Librepensadores
Amos y esclavos en el siglo XXI
¿Desde cuándo el ser humano empezó a tener conciencia de pertenecer a un rebaño? Lo desconozco, pero casi me atrevería a asegurar que desde el momento en que la tuvo empezaron los enfrentamientos entre humanos por algo distinto que la subsistencia.
El ser humano, en cuanto a animal, separado de la racionalidad, puede terminar enfrentándose con otros congéneres por razones de supervivencia, territorio o manada, como cualquier otro animal; sin embargo, en cuanto queda ligado a la racionalidad se empieza a diferenciar del resto de los componentes del reino animal y los enfrentamientos con sus congéneres suelen generarse por cuestiones más ligadas a la razón [en su acepción de facultad de discurrir] que al instinto.
Podemos retrotraernos en el tiempo, hasta dónde la memoria histórica nos alcance, y repasar los motivos que han llevado al homo sapiens a enfrentarse con los de su especie. Banderas, religión y, en definitiva, poder. Las banderas por lo que representan, el nacionalismo, yo soy mejor que tú porque he nacido aquí, tengo más honor que tú porque me emociona mi himno que es más sagrado que el tuyo; la religión, soy mejor que tú porque mi dios es el verdadero… La racionalidad es capaz de encontrar el motivo para enfrentarse con el prójimo y poderlo justificar. Pero la racionalidad no actúa de manera espontánea y en la misma dirección dentro de un grupo y, por tanto, hay que dirigirla, hay que domesticarla para que pueda ser manipulada y empleada en beneficio del componente del grupo más inteligente, más desaprensivo y con más ansias de poder. El poder, fin último de cualquier contienda.
A lo largo de los siglos se nos han ido justificando razones para la guerra. La geografía, en su término más absoluto, es una ciencia descriptiva, cuando le ponemos el apellido de política nos descubre uno de los principales motivos de enfrentamiento entre humanos, las fronteras. ¿Qué necesidad impone la existencia de fronteras? Una frontera es esa línea imaginaria, o no, por la cual a un lado hay una serie de individuos que impiden el paso de otros que nacieron en el lugar equivocado. Desde la aparición del homo sapiens se empiezan a diferenciar dos ramas, con ADN idéntico, pero con funciones muy diferenciadas, los amos y los esclavos.
Me atrevo a denominarlos así porque, de esta manera, me ahorro el tener que describir cual es la función de cada uno, con su denominación queda perfectamente definida. No caben más clasificaciones, esta dualidad está extendida en toda la faz de la tierra, no importa el país, ni la raza, ni la religión. No importa si hablamos del primer mundo o del tercero, del norte o del sur, en todos los sitios los individuos que forman parte de la especie humana se dividen en esas dos, digamos, subespecies: amos y esclavos. Seguramente alguien podrá pensar que esos términos son anacrónicos y en absoluto lo son. Es cierto que, gracias a las revoluciones industriales, en la actualidad los esclavos que hemos tenido la suerte de nacer en el primer mundo disfrutamos de un cierto grado de libertad. Libertad siempre constreñida por las fronteras, no solo las físicas, también por las espirituales que se esconden dentro de la religión que, en muchas ocasiones, son mucho menos permeables. Los amos idearon las banderas como símbolo identificativo de sus “propiedades” y determinaron donde y cuando situar las fronteras, quienes las pueden atravesar y el coste de los “aranceles”. Cuando se trata de fronteras físicas, el arancel es económico, cuando la frontera es espiritual [religión] el arancel puede ser muy heterogéneo, ¿en cuántas facetas la religión condiciona la vida de una persona?
No olvidemos nunca que, en todas las civilizaciones, el poder ha estado siempre en manos del amo [Rey, Caudillo, Cacique…] y del sumo sacerdote [Cardenal, Papa, Hechicero, Escriba…]; en definitiva, en manos de los que idean las banderas y ponen las fronteras, por las cuales los esclavos se enfrentan entre sí para mayor gloria y poder de sus amos.
José Ramón Berné Marín es socio de infoLibre