El boicot sin tregua de Israel para torpedear la ayuda humanitaria a Gaza

Un grupo de niños palestinos hacen fila para recibir una ración de comida de un comedor social en Jabalia, al norte de la Franja de Gaza.

Gwenaelle Lenoir (Mediapart)

Doce de las organizaciones humanitarias más importantes del mundo han firmado un llamamiento, publicado el 18 de abril, que contiene esta frase: “La hambruna no es solo un riesgo, sino una realidad que amenaza con extenderse rápidamente por casi toda la Franja de Gaza. La ONU ha advertido de que la crisis humanitaria en Gaza es la peor que ha vivido en los últimos dieciocho meses”. Bajo el título “Dejadnos hacer nuestro trabajo”, subraya la urgencia de la situación en la Franja de Gaza, donde ya no se satisfacen ni las necesidades más básicas.

El territorio palestino está herméticamente cerrado. Desde el 2 de marzo, hace ya cincuenta y tres días, los puestos fronterizos, todos controlados por Israel, no han dejado pasar ningún camión de ayuda.

Desde esa fecha, los trabajadores humanitarios están narrando una catástrofe anunciada.

El Gobierno israelí decidió este bloqueo total al final de la primera fase de la tregua en vigor desde el 19 de enero. La segunda fase debía marcar la liberación, por parte de los grupos armados palestinos, de los últimos rehenes israelíes, vivos y muertos. Benjamín Netanyahu y su coalición de extrema derecha han decidido modificar los términos del acuerdo, exigiendo la prolongación de la primera fase y la liberación incondicional de todos los rehenes. El primer ministro israelí ha elegido el bloqueo de la ayuda como medio de presión.

Tras la negativa de Hamás, Netanyahu decidió romper el alto el fuego. En la noche del 17 al 18 de marzo se reanudaron los bombardeos con extrema intensidad. Desde entonces, el pequeño territorio está siendo bombardeado de norte a sur, partes enteras han sido ocupadas por las fuerzas terrestres y la población se ve nuevamente sacudida.

“No entrará en Gaza ni un grano de trigo”, declaró Bezalel Smotrich, ministro de Finanzas, en declaraciones recogidas por el diario israelí Yediot Aharonoth el 7 de abril.

Almacenes vacíos

El uso de la ayuda humanitaria como arma es contrario al derecho internacional. El propio presidente francés lo recordó el 8 de abril, durante su visita a El Arish, en Egipto, ante responsables de organizaciones humanitarias que esperaban desesperadamente poder introducir productos de primera necesidad en la Franja de Gaza.

El ministro de Defensa, Israel Katz, fue más allá al declarar el 16 de abril: “Nadie está considerando actualmente autorizar la entrada de ayuda humanitaria en Gaza, y no se está preparando nada para permitir dicha ayuda”.

Mientras, en Gaza, los trabajadores humanitarios ven cómo las reservas se agotan inexorablemente.

A finales de la semana pasada, según una fuente humanitaria que pide el anonimato, el Programa Mundial de Alimentos (PMA) terminó de distribuir todas sus reservas a sus socios. A finales de marzo les quedaban 5.700 toneladas de alimentos, pero hoy los almacenes de la ONU están vacíos y las organizaciones que abastecen a los comedores comunitarios solo tienen provisiones “para unos días, como mucho”.

Las cocinas colectivas atendidas por el PMA, las llamadas tekkiya, sirven entre 360.000 y 400.000 comidas calientes al día. Junto con las de la organización World Central Kitchen (fundada por el cocinero español José Andrés, ndt), que proporciona otras tantas, no llegan ni a la mitad de la población de Gaza. “Una comida solo proporciona el 25 % de las calorías necesarias al día”, añade nuestra fuente.

Ese plato suele ser el único alimento disponible desde que cerraron las veinticinco panaderías abastecidas por el PMA al agotarse sus reservas de harina. Un millón de personas se han quedado sin pan, base de su alimentación desde hace meses debido a la escasez de otros alimentos y a sus precios, demasiado elevados para la mayoría de las familias.

Existe una acción deliberada para socavar los esfuerzos de los actores humanitarios, que se han visto constantemente abocados al fracaso

Gavin Kelleher, trabajador humanitario

Desde el inicio del bloqueo total, el PMA ha reducido las raciones que distribuye normalmente a la mitad de la población, es decir, dos sacos de harina de 25 kilos y dos cajas de 22 kilos cada una con arroz, lentejas y conservas por cada unidad familiar de cinco personas.

“Estamos distribuyendo las últimas tiendas de campaña, los últimos kits de higiene, los últimos productos sanitarios básicos y pronto no podremos suministrar ni agua potable porque estamos agotando nuestros medios de depuración”, explicaba hace una semana a Mediapart Gavin Kelleher, de la ONG Consejo Noruego para los Refugiados (NRC).

Este responsable humanitario, que lleva un año en la Franja de Gaza, recuerda que los obstáculos a la distribución de la ayuda no son nada nuevo: “Creo que hay una acción deliberada para socavar los esfuerzos de los actores humanitarios, que se han visto constantemente abocados al fracaso. Nunca se nos ha permitido transportar suficientes suministros ni desplazarnos libremente por Gaza para llegar a la población necesitada tanto como deberíamos, lo que compromete toda la intervención”.

Desplazamientos de alto riesgo

Hasta el 2 de marzo, algunos obstáculos eran meras trabas burocráticas. Los palés de 1,70 x 1,70 metros deben medir, de la noche a la mañana, 1,60 x 1,60 metros, por lo que hay que volver a cargar todos los camiones.

La lista de productos prohibidos —los denominados de doble uso— cambia constantemente y, también en este caso, sin información previa.

La prohibición de importar baterías de coche, lámparas solares o generadores, por ejemplo, constituye por sí sola un obstáculo para el trabajo humanitario: tras más de un año de guerra, los motores se averían y no encuentran piezas de recambio.

Mucho más grave aún: “Gaza ostenta ahora el triste récord de ser el lugar más mortífero del mundo para los trabajadores humanitarios. No podemos operar bajo las bombas ni guardar silencio mientras matan a nuestro personal”, escriben las doce ONG en su llamamiento del 18 de abril. “Desde octubre de 2023, en Gaza se ha constatado la muerte de más de 400 trabajadores humanitarios y 1.300 profesionales sanitarios, a pesar del derecho internacional humanitario que exige su protección”.

Los desplazamientos dentro de la Franja de Gaza son peligrosos. Para garantizar su seguridad, los trabajadores humanitarios están en contacto permanente con dos organismos israelíes dependientes del ejército: el COGAT y el CLA. Son ellos quienes gestionan los desplazamientos, las entradas y salidas de bienes y personas.

Esos desplazamientos se rigen por normas precisas, establecidas por las autoridades israelíes y destinadas a garantizar su seguridad.

Aunque todos los edificios que albergan organizaciones humanitarias están debidamente señalizados, han sido atacados dos edificios con el logotipo del CICR

En las zonas tampón, donde hay soldados y blindados, es decir, a lo largo de las fronteras con Israel y Egipto, en los corredores este-oeste creados por el ejército israelí, que actualmente son tres, y en las zonas donde se están llevando a cabo operaciones militares, los trabajadores humanitarios necesitan coordinación. En este caso, la organización transmite la información sobre la hora y la ruta al menos veinticuatro horas antes del desplazamiento y la comparte a lo largo de toda la operación.

En las demás zonas, las organizaciones utilizan un sistema más sencillo, denominado “notificación”, para informar de sus movimientos.

Pero todo se ha ido endureciendo con el tiempo. “Antes del alto el fuego, la oficina de coordinación israelí en contacto con el ejército nos decía, por ejemplo, ‘no recomendamos este desplazamiento’” explica a Mediapart un trabajador humanitario que acaba de regresar de Gaza. “Y luego pasó a ser ‘no tendremos en cuenta este desplazamiento’. Eso lo cambia todo en términos de protección”.

Una protección ya frágil que ha desaparecido desde el 18 de marzo con la reanudación, a un nivel sin precedentes, de los ataques y los disparos. A pesar de que todos los edificios que albergan organizaciones humanitarias están debidamente señalados, con coordenadas GPS, al ejército israelí, el 24 de marzo y el 16 de abril  fueron atacados dos edificios con el logotipo del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR). Ya no hay personal humanitario a salvo.

“Desde la ruptura del alto el fuego, el ejército ya se niega a tener en cuenta las notificaciones”, continúa Gavin Kelleher. “Muchos trabajadores humanitarios ya no salen de sus cuarteles generales por miedo a ser blanco de ataques o de un disparo. Evidentemente, la distribución de la ayuda y las visitas a la población se ven muy dificultadas”.

Las nuevas normas prohíben la entrada al enclave palestino a cualquier persona que no reconozca a Israel como “Estado judío y democrático”

Por ejemplo, dos carreteras atraviesan la Franja de Gaza de norte a sur. Al este, la carretera Salah ed-Din está cerrada por el ejército y por la carretera costera no se puede circular con vehículos motorizados. “Todavía tenemos en el sur del territorio productos para las plantas desalinizadoras, que necesitamos en el norte. Lo mismo ocurre con las tiendas de campaña y el combustible. Pero no obtenemos los permisos para hacer este trayecto con nuestros coches y camiones. Si lo hacemos, corremos el riesgo de ser atacados”, explica Gavin Kelleher.

Las rotaciones del personal internacional siguen teniendo lugar dos veces por semana, pero en condiciones difíciles. Dos semanas antes de su entrada en la Franja de Gaza, debe ser presentado a las autoridades israelíes el listado del personal internacional. Se han publicado nuevas normas que prohíben, por ejemplo, la entrada en el enclave palestino a cualquier persona que no reconozca a Israel como “Estado judío y democrático” o que apoye a los tribunales internacionales que juzgan a los responsables y soldados israelíes, o que haga llamamientos al boicot de Israel.

Los bienes autorizados también están limitados y, sobre todo, no podrán permanecer en el lugar y deberán salir de Gaza con las mismas personas. Es el caso de los chalecos antibalas y los cascos, los ordenadores y los teléfonos. “Además, la cantidad de dinero en efectivo por persona es muy limitada, 650 euros, lo que es ridículo cuando permanecen allí semanas enteras”, explica a Mediapart un trabajador humanitario que acaba de regresar de Gaza. “Por lo tanto, no podemos proporcionar a nuestros colegas palestinos ni equipos de protección ni dinero en efectivo”.

Saqueos

Además, hay bandas que saquean los convoyes bajo la mirada de los soldados israelíes. Hasta ahora, las amenazas se cernían más sobre los camiones y su carga. No eran blanco de la muchedumbre hambrienta, como ha ocurrido en ocasiones y ha sido ampliamente documentado, sino de bandas armadas que operan en zonas controladas por el ejército israelí. En esos casos, los diferentes testigos interrogados por Mediapart han pedido permanecer en el anonimato.

La inmensa mayoría de los ataques y malversación de la ayuda tuvieron lugar antes del alto el fuego. Durante la tregua, la policía de Hamás, uniformada o no, retomó el control del territorio y protegió los convoyes. Pudieron entrar diariamente en el enclave seiscientos camiones y llegar sin ser interceptados a los almacenes de las organizaciones humanitarias y las empresas privadas comerciales que podían fletarlos.

Pero desde la reanudación de la guerra, y con la escasez de productos, han vuelto a empezar los saqueos. Estos tienen lugar en el trayecto entre los almacenes y los puntos de distribución, a menor escala que antes, ya que los movimientos humanitarios se han reducido considerablemente.

En noviembre de 2024, la ONU calculó que habían sido atacados y saqueados por bandas armadas 75 convoyes desde que apareció este fenómeno. El mayor botín de los saqueadores se produjo el 16 de noviembre: poco después de entrar por el paso habitual, el de Kerem Shalom, fueron asaltados 109 camiones fletados por la UNRWA y el PMA. La carga de 98 de ellos fue saqueada y los vehículos fueron secuestrados o dañados.

Fueron los israelíes quienes, en el último momento, nos ordenaron coger el corredor de Filadelfia para bajar hacia el sur, hacia la zona costera, o unirnos a la carretera de Salah ed-Din. Siempre era en Salah ed-Din donde nos esperaban y nos atacaban

Abou Imane, camionero

En ese ataque, como en la mayoría, todos señalan a un hombre: Yasser Abu Shabab, descendiente de una familia beduina de Rafah, encarcelado y condenado por asesinato bajo el régimen de Hamás, y liberado con motivo de la guerra. “Es un hombre de unos cuarenta años, más bien bajo y delgado. Se hizo con una pequeña fábrica en Shoka, cerca de Rafah, muy cerca del paso fronterizo de Kerem Shalom, y la convirtió en su cuartel general”, explica uno de nuestros testigos, Abu Sami, traficante de cigarrillos. “Empezó a desviar la ayuda bloqueando las carreteras con postes y obstáculos diversos para detener los camiones y servirse, y luego pasó a los ataques a mano armada”.

Los Abu Shabab, una de las grandes familias beduinas del sur de la Franja de Gaza, no tenían fama de ladrones ni contrabandistas antes de Yasser Abu Shabab. “Los mokhtar de estas familias, hombres respetados que tienen la autoridad tradicional, se declaran totalmente superados y no tienen ningún control sobre estas bandas”, asegura a Mediapart un buen conocedor de la zona. “Incluso les tienen miedo”.

Se rumorea que el grupo de Yasser Abu Shabab cuenta con unos seiscientos o setecientos hombres. Abu Imane, camionero, los apoda “las hormigas”. Él mismo ha sido amenazado y agredido. “Cuando atacan, si no te detienes, disparan a las ruedas o directamente a ti. Luego, un tipo se sube a la cabina, se sienta a tu lado y te apunta con la pistola a la cabeza, y tú conduces así hasta un almacén”, cuenta a Mediapart. “Por lo general, es Abou Shabab quien supervisa la descarga. Él escoge los palés. Sabe exactamente dónde está lo que le interesa”.

“Se centra especialmente en los cigarrillos, que entran ocultos en otros cargamentos, y en el combustible”, explica por su parte Abu Sami, que se abastecía con él hasta el alto el fuego. Según el revendedor de cigarrillos, algunas organizaciones, más comerciales que humanitarias, aceptaban negociar con Abu Shabab el “paso” de sus camiones. Otros pagaban a guardias armados para que vigilaran el trayecto de su carga.

“Las grandes ONG internacionales y las agencias de la ONU siempre se han negado a ceder al chantaje”, afirma un trabajador humanitario, que acusa a los israelíes de jugar un juego más que turbio.

El cuartel general de Abu Shabab se encuentra cerca de las posiciones militares israelíes en Kerem Shalom. Los ataques se producían en zonas controladas por el ejército israelí, a veces a poca distancia del paso fronterizo. “Son los israelíes quienes, en el último momento, nos ordenaban coger el corredor de Filadelfia para bajar hacia el sur, hacia la zona costera, o llegar a la carretera de Salah ed-Din”, afirma Abu Imane, el conductor. “Siempre nos esperaban y nos atacaban cerca de Salah ed-Din”.

Esa zona se había vuelto tan peligrosa que los trabajadores humanitarios consiguieron pasar por una terminal más al norte, la de Kissoufim. Pero allí también se produjeron ataques.

“Delante de las narices de los soldados israelíes”, informa otro trabajador humanitario que acaba de regresar de Gaza. “Saben enviar drones para atacar a los policías de Hamás que protegían nuestros convoyes. Entonces, ¿por qué no a los tipos de las bandas que vienen a saquearlos?”.

Todos los testigos interrogados por Mediapart dan la misma respuesta: las autoridades israelíes favorecen el caos en materia de seguridad para impulsar mejor su idea de hacerse cargo de la distribución de la ayuda. Se trata de elegir a quienes podrán beneficiarse de ella y de afianzar completamente su control sobre la población.

Sería fácil pensar que se trata de un delirio paranoico de personas que llevan demasiado tiempo en Gaza. Pero hay un documento que apunta precisamente en esa dirección. Fechado en enero de 2025, se titula “Plan humanitario para las islas de Gaza, fase intermedia”. Redactado por el Foro Israelí de Defensa y Seguridad, un think tank de exoficiales, aboga por la división de la Franja de Gaza en islotes en los que se agruparía la población.

La distribución de la ayuda humanitaria estaría supervisada y controlada por Israel: “La responsabilidad de la ayuda humanitaria en Gaza se transferirá de la UNRWA y Hamás a una dirección humanitaria con sede en las ciudades que acogen a personas desplazadas dentro del territorio y que se basará en certificados biométricos”, escriben los autores. Y añaden: “En general, la dirección humanitaria encargada de coordinar las operaciones será israelí, pero las ciudades que acogen a los desplazados y la ayuda sobre el terreno serán gestionadas de forma autónoma desde el interior de las ciudades por la población local y las organizaciones humanitarias”.

El Foro Israelí de Defensa y Seguridad es afín a la coalición de extrema derecha que gobierna Israel desde diciembre de 2022. De aquellos que prometieron que “No entrará en Gaza ni un grano de trigo”.

Caja negra

Mediapart ha solicitado información al ejército israelí y al COGAT. En el momento de publicar este artículo, no hemos recibido respuesta de ninguno de ellos.

El miedo a morir de hambre acorrala a los gazatíes por el bloqueo israelí a la ayuda humanitaria

El miedo a morir de hambre acorrala a los gazatíes por el bloqueo israelí a la ayuda humanitaria

Los trabajadores humanitarios han pedido el anonimato para preservar la posibilidad de que sus organizaciones sigan trabajando en la Franja de Gaza, sujeta a autorizaciones israelíes.

 

Traducción de Miguel López

Más sobre este tema
stats