Carlos López-Keller

En uno de los capítulos más evocadores y sombríos de Crónicas marcianas, publicado por Ray Bradbury en 1950, se describe la marcha, en forma de huida, de un grupo de trabajadores negros a Marte. En secreto, habían ahorrado para pagarse unos cohetes y entonces, para gran desconcierto de sus amos, los negros se iban. El relato de Bradbury, de poderoso lirismo, describe las ilusiones de los viajeros, la solidaridad de los antiguos esclavos, pero sobre todo la desesperación de los patronos, la agonía de unos explotadores que, de la noche a la mañana, se quedaban sin explotados.  

Recordé aquel capítulo el otro día, al leer un titular en La Voz de Galicia que me amargó el desayuno. La pieza hablaba de los empleados que dejan voluntariamente su trabajo, que antes de ser despedidos por su patrón abandonan y se van, buscando mejores condiciones laborales; hablaba de los trabajadores que renuncian, que le dicen adiós a su jefe llevándose una mano a la sien y lanzándola al aire. ¡Au revoir! Pero el artículo también recogía la decepción de los amos, de lo mal que llevan esta actitud de sus empleados. Y ahí venía el lamentable titular, redactado a pie forzado y llevado a portada del suplemento: “la lealtad laboral da paso a la gran renuncia”. 

Podrán cambiar las leyes y reglamentos, pero mientras no cambien estas estructuras mentales hundidas en el capitalismo más ruin y clasista, nada cambiará. Un empleado que se va de la empresa para buscar otro trabajo mejor se comporta de forma desleal. ¿Qué les parece? 

En el cuerpo del artículo se mezclan al desgaire las motivaciones de los empleados, juntando en un mismo saco las ansias de mejora con “una irrefrenable pérdida de creencia en la cultura del trabajo”. O sea, unos vagos; claro que unos vagos un tanto inconsecuentes, porque apenas dejan el trabajo toman otro. 

El relato de Bradbury, de poderoso lirismo, describe las ilusiones de los viajeros, la solidaridad de los antiguos esclavos, pero sobre todo la desesperación de los patronos, la agonía de unos explotadores que, de la noche a la mañana, se quedaban sin explotados

La Voz de Galicia pregunta al empresariado por los motivos de esta actitud y, como era previsible, “destaca en primera posición la caída del compromiso o un menor sentimiento de pertenencia a la empresa”. Tremenda frase ésta que, por los juegos del lenguaje, resulta perturbadoramente anfibológica: ¿el sentimiento es que la empresa les pertenece o que ellos pertenecen a la empresa? El reportaje incluía otras quejas recurrentes del capital, como que “los empleados se ven seducidos por ofertas mejores de otros empleadores” y es entonces cuando, ¡qué mala es la seducción!, olvidan su pertenencia a la empresa. 

En fin, en el subtítulo trasladado a portada nos dicen que la reforma laboral está detrás de esta tendencia, argumento también previsible, aunque luego se nos aclara en el texto de la noticia que, al reducirse la precariedad, los trabajadores se van cuando quieren y no cuando quiere el patrón. “Te dejaré ir cuando esté dispuesto a dejarte ir”, le dice el amo a su empleado negro en Crónicas Marcianas. El libro tiene ya setenta y cinco años, y no hemos aprendido nada desde entonces. 

El artículo puede dar lugar a un interesante debate, aunque, desde mi perspectiva, la torpeza del relato, que encubre un sesgo ideológico terrorífico, se localiza en esta palabra, dura y delicada al mismo tiempo: lealtad. El autor del titular, que probablemente no sea la periodista que firma la noticia, descalifica al trabajador que renuncia imputándole en portada el baldón de la deslealtad, pero se abstiene de calificar a los empresarios que reclaman lealtad a cambio de unos salarios de miseria

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Carlos López-Keller es socio de infoLibre.

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