Exiliados

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Marcelo Noboa Fiallo

Hace unas semanas, en la sede la voluntad popular, el Parlamento español, el líder del partido de extrema derecha, Vox, que se encuentra sólidamente asentado con 52 diputados, soltó uno de sus exabruptos a los que, de una manera inquietantemente “natural”, nos hemos ido acostumbrando en estos últimos años: “Este es el peor gobierno que ha existido en España en los últimos 80 años”. Atónitos, el resto de sus señorías no daban crédito a una frase que ni en términos políticos, ni históricos ni éticos, tenía un pase. Bien es verdad que la frasecita no es de lo peor que este energúmeno ha soltado en el Parlamento y fuera de él, pero sí consolidaba la ideología fascista que defienden desde sus escaños al colocar al mismo nivel los 40 años del terror franquista (fusilamientos, exilio, represión y miedo, mucho miedo) con los 40 años de democracia en la que sólo pueden ser juzgados por sus aciertos y errores los gobiernos de uno u otro signo político.

La gente de izquierdas en particular y los demócratas en general nos manifestamos en su momento para seguir insistiendo en la necesidad de desenmascarar estos discursos de odio (tarea cada día más difícil en la era de la posverdad y del twitter). Por ello, es imprescindible construir discursos donde la defensa de la Memoria Histórica (o la futura Memoria democrática) no sólo redima la necesaria y exigible honorabilidad de las víctimas y familiares del terror franquista (no podemos dejar de recordar que España es el segundo país del mundo, después de Camboya, que más muertos tiene en las cunetas) y reparar las memorias del exilio. Reparar a Antonio Machado, Luis Cernuda, Rafael Alberti, María Zambrano, Manuel Azaña, Pedro Salinas, Francisco Ayala y tantos y tantos, miles de maestros, catedráticos, científicos, intelectuales, políticos de izquierdas, sindicalistas y, sobre todo, miles de humildes ciudadanos/as que tuvieron que salir con una mano detrás y otra delante porque habían cometido el delito de pensar distinto y después sufrir las penurias, el hambre, el dolor y la muerte en el exilio.

Llevo un tiempo, como hombre de izquierdas, mordiéndome la lengua e intentando mirar para otro lado, ante las constantes muestras de deslealtad institucional que se producen en el seno del gobierno de coalición. No voy hacer aquí un repaso de todo ello (no es el momento ni el espacio de este texto), pero sí decir que no se discute el derecho que puede y debe tener Podemos para buscar su propio espacio y su visibilidad en el gobierno de coalición. Admiro, por ello, la capacidad que tiene la ministra de trabajo, Yolanda Díaz, (Podemos), cuando habla y actúa como ministra (buscadora de consensos entre la patronal y sindicatos, con resultados excelentes) y cuando emite opinión desde la sensibilidad de la parte podemita del gobierno de coalición.

No es el caso de su líder Pablo Iglesias, cuyo discurso y presencia en los medios de comunicación tienen más que ver con la necesidad que tiene de dejar claro que él es Podemos y que como Vicepresidente del gobierno de coalición está de “oyente” (¿recuerdan la frase de Alfonso Guerra?).

En cualquier caso, como todo en la vida, hay líneas rojas que no se pueden sobrepasar y Pablo Iglesias las ha sobrepasado. Especialmente dura, triste y lamentable para la izquierda y los demócratas ha sido su pronunciamiento sobre la equiparación que ha hecho del exilio republicano que huía de una feroz dictadura con la situación del expresidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, en Bruselas.

Más allá de las opiniones que podamos tener sobre el conflicto político entre España y Catalunya y sobre la necesidad de resolverlo en el ámbito de la política y no de la justicia. Más allá de si la sentencia del Tribunal Supremo ha sido especialmente dura y de dudosa legalidad procedimental. Más allá de todo eso (y más que podemos seguir añadiendo), decir que Puigdemont es un exiliado como lo fueron los que huyeron de Franco no sólo es una afrenta y un insulto para los que lo sufrieron, sino que, además con ello, Iglesias se sumerge en las turbias aguas interpretativas de Vox. Si Vox equipara los gobiernos de Franco con los de la democracia e Iglesias equipara la salida del expresidente de Catalunya con los exiliados republicanos, ergo en España vivimos en una dictadura. “Dictadura” de la cual él es Vicepresidente. Patético.

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Si lo ha dicho de cara a las próximas elecciones catalanas en las que él se juega mucho, con el objetivo de rebañar votos a los independentistas, el tiempo lo dirá, pero me temo que hay votantes que prefieren el original a la copia y más aún cuando el discurso independentista sigue vivo. En todo caso, recordarle que no todo vale en política. Para la gente de izquierdas, la dignidad sigue siendo un valor y el tema del exilio todavía sangra en este país.

Abascal, además de neofascista, es demasiado torpe para aprovechar el fuego enemigo que no sabe que es de fogueo. Iglesias se lo ha puesto demasiado fácil y a los hombres de izquierdas demasiado difícil para seguir mordiéndonos la lengua o esperando a ver si escampa. En mi caso no. No en mi nombre.

Marcelo Noboa Fiallo es socio de infoLibre

Hace unas semanas, en la sede la voluntad popular, el Parlamento español, el líder del partido de extrema derecha, Vox, que se encuentra sólidamente asentado con 52 diputados, soltó uno de sus exabruptos a los que, de una manera inquietantemente “natural”, nos hemos ido acostumbrando en estos últimos años: “Este es el peor gobierno que ha existido en España en los últimos 80 años”. Atónitos, el resto de sus señorías no daban crédito a una frase que ni en términos políticos, ni históricos ni éticos, tenía un pase. Bien es verdad que la frasecita no es de lo peor que este energúmeno ha soltado en el Parlamento y fuera de él, pero sí consolidaba la ideología fascista que defienden desde sus escaños al colocar al mismo nivel los 40 años del terror franquista (fusilamientos, exilio, represión y miedo, mucho miedo) con los 40 años de democracia en la que sólo pueden ser juzgados por sus aciertos y errores los gobiernos de uno u otro signo político.

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