Prudencia democrática Luis García Montero
Prudencia democrática
La palabra prudencia significa moderación, templanza, pero también sensatez y buen juicio. La prudencia no debe confundirse así con la quietud, sino con la toma de decisiones, con la necesidad de pensar y tomar postura en los asuntos conflictivos. Lo que caracteriza el presente político es la interiorización del conflicto en los valores democráticos. Ahora no sólo vivimos las tensiones de concepto entre las dictaduras y las democracias, sino también unas dinámicas en el interior de las democracias que corrompen sus conceptos y quiebran los marcos institucionales del Estado.
El Estado democrático supone un marco institucional de convivencia que procura la libertad y la igualdad. Enemigo real del Estado democrático, el pensamiento neoliberal quiere identificar el concepto de libertad con la ley del más fuerte a la hora de organizar la economía y la fiscalidad. Desde hace años, Europa y Estados Unidos sufren esta dinámica que alimenta la desigualdad, el deterioro de los servicios públicos y la apuesta por las privatizaciones. Nos hemos acostumbrado a un desplazamiento de la libertad democrática en favor de una selva casi sin límites estatales para la especulación.
La democracia necesita leyes de transparencia que informen sobre la información y sobre los mecanismos creados para desinformar
Pero conviene estar atentos a otras dinámicas paralelas que deterioran la convivencia democrática y afectan a dos de sus ejes fundamentales: la independencia judicial y la libertad de información. El paisaje ahora es complicado, necesitamos prudencia, es decir, decisiones que superen con sensatez y buen juicio la deriva hacia el desmantelamiento interior de los valores democráticos. La parálisis y la falta de decisiones son hoy un peligro real.
La libertad de información es un eje decisivo para la democracia. Por eso resulta peligrosa no sólo la voluntad de prohibir característica de las dictaduras, sino el uso de la libertad sin límites a la hora de mentir, desinformar y falsificar la realidad. Resulta significativo que hoy se presenten como defensores de la libertad de información los pseudoperiodistas dedicados a mover bulos o los medios financiados por intereses políticos y poderes económicos que necesitan legitimar sin escrúpulos sus intereses más egoístas. Rechazar los peligros de un poder censor no puede suponer la quietud ante el mal. La democracia necesita leyes de transparencia que informen sobre la información y sobre los mecanismos creados para desinformar. La decencia de la profesión periodística es la primera que se merece una aclaración de los mecanismos envenenados de las comunicaciones actuales entre la verdad y la mentira.
Ocurre lo mismo con la independencia judicial. El Estado de Derecho requiere que los jueces y los tribunales puedan ejercer sus funciones sin una presión directa o indirecta de los intereses partidistas. Por eso es peligroso no sólo que los partidos políticos quieran interferir en la justicia, sino también que algunos jueces se dediquen a aprovechar sus funciones para hacer política en favor de un determinado partido. Es responsabilidad del Gobierno defender la independencia de los jueces y responsabilidad del Consejo General del Poder Judicial evitar la corrupción de algunos jueces que juegan a protagonizar y manipular los debates políticos. El desprestigio actual de la Justicia en España, a veces más peligrosa para la democracia que los delincuentes, es responsabilidad directa de un CGPJ paralizado durante años por intereses partidistas. La democracia necesita confiar en la inmensa mayoría de jueces que cumplen su trabajo con decencia. Así que resulta necesario que el CGPJ cumpla también sus funciones de vigilar la independencia judicial y la decencia de los jueces. La parálisis anterior y actual es en este sentido una verdadera desgracia.
Como las cosas se mezclan en el arte de la crispación, el deterioro del prestigio democrático en España se alimenta en la actualidad con unas cuantas actuaciones judiciales que utilizan la mala comunicación y el pseudoperiodismo para crispar, vestir mentiras y extender escándalos. Es triste que en nombre de la libertad de expresión y de la independencia judicial se atente contra la libertad y la independencia. Me parece un buen momento para que el juicio político, sensato y prudente, tome decisiones. Debemos defendernos de todas las dinámicas, sus intereses y sus marionetas, que quieren acabar con los valores más profundos del Estado democrático.
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