LA PORTADA DE MAÑANA
Ver
Un 90% de condenas y un 0,001% de denuncias falsas: 20 años de la ley que puso nombre a la violencia machista

Falta de ejemplaridad

6

Mario Martín Lucas

Dicen que en el norte de Europa, y no es un cuento de Hans Christian Andersen, hubo una vicepresidenta del gobierno sueco, que dimitió por desviar 35 dólares para fines personales, al pagar con su Riksdag credit card (tarjeta corporativa para altos servidores públicos) dos barras de chocolate Toblerone, cuya partida no estaba prevista en los presupuestos y por lo tanto no autorizada. Mona Shalin se vio abocada a la dimisión y a abandonar la vida pública, escribiendo posteriormente un libro titulado Med mina ord (Con mis propias palabras) para explicarse y solicitar el perdón de la sociedad sueca, pero el reproche social por “abuso de confianza” la inhabilitó como depositaria de la confianza de sus conciudadanos.

El vetusto Parlamento de Westminster, referencia de la democracia clásica occidental, fue testigo de la dimisión del jefe del Tesoro británico, David Laws, tras ser el centro de un escándalo por abusar del sistema de dietas parlamentarias al reclamar gastos por el alquiler de habitaciones en una casa que realmente era propiedad de su pareja, tras lo cual devolvió al erario público británico las 40.000 libras inadecuadamente cobradas por esa vía. Pero su carrera política quedó truncada, y finalizada, a los diecisiete días de su nombramiento.

¿Gastos inadecuados?, ¿cobros por complemento de vivienda que no proceden?, la casuística por comparación del caso español pone los pelos de punta.

En un país donde los cobros en dinero B de destacados miembros del partido político que sustenta al Gobierno no merecen el reproche social, más allá de la calificación de fraude fiscal o no; donde un tesorero de esa misma formación acredita más de 40 millones euros en cuentas en paraísos fiscales; donde los parlamentarios españoles disponen de un plus, más allá de sueldo y dietas, para viajar donde les plazca sin que el detalle de esos viajes esté sometido a la transparencia ciudadana; donde varios diputados y senadores cobran como asesores de empresas, actuando como parte de un “lobby”, sin inhibirse en asuntos de interés de aquellas; donde un exconsejero de Presidencia, Justicia e Interior de la Comunidad de Madrid está preso, como líder, de una trama de corrupción en el amaño de contratos; donde otro exvicepresidente de la misma comunidad autónoma está imputado por interceder en pagos a terceros de esa misma trama; donde el exvicepresidente de la Generalitat de Catalunya durante 23 años, es un confeso evasor fiscal; donde otro presidente autonómico ha sido condenado a prisión por tráfico de influencias, donde un exvicepresidente del gobierno, exgerente del FMI y expresidente de Bankia por decisión de su propio partido político, está imputado en tres diferentes causas judiciales, lo cual no le impide ser recibido por el ministro del Interior; donde el juez que osó dictar medidas cautelares contra Miguel Blesa por su expolio de Caja Madrid, ha sido condenado antes de ser juzgado éste; donde la hermana del Rey está acusada de fraude fiscal, pendiente de juicio; donde el Tribunal de Cuentas se ha convertido en una agencia de colocación para propios familiares; donde la independencia de la Justicia es puesta en solfa con la asignación de jueces próximos al PP para juzgar la causa de la trama Gürtel; donde nuestra cotidianeidad se conjuga a ritmo de ERE y Púnica… y tantas otras cosas más, nos parece asombroso lo sucedido en los casos de Mona Shalin y David Laws.

Pero lo verdaderamente preocupante es la falta de ejemplaridad en la actividad de la vida pública española, mientras nuestra sociedad no recupere el necesario sentido crítico, mientras no seamos capaces de exigir comportamientos adecuados, mientras nuestros políticos sigan sin ser capaces de conjugar el verbo “dimitir”, considerándose solo deudores del líder que les nombró y no de los ciudadanos a quienes representan, no estaremos en el camino correcto y continuará siendo urgente una profunda regeneración.

Que nos sirvan los ejemplos sueco y británico, la clave es la exigencia de la sociedad a sus representantes públicos, es ahí donde reside la clave y no al revés; la mar salada que llega a las costas de esos países es como la que abate las nuestras, el aire que respiran tiene la misma composición que el que respiramos nosotros, nada de lo que pasa allá es imposible acá. La corrupción y el amiguismo son comportamientos a combatir también desde España, lo que falta es ejemplaridad y, desde la ciudadanía, debemos exigirlo.

Mario Martín Lucas es socio de infoLibre

Dicen que en el norte de Europa, y no es un cuento de Hans Christian Andersen, hubo una vicepresidenta del gobierno sueco, que dimitió por desviar 35 dólares para fines personales, al pagar con su Riksdag credit card (tarjeta corporativa para altos servidores públicos) dos barras de chocolate Toblerone, cuya partida no estaba prevista en los presupuestos y por lo tanto no autorizada. Mona Shalin se vio abocada a la dimisión y a abandonar la vida pública, escribiendo posteriormente un libro titulado Med mina ord (Con mis propias palabras) para explicarse y solicitar el perdón de la sociedad sueca, pero el reproche social por “abuso de confianza” la inhabilitó como depositaria de la confianza de sus conciudadanos.

Más sobre este tema
>