Derecho al olvido
Soñamos con ser famosos, con dejar huella perpetua de nuestro paso por la Tierra; pero Mefistófeles, siempre atento a complacernos, ha convertido nuestros sueños en pesadillas: las redes sociales nos ofrecen hoy la ilusión de eternidad. Lo que hagamos nos pervivirá. Y tan cumplidamente hemos visto satisfechos nuestros anhelos que ahora buscamos inútilmente torcerle el cuello a Google y encontrar la forma de que el mundo nos olvide. En realidad, el olvido es una forma de aprendizaje; también de supervivencia. Como decía Quian Quiroga en una entrevista reciente, la clave del funcionamiento de la inteligencia no es lo que recordamos sino lo que olvidamos. Por eso la inteligencia artificial no se equiparará a la humana; porque es incapaz de olvidar.
El 30 de enero de 1938, aniversario de la llegada de Hitler al poder, un niño alemán de nueve años mandó una carta al General Franco desde la ciudad de Tréveris, haciendo votos para que ganara la guerra a los bolcheviques. A Franco le hizo gracia el detalle y le contestó llamándolo “simpático pequeño”; y ahí se quedó, olvidada en los archivos palaciegos, aquella carta con curiosa caligrafía Sütterlin y una inquietante fotografía del niño vestido de militar ofreciendo el saludo nazi con la mano derecha y agarrándose la hebilla del cinturón con la izquierda. Así lo contaba un periódico hace días. Tenemos derecho a recordar, pero también a olvidar y a ser olvidados.
Cuarenta años después de aquella carta, se celebró en Kiel el 27º congreso de la CDU, el todopoderoso partido de la democracia cristiana alemana. Al inicio de una sesión de trabajo, el presidente del partido pidió la palabra para recordar a un compañero que acababa de fallecer; un hombre nacido en Tréveris que en las ruinas de la posguerra había estudiado ingeniería civil y se había ido a vivir a Bonn, donde dirigía la agrupación local del partido. En marzo de 1979 acudió al congreso de Kiel y allí mismo falleció, a los 51 años de edad.
Terminada la guerra, quemaron el uniforme, devolvieron las armas, rompieron sus fotografías y empezaron una nueva vida. Es necesario olvidar. Y así, recordando y olvidando, construyeron el futuro que les pertenecía
En un discurso breve y emotivo, Helmut Kohl recordó la biografía de su amigo, alabando la fidelidad a sus convicciones y su humanidad. Ambos pertenecían a la generación que había vivido la niñez entre esvásticas y más tarde entre bombas. Es necesario recordar. En las postrimerías de la guerra, aquellos niños de disfraz siniestro fueron llamados a defender el Reich. Terminada la guerra, quemaron el uniforme, devolvieron las armas, rompieron sus fotografías y empezaron una nueva vida. Es necesario olvidar. Y así, recordando y olvidando, construyeron el futuro que les pertenecía.
Me queda la duda de si aquel delegado, antes de fallecer, se preguntó dónde habría ido a parar la fotografía que le habían hecho de niño. Pero creo que, de saber que se custodiaba en un archivo español a la vista de cotillas y husmeadores, habría pedido que se olvidaran de ella. Y habría estado en su derecho. Su vida, tal y como la conocieron sus amigos, su familia y su país, hubiera sido bien diferente de existir por aquel entonces estas opresivas redes sociales que no olvidan jamás; hubiera sido un infierno.
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Carlos López Keller es socio de infoLibre.