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La canonización de Fernando Huidobro y la Ley de Memoria Democrática

Carlos Ardid-Jiménez

Un grupo de cuatro legionarios, al paso de la oca, transporta un féretro seguidos por un arzobispo, el de Madrid, que, con báculo, mitra y toda la parafernalia propia de su cargo, reparte  bendiciones a diestro y siniestro. Otros legionarios uniformados rinden honores. Al acto asisten,  al menos, dos militares de alto rango en activo.  

La escena no está sacada del NODO, ocurrió hace apenas un mes, el 19 de julio, un día después del aniversario del golpe militar fascista que desencadenó la guerra civil. Se trataba del traslado de los restos del capellán de una de las unidades golpistas más sanguinarias, la cuarta bandera de la legión, Fernando Huidobro, al que la iglesia va a canonizar, a un emplazamiento más accesible dentro de la misma iglesia donde está enterrado, la de los jesuitas de la calle Serrano  en Madrid. 

Huidobro era contrario a la represión indiscriminada, pero un entusiasta de la selectiva

Sin duda, Huidobro es un personaje interesante, y su historia es conocida. Sus quejas por las atrocidades que cometían los sublevados en su avance hacia Madrid, ante los cabecillas de la columna, cayeron, obviamente, en saco roto, pero junto a sus sermones sobre no ir con prostitutas seguramente le costaron la vida si, en lugar del obús gubernamental, fue un tiro por la  espalda el que acabó con su vida. 

Huidobro no era ni el “capellán de la concordia” como le ha llamado alguno de sus hagiógrafos,  ni un “profeta de la reconciliación”, como se ha referido a él el señor Cobo, el “progresista”  arzobispo de Madrid. Era contrario a la represión indiscriminada, pero un entusiasta de la selectiva. Para comprobarlo lo mejor es acudir a las fuentes primarias. Sus escritos a los mandos sublevados lo muestran claramente: no solamente era partidario de la pena de muerte para los  dirigentes “comunistas”, sino incluso para editores de revistas que no le gustaban, como  Estudios. Para los afiliados de base reservaba la tarea de “reconstruir”. 

No he leído que se hayan tomado medidas disciplinarias contra los militares en activo que  participaron en el acto que comentamos, claramente contrario a la Ley de Memoria Democrática, ni, por supuesto, que la Iglesia Católica haya explicado por qué se presta a la mitificación de  personajes como el mencionado capellán, mientras guarda un silencio verdaderamente  estruendoso sobre una de las pocas figuras dignas que ha habido en su seno durante la primera  mitad del siglo pasado: el cardenal Vidal y Barraquer.

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Carlos Ardid-Jiménez es socio de infoLibre.

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