Ataques en Magdeburgo: la cautela como arma Ruth Ferrero-Turrión
La abstención de los espectadores
Tuve la oportunidad de estrechar mi amistad con Federico Mayor Zaragoza en 2001, cuando la Universidad de Granada reconoció con el título de Doctor Honoris Causa al profesor de farmacia que había sido su rector entre 1968 y 1972. Pude reconocer yo la honestidad con la que su alta e histórica personalidad, después de haber sido Ministro de Educación y Ciencia y Director General de la UNESCO, se había comprometido con las políticas que defendían los derechos humanos y los caminos nacionales e internacionales de la paz en el mundo. Alzaba su voz, además de con su militancia, con sus libros de poesía.
He recordado muchas veces una de sus advertencias en aquel discurso del Honoris Causa: vivimos en un mundo en el que cada vez hay más espectadores y menos actores. Se trata de una dinámica que afecta en su raíz a la articulación social. Resulta notable ver cómo en las diversas ofertas creativas se ha ido desplazando la cultura en favor del entretenimiento. Más que una conciencia que necesite ser dueña de sí misma para intervenir, se alimenta el ocio de los que se dejan llevar con facilidad por los aires de sus mundos particulares y halagados.
Esto tiene que ver con la trampa que supone el desprestigio actual de la política, una verdadera oferta para el enfadado y para el cómodo clientelismo de los abstencionistas. La frase de Federico Mayor se relaciona con las preocupaciones de Albert Camus ante una existencia narcisista de personas incapaces de asumir deberes. En realidad, si no asumimos deberes es porque estamos renunciando a nuestros derechos. Tenemos menos deberes porque hemos perdido la conciencia de los derechos que debemos exigir. Derechos y deberes van de la mano, y esa hermandad se rompe cuando los actores se convierten en espectadores y la cultura en entretenimiento.
Abstenerse es renunciar. En medio de la cultura neoliberal, eso supone formar parte de los que quieren cancelar los servicios públicos y acabar con la fiscalidad solidaria para imponer los intereses de las élites
Resultan llamativos, por ejemplo, los éxitos de las invitaciones a la abstención. Desde siempre y en todas partes, ha habido políticos que quisieron aprovechar sus cargos para hacer negocios particulares. Desde siempre y en cualquier parte, más en las dictaduras que en las democracias, hay partidos políticos e instituciones que castigan la corrupción y otros partidos e instituciones que la esconden y la amparan. Un mundo de actores políticos, conscientes de la responsabilidad de la soberanía popular, acude a votar en apoyo a las personas que pueden dignificar la convivencia y acabar con la corrupción. Un mundo de espectadores entretenidos llega incluso a admirar la capacidad negociante de los sinvergüenzas, convertidos en protagonistas del espectáculo. Y cuando no se llega a ese extremo, se cae en la renuncia y la irresponsabilidad, todos son iguales, yo me quedo en mi casa, conmigo que no cuenten. La abstención es una forma de protesta esperada por los corruptos, supone otra versión de la irresponsabilidad de una ciudadanía que deja de ser actora para convertirse en un patio de indignados o acomodados espectadores.
Abstenerse es renunciar. En medio de la cultura neoliberal, eso supone formar parte de los que quieren cancelar los servicios públicos del Estado y acabar con la fiscalidad solidaria para imponer los intereses de las élites económicas. Uno entiende el cansancio ante la política cuando hay partidos, medios de comunicación y jueces al servicio de los que intentan convertir la representación pública en un perpetuo escándalo. Una buena estrategia para dejar de hablar de sanidad, educación, derechos laborales, acuerdos internacionales e instituciones creadas en favor de la ciudadanía, la paz y la convivencia. Y si se consigue identificar la política con el negocio, cada vez se alejarán más de ella los sectores desfavorecidos. Hay muchos anzuelos antisistema preparados para su mordedura.
La vida cansa, es verdad. Al paso de los años uno puede renunciar a la esperanza y a la ética responsable, igual que hacen los abstencionistas. Por eso resulta hoy tan necesario el ejemplo de algunos viejos de la tribu. Federico Mayor Zaragoza ha muerto a los 90 años. Su forma de ser convirtió el tiempo vivido y la experiencia en buenas razones para luchar sin descanso, cada vez más comprometido con la política decente, los derechos humanos y la paz.
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