El campeonato mundial de fútbol ha terminado para España. Comenzamos muy bien y hemos acabado mal. Se ha cumplido la máxima de que lo importante es participar, pero en este mundo globalizado donde la competencia y el triunfo hacen héroes a unos pocos, si no se consigue el reconocimiento universal, eres poca cosa. El fútbol es esto y más. Como juego de equipo y representativo de un país, las selecciones han recuperado ese valor universal del orgullo, la fuerza, la imaginación en la triangulación y la victoria.
Qué envidia me da al comienzo de los partidos ver cantar con tanto entusiasmo a los jugadores las letras de sus himnos nacionales, mientras los futbolistas españoles permanecen necesariamente mudos. Yo creo que ese estado de ánimo y exaltación que creó el himno marroquí en las voces de sus seguidores y futbolistas los preparó mejor para encarar el partido. Por eso se habla de que competir en el fútbol también es un estado de ánimo, a veces por encima de la táctica y la estrategia, de las que no voy a hablar porque se verterán ríos de tinta.
“Vencida España, Marruecos está en la élite mundial”, escriben sus periódicos. Alegrémonos de que disfruten [...] Es el derecho a la alegría individual y colectiva de los que durante años y años han sido los perdedores
Ayer, Marruecos salió de la pobreza. De la pobreza futbolística. Y todavía no ha ganado nada final. Pero ver a tantos miles y miles de marroquíes en sus propias ciudades, como Casablanca y Marrakech, y en las ciudades de otras naciones, a las que han emigrado por pobreza, en busca de mejores condiciones de vida, como Madrid, Barcelona, Sevilla, París o en la misma Catar, en la que se estima que hay 200.000 marroquíes trabajando, festejar el triunfo de su selección hizo que compartiera su alegría. Los pobres, futbolísticamente, los desheredados y alejados de su tierra, tienen derecho a la alegría, a disfrutar con el quinto premio. ¿Qué ocurrirá si pasan esta ronda, llegan a semifinales, juegan la final y la ganan? Como nos ocurrió otras veces a los españoles, los marroquíes dicen: Nada es imposible.
Luis Enrique, que recibía palos por todos los lados, tuvo el coraje de poner el acento en los méritos de la selección de Marruecos, de felicitar al ganador, casi de congratularse de su triunfo, porque no siempre los perdedores van a perder siempre. A veces nos cuesta reconocer los méritos de los demás. Por suerte, en España se ha reconocido con buen talante el triunfo de Marruecos. “Vencida España, Marruecos está en la élite mundial”, escriben sus periódicos. Alegrémonos de que disfruten. Esta mañana oí a una una joven ucraniana relatar, con una enorme sonrisa, la alegría que siente cuando por la mañana tiene luz, puede ducharse con agua caliente y usar el secador para su pelo. Es el derecho a la alegría individual y colectiva de los que durante años y años han sido los perdedores.
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Felipe Domingo es socio de infoLibre.
El campeonato mundial de fútbol ha terminado para España. Comenzamos muy bien y hemos acabado mal. Se ha cumplido la máxima de que lo importante es participar, pero en este mundo globalizado donde la competencia y el triunfo hacen héroes a unos pocos, si no se consigue el reconocimiento universal, eres poca cosa. El fútbol es esto y más. Como juego de equipo y representativo de un país, las selecciones han recuperado ese valor universal del orgullo, la fuerza, la imaginación en la triangulación y la victoria.