. La dama

Viaje a Grecia, romance incluido

Viaje a Grecia, romance incluido

La dama empieza la partida en su guarida palaciega, resguardada tras los peones. A medida que avanza el juego va desplegando su omnipotencia arrolladora. En horizontal, en vertical, en diagonal, sin límite de escaques. Tras la llamada que anuncia la disposición de Woody Allen a poner su voz para el teaser de tu película, eres una dama. Te sientes invencible. El productor te anuncia que viajará a Nueva York a grabarle la voz a Woody. Ya siempre es Woody. Un día te envía una captura de pantalla con un trozo del contrato firmado con Woody. Su firma rotunda, tan artística la letra, va al pie del contrato. Tú alucinas. Otro día te anuncia que ya tienen fecha para volar a Nueva York. Pides ir tú también, no perderte el momento, estar en la casa de Woody y saludar a Woody y presenciar ese místico momento que cambiará tu carrera, seguramente tu vida, porque eres la dama y tu corona refulge a lo lejos. Pero te dicen que no. Que la seguridad lo impide. Que Woody es muy celoso de su intimidad y que solo puede ir el equipo justo para la grabación. Ni uno más. Y entonces te desgranan bien que lo que van a grabar, ese teaser o ese corto, es una historia que figura dentro del libro El peón, pero cuyo guión ha escrito el mismo productor que te había contactado. No tú. Suena un poco raro. No es El peón. No es Draw. Es otra cosa relacionada con Fischer. Y te dicen que si Woody entra, tal vez el proyecto deba adaptarse un poco porque su vuelo es internacional y adquiere una potencia estratosférica. Que irá sobre Fischer y Pomar pero que requerirá una adaptación respecto al texto original. Y tú, que salivas, dices que claro, que se adaptará lo que sea necesario. Y al cabo de unos días te envía la foto: tu productor, con una sudadera ocre de ajedrez, al lado de Woody en lo que parece la casa de Woody o el estudio de Woody en el Nueva York de Woody. Misión cumplida: voz grabada. Lo que parecía una idea loca, una botella en el mar que lanzaron por ti, se ha materializado, ha llegado a la orilla. Y al cabo de unos días, el productor te llama. La conversación dura cuarenta minutos. Sabes que firmasteis el contrato el 1 de septiembre de 2020. Te pagaron los 1.200 eurazos; mil euros limpios de impuestos. Eso es lo que te ha llegado hasta ahora, junto a toneladas de expectativas. La productora tenía dos años para ejecutar la opción de compra de los derechos y pagar los 16.000 euros restantes, de los cuales a ti te correspondían menos de diez mil. Ya ha pasado el tiempo desde la firma del contrato. Han pasado dos años y cuatro meses. Es enero de 2023. La opción aún no se ha ejecutado: lo de Woody lo ha demorado todo. Y entonces el productor comienza a hablar. La dama es omnipotente. Pero, en un momento de la partida, todas las piezas la acechan. Quieren acabar con ella. El productor habla y tú traduces sus rodeos verbales. En síntesis: que ha grabado la voz de Woody en Nueva York sobre el guion que él había escrito. Que ahora ha cambiado de idea y quiere hacer un largometraje centrado, únicamente, en la infancia de Bobby Fischer: una historia sobre Brooklyn, años 50, un grupo de niños y adolescentes que juegan al ajedrez. Que no va a meter nada de Pomar, nada de tus peones políticos, nada del Fischer adulto. Que, por lo tanto, no va a ejercitar la compra de derechos de El peón. Que deja libre la opción de compra que había bloqueado durante dos años y casi cinco meses, y que lo había llevado a aquel certamen de Burdeos, a los prototipos desarrollados de Arturito, que lo había llevado a la casa de Woody. Todo esto está dicho con la frialdad asesina de un ajedrecista: sin la más mínima empatía por el hecho que intentaba camuflar, y ese hecho es rotundo: ya no habrá adaptación de El peón. No existirá Draw. Más que bajarse del barco, te empuja a ti por la borda. Y no se toma la molestia ni de pagaros los 18.000 euros para que el editor y tú os los gastéis en pañuelos de papel que absorban bien las lágrimas en futuras galas de Goya y de Oscar. Ni siquiera te pagará un plato de bravas por el perjuicio económico y el desengaño personal. Si acaso, te propone, como compensación, si quieres estar en el equipo de guionistas que puedan participar en esa futura película y, si eso, empieza ya tú a investigar para él sobre aquel grupo de chavales de Brooklyn en los años cincuenta y te escribes un argumento de quince páginas que sirva de base para esa película y adiós. Cuelgas el teléfono. Hasta hoy.

6. El peón

Reflexionaste en muchos pasajes sobre esa palabra que inunda tu libro: peón. Escribiste de sus sacrificios, de su insignificancia congénita, del abismo del vacío y la descarnada intemperie que se abría bajo sus pies. Escribiste de esos cinco pasos, o seis, que son necesarios para despojarlo de su pesado destino, de los grilletes que le impone la jerarquía y la sumisión. Escribiste sobre esa inadvertida circunstancia. Que rey, dama, torre, caballo y alfil pueden deshacer sus movimientos: desandar el camino, regresar al origen, rectificar. Solo el avance del peón es irreversible. Condenado a moverse siempre hacia adelante, es el único incapaz de volver atrás. Reflexionaste mucho acerca del peligro que les acecha y la endeblez de sus armas, sobre su sacrificio comunal para debilitar la estructura adversaria. Buscaste en la etimología latina de la palabra –pedo, pedonis: soldado de a pie– y rastreaste el nombre que la pieza menos valiosa del ajedrez recibe en otras lenguas: en sánscrito, patadam; en persa, piyada; y en árabe, baidaq. En los tres casos contiene el significado de soldado de infantería, que se mueve a pie. En inglés es pawn, persona usada para promover los propósitos de otra, persona manipulada por otro, rehén. En francés es pion, persona o elemento que solo desempeña un papel mínimo, que es manipulado, del que se dispone con arbitrariedad. Te sumergiste en todas las dimensiones del peón. El peón sacrificado. El peón envenenado. El peón doblado. El peón pasivo. El peón asesino. La soledad del peón aislado. Pensaste en todo ello y escribiste esa primera frase rotunda: Nunca un peón es solo un peón. Sonaba épica, triunfal. Así empezaba el libro. Así empezó todo. Pero ya casi habías olvidado aquella otra frase escondida en la página 91 que escribiste con mimbres aforísticos y voluntad de antología. Esa frase que te acompaña ahora que Woody Allen nunca tendrá al lado el nombre de quien un día fue rey, otro día se sintió caballo, al otro alfil, que también fue torre y que hasta tuvo conciencia fugaz de ser dama. Esa frase, el mejor resumen de esta gran historia de sobremesa, dice así: Todo peón es una dama en potencia, y esa creencia, salvífica, suele ser su perdición.

Paco Cerdà es periodista y autor de los libros ‘14 de abril’, ‘El peón’ y ‘Los últimos’.

Más sobre este tema
stats