Mi tía, tras quedarse viuda y tras un matrimonio aparentemente muy feliz, con ella, supuestamente, enamoradísima de su marido, de cara a la familia, confesó al poco tiempo que todos los años que había estado casada habían constituido un auténtico infierno. Y lo había conseguido disimular y nadie se percató de esa circunstancia, salvo que supiéramos todos que el marido era alcohólico y que resultaba muy pesado mantener una conversación con él.
De niño escuché muy a menudo a mi madre y a sus amigas que “el matrimonio era una lotería”, para explicar ¿lo inexplicable o lo imprevisto?, naturalmente en el ámbito familiar, de hogar cristiano, de hogar como entonces decían que mandaba dios. Y yo no acababa de entender qué querían decir. Más tarde comprendí que, preferentemente, la mujer se la jugaba con según el hombre que hubiera elegido. O, mejor dicho, que él hubiera decidido dar el paso…
“Creo que es obvio que miles de mujeres en todas las épocas hicieron cosas tanto o más valientes que luchar por amor: criaron hijas solas, se pelearon con sus familias para seguir sus deseos o para tener su propia plata, se escaparon de sus casas para vivir en sus propios términos. Pero la rebelión que el mundo les dejó contar y cantar fue esa: la de tener un corazón valiente, amar y perder. O, en otras palabras, la libertad de entregarse a un varón”. Tamara Tenenbaum.
De cuando el amor romántico era algo secundario, a pesar de todas las pasiones radiadas, de las novelas epopéyicas, de las historias cinematográficas, en vista a una mujer apasionada e infeliz, que no pretendía cambiar el mundo ni hacer la revolución, apenas intentaría ser amada y aceptar su destino. Aunque resultara que se anteponía el amor para justificar el trance que se asumía… “de por vida”, una vez que se hubiera comprobado lo poco que había durado en sobrevalorado amor.
Hasta los tiempos modernos en que el amor intenta ser la expresión del “yo”, en tiempos del yoísmo, creyéndonos por encima de todas las sevicias de un amor romántico, único e imparable, aunque solo dure un tiempo muy escaso, mientras siga llevándose la peor parte la mujer, que dejará de ser glamurosa hasta convertirse en patética, al menos a los ojos de quienes jalearon su amor rendido, su amor subsidiado, su amor redentor… su amor entregado a su hombre…"fuerte, protector, algo “malote”...
Hasta el punto de que hoy en día sigue vigente la siguiente máxima: “La mujer rebelde no es objeto de deseo, lo es de lástima. En el imaginario popular, la rebelde que sí vale, la glamurosa, la sensual es otra; la que va agarrada de la cintura del pibe de la moto”. Tamara Tenenbaum.
Al menos mientras se entienda que el amor romántico ha venido a recrear las virtudes de la mujer ante el varón con bula, por mucho que se invoque la libertad y la igualdad. A fuer de estar equivocado, a fuer de ser injusto, el amor conjurado a convertirse en una explosión de fuegos fatuos, de tanto amor a todo odio, o también bastante indiferencia camino del desenlace fatal, de la liquidación por falta de amor del compromiso que no aseguraba mucho más que el tiempo perdido y dolido, en brazos del amor camino del altar y las arras y el bodorrio y la culminación del amor en el tálamo de la exaltación del amor, después de todo pasajera.
Como en el amor que se lleva últimamente, pura impostura, copia falsa de lo que nos muestran, tan romántico, supuestamente, como agresivo, expresión solapada, bien vestida, del espíritu de dominación que, a la postre, permanece en muchas de las relaciones humanas que se travisten de amatorias… ¿hasta que dure el amor?
Antonio García Gómez es socio de infoLibre
Mi tía, tras quedarse viuda y tras un matrimonio aparentemente muy feliz, con ella, supuestamente, enamoradísima de su marido, de cara a la familia, confesó al poco tiempo que todos los años que había estado casada habían constituido un auténtico infierno. Y lo había conseguido disimular y nadie se percató de esa circunstancia, salvo que supiéramos todos que el marido era alcohólico y que resultaba muy pesado mantener una conversación con él.