Urbicidio en Gaza o cómo Israel no tiene suficiente con destruirlo todo

Urbicidio en Gaza.

Zeina Kovacs y Gwenaelle Lenoir (Mediapart)

La imagen está filmada desde el cielo. El terreno está lleno de edificios grises y, de repente, uno de ellos colapsa formando una nube de polvo. El ayuntamiento de Rafah acaba de ser dinamitado, dice el pie de foto.

Una escena más de los últimos meses en la Franja de Gaza. Numerosos vídeos, como éste o este otro, muestran decenas y decenas de edificios, bloques de viviendas e infraestructuras que desaparecen en densas nubes grises cuando los soldados israelíes detonan los explosivos que han colocado previamente.

En otras partes, las bombas lanzadas desde el cielo o misiles disparados desde el mar transforman viviendas, edificios oficiales, torres de agua, plantas de tratamiento de aguas residuales y escuelas en montones de escombros y chatarra retorcida.

Las cifras varían de una fuente a otra, lo que se explica fácilmente por la dificultad de verificar sobre el terreno los datos proporcionados por las imágenes de satélite. Pero todas tienen algo en común: describen una destrucción a una escala exorbitante.

El Beirut Urban Lab, inscrito en la Universidad Americana de Beirut, está llevando a cabo un proyecto de investigación titulado “Tracing the Urbicide in Gaza” (Rastreando el urbicidio en Gaza). El 6 de julio, última fecha de actualización, el laboratorio informaba de que casi la mitad de los edificios de la Franja de Gaza, el 46,8%, han resultado dañados o destruidos.

Destrucción a una escala nunca vista desde 1945

El Banco Mundial, en colaboración con Ipsos, ha publicado una “Evaluación mensual de la destrucción”, que analiza doce sectores desde el 12 de octubre de 2023, desde la vivienda hasta la agricultura, pasando por las finanzas, la propiedad, la educación, la sanidad, la energía y otros sectores. Los datos son estremecedores.

Hasta el 21 de junio, según su último estudio, el 64% de las viviendas habían resultado dañadas o destruidas, lo que representa 300.000 casas o pisos, el equivalente a toda la ciudad de Toulouse.

Las infraestructuras también han sido demolidas.  Están fuera de servicio el 84% de las instalaciones de agua, saneamiento e higiene. Esto incluye plantas de tratamiento de aguas residuales, depósitos de agua, estaciones de bombeo y plantas desalinizadoras.

“El nivel de destrucción en Gaza es tal que la reconstrucción de las infraestructuras públicas requeriría ayuda externa a una escala no vista desde 1948”, se puede leer en el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en un informe publicado el 1º de mayo de 2024. La agencia añade: “Incluso en el caso de un escenario optimista en el que los materiales de construcción se quintuplicaran en Gaza, se necesitaría hasta 2040 para reconstruir las viviendas destruidas.”

Esta previsión puede parecer hoy incluso demasiado optimista, ya que la destrucción continúa día tras día, asolando todo el territorio y todos los sectores.

Los expertos hablan de “urbicidio”, un concepto acuñado en los años sesenta que se traduce como la voluntad política de destruir las ciudades en el sentido más amplio, e incluso de “domicidio”, que se refiere a la destrucción de todo tipo de viviendas.

El relator especial de la ONU sobre el derecho a una vivienda digna, Balakrishnan Rajagopal, escribió esto en el New York Times a finales de enero de 2024: “Gran parte de las infraestructuras de Gaza que hacen habitables las viviendas –sistemas de agua y saneamiento, educación, electricidad y salud, así como infraestructuras culturales como mezquitas, iglesias y edificios públicos e históricos– han sido dañadas o destruidas. Este arrasamiento de Gaza como lugar borra el pasado, el presente y el futuro de muchos palestinos. De hecho, lo que ha sucedido con los hogares y las vidas en Gaza es un crimen en sí mismo: un domicidio. Quizá no sea exagerado decir que gran parte de Gaza ha quedado inhabitable”.

El relator hace campaña para que el “domicidio” se considere crimen contra la humanidad, y así lo escribió en un informe presentado a la ONU sobre la destrucción de la ciudad ucraniana de Mariúpol por el ejército ruso.

La destrucción del entorno urbano y de todo lo que hace posible vivir en él es tan antigua como las ciudades y las propias guerras. En los tiempos contemporáneos tenemos ejemplos emblemáticos en Sarajevo, Grozny, Alepo y Mariúpol.

El urbicidio comenzó antes de octubre de 2023

Los expertos creen que este urbicidio, e incluso este domicidio, no comenzó con la guerra de represalias emprendida por Israel tras la masacre cometida el 7 de octubre de 2023 por Hamás y otras facciones palestinas, sino antes.

"El urbicidio comenzó con el bloqueo de la Franja de Gaza en 2007 [después de que Hamás se hiciera con el control del territorio palestino]. El principal objetivo del gobierno israelí no era tanto matar a los dirigentes de Hamás o de otras facciones palestinas como destruir también la estructura física de la Franja de Gaza”, afirma Francesco Chiodelli, profesor de Geografía Urbana y Política de la Universidad de Turín (Italia) . “Es un castigo colectivo, diseñado para mantener a la población gazatí en una situación de extrema precariedad, para animarla a deshacerse de Hamás”.

Antes de la guerra actual, este pequeño territorio palestino había sido objeto de varias ofensivas destructivas, de las que la población gazatí no podía escapar, ya que el espacio terrestre, aéreo y marítimo estaba bajo control israelí: en 2008-2009, en 2012, de nuevo en 2014 y de nuevo en 2021.

Es mucho peor que cualquier cosa que hayamos visto antes, mucho peor que Rotterdam, Dresde o Tokio durante la Segunda Guerra Mundial, o Homs y Mariúpol más recientemente

Balakrishnan Rajagopal, Relator Especial de la ONU sobre el derecho a una vivienda digna

El urbicidio no se limita a la destrucción física, mediante bombardeos, detonaciones o el uso de maquinaria como excavadoras, sino que también abarca el impedimento de la reconstrucción: “Incluso antes del 7 de octubre, Israel utilizó todo tipo de métodos, limitando drásticamente, gracias al bloqueo, la entrada de materiales de construcción y la circulación de personas”, señala Deen Sharp, geógrafo urbano e investigador visitante en la London School of Economics.

Pero lo que está pasando ante nuestros ojos desde hace casi once meses es excepcional.

Nunca, dicen expertos y geógrafos, se había presenciado algo de esta magnitud. “Es mucho peor que todo lo que hayamos visto antes, mucho peor que Rotterdam, Dresde o Tokio durante la Segunda Guerra Mundial, o que Homs y Mariúpol más recientemente”, explica Balakrishnan Rajagopal a Mediapart. “Nunca había visto el nivel de destrucción y ferocidad que estamos viendo en Gaza. Se han lanzado más bombas y se han creado más escombros en Gaza que en cualquier otro conflicto que se haya estudiado”.

En guerras anteriores, los ataques eran más selectivos. Golpeaban edificios específicos y edificios públicos, además de algunas instalaciones industriales. Las centrales eléctricas, por ejemplo, eran atacadas sistemáticamente”, prosigue Francesco Chiodelli. “Pero ahora la destrucción parece totalmente fuera de control, porque el ejército israelí ataca todo sin excepción. El objetivo parece ser que el desastre total sea inevitable, que Gaza vuelva a ser una zona cero.”

El ejército israelí, contactado por Mediapart, respondió: “No hay ninguna doctrina en las IDF [Fuerzas de Defensa de Israel - ndr] que tenga como objetivo causar el máximo daño a la infraestructura civil fuera de las necesidades militares. Las acciones de las IDF se basan en la necesidades militares y son conformes al derecho internacional.”

En una extensa respuesta a nuestras preguntas, afirma que está actuando para impedir que Hamás amenace a los ciudadanos israelíes y que está poniendo en marcha un plan para defender el sur de Israel. “Hamás y otras organizaciones terroristas están colocando ilegalmente sus activos militares en zonas civiles densamente pobladas. En algunos casos, barrios enteros de la Franja de Gaza se transforman en complejos de combate utilizados para emboscadas, que albergan centros de mando y depósitos de armas, túneles de combate, puestos de observación, posiciones de tiro, casas con trampas explosivas y para colocar explosivos en las calles”.

Lo que estamos presenciando es un urbicidio de lo íntimo. Están destruyendo el más mìnimo fragmento de la vida de la gente

Francesco Chiodelli, geógrafo y urbanista

Ese argumento, presentado sistemáticamente cada vez que se critican las acciones militares israelíes, no es de recibo para los expertos. “Incluso cuando los israelíes justifican su acción afirmando que en realidad están atacando los centros de mando y control de Hamás –una afirmación que por lo general nunca se demuestra–, la destrucción masiva e indiscriminada de viviendas nunca está autorizada, replica Balakrishnan Rajagopal.

“Desde el punto de vista del derecho internacional –continúa Deen Sharp–, demoler un barrio entero a causa del lanzamiento de cohetes pisotea la obligación de proteger a los civiles y garantizar que no queden atrapados. También incluye sus hogares y barrios. No estamos hablando aquí de combates que tienen lugar en campamentos militares o trincheras. Estamos hablando de salones, de lugares de trabajo y, en muchos casos, de escuelas. Lo que estamos viendo en Gaza es el desencadenamiento de una venganza increíble, la materialización de la idea fundamental del urbicidio, de esta destrucción deliberada”.

Destruir la memoria y el catastro

La violencia extrema desatada contra el tejido urbano y las infraestructuras de la Franja de Gaza va más allá de una operación militar con objetivos racionales y bien pensados. Tiene una lógica genocida, argumentó Tembeka Ngcukaitobi en nombre de Sudáfrica ante el Tribunal Internacional de Justicia en la vista del 11 de enero de 2024. El abogado sostuvo que la demolición explosiva de barrios enteros, en Shuja'iyya y Jan Yunis, por ejemplo, respondía a las órdenes de los dirigentes israelíes de arrasar Gaza. Para respaldar sus afirmaciones, mostró vídeos filmados y difundidos por soldados israelíes que asumían la responsabilidad de la destrucción masiva.

“Los soldados tienden ahora a grabarse a sí mismos cometiendo atrocidades contra los civiles de Gaza, en una especie de “vídeo snuff”. Uno de ellos se grabó a sí mismo volando más de 50 casas en Shuja'iyya; otros soldados fueron filmados cantando: 'Destruiremos todo Jan Yunis y esta casa', 'Os volaremos por lo que sois y por lo que hacéis'”, afirmó el letrado Ngcukaitobi.

En la plétora de publicaciones en las redes sociales, la web de investigación Bellingcat encontró fuentes que le permitieron rastrear las actividades de un batallón de ingenieros, el comando 8219, asociado a la brigada 551, miembro de la división 98. La investigación de Bellingcat muestra, por ejemplo, que el hallazgo de dos coches con armas y un dron llevó al comando a volar varios edificios de diez plantas.

En otros vídeos, los soldados aparecen disfrutando de las detonaciones y posando frente a viviendas transformadas en una nube de polvo gris.

“Lo que están destruyendo son los recuerdos de la gente. Una casa es un nido. Es donde estás con tus seres queridos, con tu familia”, analiza Francesco Chiodelli. “Lo que estamos presenciando es un urbicidio de lo íntimo. Están destruyendo el más mínimo fragmento de la vida de las personas”.

Nour Elassy es una joven veinteañera que estudia literatura inglesa y francesa. Vive con su padre, profesor jubilado, su madre y su hermana pequeña en el distrito de Shuja'iyya. Cuando se fue de casa, lo único que se llevó fue un libro y algo de maquillaje. Ahora, desplazada al centro de la Franja de Gaza, cuenta a Mediapart lo que ha perdido.

“Era una casa preciosa, muy tranquila. Teníamos un jardín con limoneros, olivos y rosales que mi madre cuidaba. Por supuesto, no siempre era fácil; sólo teníamos seis horas de electricidad al día, ocho como mucho, y a menudo nos quedábamos sin agua. Pero yo tenía mi propia habitación, y esa habitación lo era todo para mí. Allí estudiaba, pintaba, dormía y a veces comía”, recuerda. “También me gustaba mucho sentarme en la terraza. No pasaba un día sin que fuera allí a ver la puesta de sol. O, en invierno, a ver llover. Ellos [el ejército israelí] me quitaron todo eso”.

Nour tenía especial predilección por el barrio de Rimal, en la ciudad de Gaza, un distrito chic lleno de cafés y artistas. “Y las luces de Ramadán cerca de mi casa en Shyja'iyya”, añade.

Hoy, con voz suave, dice sentir “tristeza, pero sobre todo rabia”: “Quieren que se olvide que vivíamos allí. Quieren borrar toda nuestra vida, arrasar este lugar llamado Gaza”.

Nour espera vivir lo suficiente para ver la reconstrucción de posguerra, algo que no será nada fácil. No sólo por la magnitud de la destrucción, sino también porque, como cuenta el periodista Rami Abou Jamous, el ejército israelí voló el palacio de justicia, que albergaba los archivos judiciales, y el edificio que albergaba el “taabou”, el registro de la propiedad y el catastro. Los habitantes de Gaza ya no tienen ninguna prueba de que poseían un terreno, una casa o un edificio. Lo único que tienen son recuerdos.

Menos de cinco litros de agua por persona y día

La destrucción de las infraestructuras de abastecimiento de agua y saneamiento está teniendo consecuencias desastrosas para la salud de los habitantes de la Franja de Gaza. Además de la imposibilidad de satisfacer sus necesidades de agua potable, cuando las temperaturas estivales superan los 30°C, la población padece enfermedades fácilmente evitables, sobre todo gástricas y dermatológicas.

En julio, un informe de la ONG Oxfam revelaba que sólo se dispone de 4,74 litros de agua por persona y día. “Esto es menos de un tercio del mínimo recomendado en caso de emergencia y equivale a menos de una descarga del inodoro”, escribió la ONG.

Según la ONG, han resultado dañados o destruidos el 70% de las bombas de aguas residuales, todas las instalaciones de tratamiento de aguas residuales y los principales laboratorios de análisis de la calidad del agua. Según la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU (OCHA), la destrucción de infraestructuras y redes de tratamiento y drenaje de aguas residuales alcanza el 68% en algunas zonas, lo que ha provocado inundaciones de aguas residuales en varios campamentos.

En cuanto al suministro de agua potable, los investigadores del Beirut Urban Lab habían contabilizado como fuera de servicio hasta el 6 de julio 14 de las 23 plantas desalinizadoras, 14 de las 35 estaciones de bombeo y 6 de los 11 depósitos de agua.

Antes de la guerra, Najma Farès, una técnica de aguas que había huido a Egipto, estaba instalando minicentrales de filtrado en Gaza para distribuir agua gratis a los residentes que no podían permitirse comprar agua embotellada. “Mis colegas que siguen en Gaza intentan desmantelar las estaciones intactas y trasladarlas a los campamentos”, explica. Tras la orden de evacuación de Rafah en mayo, se trasladó una nueva estación al campo de refugiados de Jan Yunis. Han sido rehabilitadas otras estaciones destruidas al principio de la guerra, como la de Beit Hanoun, que abastece al norte de la Franja de Gaza.

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Pero para hacerla funcionar se necesita gasóleo. Debido a la escasez, no podemos satisfacer las necesidades de agua de todos”, explica la especialista. El pasado mes de mayo, UNICEF declaró a la BBC que su gran planta desalinizadora de Deir Al-Balah funcionaba sólo al 30% de su capacidad, debido a la falta de combustible.

 

Traducción de Miguel López

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