Está muy contento el independentismo catalán por el resultado de las elecciones, por lo menos de puertas para afuera. Sacan músculo por haber superado el 50% de los votos y el aumento en 3 de sus diputados. Es lógico que se sientan eufóricos, si miramos el resultado desde una perspectiva exclusivamente electoral. Aunque yo no lo estaría tanto si lo hacemos con otra mirada más sociológica. Aquí la fiesta ya no daría para tanto, y eso en ERC lo saben; en Junts no lo tengo tan claro, instalados, como lo están, en una especie de realismo mágico nacionalista, con su druida oficiando desde la lejanía.
De forma muy breve voy a exponeros dos motivos por los que yo pienso que no hay tanto margen para la alegría independentista: El primero se refiere a la ley electoral de Cataluña. Mejor dicho, a la ausencia de una ley electoral que hace que las elecciones se rijan por la ley estatal, la LOREG, y por el reparto que se estableció en el Estatuto de Autonomía en 1979. Una distribución que ya en aquel momento penalizaba a Barcelona y su área metropolitana extendida, que viene a sumar, actualmente, unos cinco millones de habitantes, sobre un total de siete millones y medio que tiene la Comunidad. Es decir, un voto en Lleida vale el triple que uno de Barcelona. No voy a contarles, que en toda esa Cataluña no industrializada el voto mayoritario iba a parar al nacionalismo de Convergencia, motivo suficiente para que Pujol y compañía, se negara durante décadas a presentar una ley que acabara con ese dislate electoral. Posteriormente, cuando el nacionalismo giró hacia el independentismo, por motivos que no vamos a analizar aquí, el sostenimiento de esa distribución de escaños obsoleta ha sido su modus subsistendi electoral de los últimos años. Si tenemos en cuenta que la izquierda no independentista ha ganado sobradamente en ese cinturón urbano próximo a Barcelona, una distribución más equitativa de los votos, con toda seguridad daría un resultado muy diferente al actual. El independentismo, sobre todo ERC, tiene que ser consciente de eso, de que sociológicamente no tiene tanto fuelle en las ciudades industriales y/o dormitorio que circundan, metafóricamente, Barcelona. No hay tanto motivo para lanzar las campanas al vuelo, y sí para repensar qué se piensa hacer en el futuro.
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El segundo motivo se refiera a la alta abstención: 46,44% del electorado, para lo que estábamos acostumbrados en los últimos años, que hace pensar que los resultados de las elecciones están bastante adulterados, al no participar casi la mitad de los potenciales votantes. Además, si como coligen muchos analistas, esta abstención ha golpeado más fuerte en el electorado no independentista, mucho menos motivado que el independentista, por el miedo a la pandemia, entre otras razones, -siempre el fanatismo político se siente más motivado a participar, como estamos viendo, también, en el crecimiento de Vox, azuzado por un fanatismo nacionalista español, que solo entiende de banderas y supremacía sobre el otro; vamos, como cualquier nacionalismo echado al monte-, cabría pensar que con una mayor participación el resultado de estas elecciones habría sido otro no tan complaciente con el independentismo.
Como ven, más allá de las manifestaciones grandilocuentes de una noche electoral, el resultado no visible de las autonómicas catalanas, debería hacer pensar que no hay tal triunfo de las ideas independentistas, a pesar de que la brecha sigue abierta como un tajo en el centro de la sociedad catalana. Ahora toca a los partidos que realmente crean que el bienestar se alcanza con políticas de tolerancia y progreso, transversales a toda la sociedad, mover ficha y olvidarse de banderas y soflamas que solo conducen al enfrentamiento y la parálisis política y social.
José Manuel González de la Cuesta es socio de infoLibre
Está muy contento el independentismo catalán por el resultado de las elecciones, por lo menos de puertas para afuera. Sacan músculo por haber superado el 50% de los votos y el aumento en 3 de sus diputados. Es lógico que se sientan eufóricos, si miramos el resultado desde una perspectiva exclusivamente electoral. Aunque yo no lo estaría tanto si lo hacemos con otra mirada más sociológica. Aquí la fiesta ya no daría para tanto, y eso en ERC lo saben; en Junts no lo tengo tan claro, instalados, como lo están, en una especie de realismo mágico nacionalista, con su druida oficiando desde la lejanía.