En el marco del debate político resulta fácil argumentar contra nuestros adversarios, pero es doloroso sentirse en la obligación de debatir con quienes nos resultan más afines cuando creemos sinceramente que están cometiendo graves errores tanto en el diagnóstico de los problemas como en las propuestas de solución de los mismos.
Cuando acabamos de cumplir un año de la criminal invasión de Ucrania por la Rusia de Vladimir Putin y no cesan de pasar ante nuestros ojos las imágenes del sufrimiento y la resistencia heroica del pueblo ucraniano, no puedo por menos que sentir una mezcla de rabia y de tristeza ante las posturas tomadas en nuestro país por las fuerzas políticas de la izquierda transformadora. En estos días hemos visto declaraciones de los responsables de casi todos estos partidos que coinciden en oponerse a la ayuda militar que –a mi juicio con toda razón y justicia— están prestando España, la Unión Europea y la OTAN a Ucrania. Y en mi caso este asombro y esta tristeza son profundos y sinceros, ya que me considero una persona de izquierdas.
En efecto, defiendo la necesidad y la primacía de los servicios públicos sobre los negocios privados; la intervención del Estado para corregir la desigualdad que implica el capitalismo salvaje. Hago míos los valores del ecologismo, del feminismo y del movimiento LGTBI+. Combato el discurso del odio contra el inmigrante, las personas racializadas y los diferentes en general que está propagando en España y más allá un fascismo renacido que es hoy mismo el peor de los peligros que nos amenazan.
Más aún, además de antifascista me siento profunda y radicalmente republicano. Apoyo todas las iniciativas para abolir una institución anacrónica y antidemocrática, monarquía, que en nuestro país adolece de la doble lacra de haber sido impuesta por Franco, y de estar encarnada por la familia Borbón, caracterizada en los tiempos lejanos y en los más cercanos por su corrupción y por su vileza.
Porque mi ideal de futuro, con 71 años ya cumplidos, no es otro que el de ver con mis propios ojos la llegada a España de una República plurinacional y laica que lleve en su frontispicio los viejos ideales de Libertad, Igualdad y Solidaridad.
Tras exhibir con orgullo mis credenciales izquierdistas y republicanas, no puedo más que sentir tristeza y dolor ante la postura que han adoptado las fuerzas políticas de izquierda frente a la brutal guerra de agresión rusa contra Ucrania.
Negándose a facilitar al pueblo agredido de Ucrania las armas necesarias para defenderse y expulsar al agresor, han recurrido a una forma de supuesto “pacifismo” tan ingenuo como mal entendido, que cae en una equidistancia injusta entre agresor y víctima.
¿Alguien cree que Putin está dispuesto a ceder y a renunciar a sus pretensiones imperialistas? ¿Alguien piensa que los ucranianos pueden hacer concesiones sobre su independencia, su soberanía y su integridad territorial? ¿Lo haríamos nosotros? Por supuesto que no.
Estoy seguro que mis compañeros y compañeras de la izquierda transformadora no adoptarían jamás una actitud equidistante si fuesen testigos de un acto de agresión sexual, o de cualquier otro tipo de hecho de intimidación o de violencia de los fuertes contra los débiles en nuestra vida social cotidiana. Pues bien, esa equidistancia aberrante se plasma en su absurda e injusta oposición al envío de armas españolas, europeas y de la OTAN al heroico pueblo de Ucrania.
En las actuales circunstancias, en las que el Ejército criminal de Putin continúa arrasando a la población civil y a las estructuras económicas y sociales de Ucrania, proponer un “alto el fuego” resulta grotesco, pues de llevarse a cabo no serviría más que para consolidar la injusta situación sobre el terreno, con parte del territorio ucraniano ocupado y expoliado, sus ciudades arrasadas, gran parte de su población desplazada y refugiada, y cerca de 16.000 niños y niñas ucranianos separados de sus familias y deportados a la fuerza a Rusia…
No, no podemos cruzarnos de brazos con actitudes equidistantes. Hay que seguir proporcionando a Ucrania toda la ayuda posible; humanitaria, económica, energética y, por supuesto, también militar, con las mejores armas de las que dispongamos. Porque la paz sin justicia no es verdadera paz, sino sumisión y cobardía.
Y no estaría mal recordar a la izquierda transformadora y plurinacional que esta actitud equidistante y pseudo-pacifista se parece como dos gotas de agua a la hipócrita actitud que adoptaron en 1936 las democracias europeas y occidentales respecto a la Segunda República española, a la que su inútil “pacifismo” entregó en manos de Franco y de sus aliados nazis y fascistas.
Esas mismas fuerzas y partidos han censurado con toda la razón la actitud cobarde y pusilánime del PSOE respecto al pueblo saharaui, entregado vilmente a la ocupación ilegal marroquí; así como su silencio ante la represión y el apartheid que Israel impone al pueblo palestino.
¿Por qué no nos ponemos todos de acuerdo en defender a todos los pueblos de la tierra que son víctimas de la ocupación, y de la represión, sean saharauis, palestinos o ucranianos?
Porque la paz sin justicia no es más que capitulación ante el agresor. La mejor manera de acortar la guerra no sería otra que la de apoyar militarmente a Ucrania de la manera más rápida, ágil y eficaz para que pueda derrotar a quienes le han agredido. Y no solo por razones éticas y morales de solidaridad con la víctima, sino también por razones de interés propio. Porque un Putin vencedor no se conformaría con aniquilar a Ucrania, sino que después –como hicieron antes que él Hitler y Stalin– pretendería ir más lejos y ocupar Polonia o cualquier otro territorio del que se encaprichase.
Y aquí viene mi mensaje principal a mis amigos de la izquierda transformadora, recordaréis que cuando pasamos la aún reciente epidemia de covid-19 todos y todas (menos los negacionistas de la ciencia y de la evidencia ) tuvimos que ponernos una o varias vacunas, y nos las pusimos. Pues bien, frente al desafío que representa para Europa y para el mundo la agresión de Putin contra Ucrania nuestra mejor vacuna se llama OTAN.
Ciertamente, la historia de la OTAN dista mucho de ser ejemplar. Pero el mundo del año 2023 es muy diferente al de las décadas del franquismo y de la Guerra Fría. Y, por mucho que nos cueste reconocerlo, la OTAN fue entonces y sigue siendo hoy mismo necesaria; la incorporación a ella de dos naciones de larga tradición neutralista como Suecia y Finlandia es el ejemplo más palmario.
Quizás algún día podamos conseguir que la seguridad europea dependa menos de la OTAN de lo que sucede hoy. Para ello será necesario que la Unión Europea, que parece haber descubierto los imperativos de la geopolítica, se vaya poniendo en marcha en busca de una autonomía estratégica muy deseable para reducir la dependencia del aliado transatlántico. Pero ahora mismo, frente al desafío de Putin en Ucrania, la cooperación más estrecha posible entre la UE y la OTAN resulta hoy mismo no solo deseable, sino imprescindible.
Porque aquellos que propugnan la desvinculación de Europa respecto a la alianza atlántica deberían ser conscientes de que la autonomía estratégica implicaría necesariamente obtener los medios para garantizar nuestra propia seguridad europea, con el correlato de un mayor esfuerzo presupuestario en el sector de la defensa.
Y para hacer frente al desafío que hoy nos plantea Rusia y pasado mañana probablemente China, necesitaremos cada vez más una Europa unida y fiel a sus valores e ideales: una Europa que, por ejemplo, revise radicalmente su actual política migratoria, tan mezquina como inhumana. Mi pensamiento va en estos momentos a las víctimas del último y enésimo naufragio de migrantes en un Mare Nostrum que debería ser también Vostrum: menos vallas, menos murallas y más humanidad.
Necesitaremos cada vez más una Europa unida y fiel a sus valores e ideales
Por eso mismo, la UE y las democracias occidentales en general deberían hacer un esfuerzo mucho mayor que el realizado hasta ahora para mejorar nuestras relaciones con el llamado “Sur Global”, es decir, con la mayoría de los países de África, Asia y América Latina, que piensan –y no sin gran parte de razón– que si Occidente les ha descuidado tampoco tienen ellos que cuidarse demasiado de un problema occidental como es a su entender la guerra de Ucrania.
Con ese objetivo renovador, transformador y universalista pienso que desde la izquierda es posible y necesario reflexionar y elaborar una política exterior nueva y adaptada a los tiempos, tal como están haciendo en América Latina figuras como Lula, Petro o Boric –en contraste con los dinosaurios antediluvianos de Cuba, Venezuela o Nicaragua—.
En este momento no tengo demasiadas esperanzas en que mis compañeros y compañeras de la izquierda transformadora –y en particular los de Unidas Podemos– tengan el buen sentido de revisar sus planteamientos en algo tan importante como es la política exterior, y en especial la de seguridad y defensa.
Contemplo con consternación la actual postura equidistante e insolidaria con Ucrania del núcleo dirigente de Podemos, teledirigido desde su base mediática por su líder fundador, pero no pierdo sin embargo las esperanzas de que el proyecto de la vicepresidenta Yolanda Díaz salga adelante de manera unitaria, generosa e integradora, y que SUMAR sea el punto de encuentro en el que la izquierda se redescubra y se renueve a sí misma.
Que este esperanzador proyecto de refundación de una izquierda a la vez plural y agrupada sea también capaz de superar viejos esquemas en política exterior y de seguridad, pudiendo así sumar también a su programa la solidaridad con Ucrania y con todos los pueblos del mundo víctimas de agresiones y de violencias; integrada en una Europa fiel a sus valores, sin vallas ni muros, capaz de acoger a todos y a todas los que vienen hasta nosotros.
Porque para todos y todas los que nos honramos en militar en la izquierda no hay prioridad mayor que la lucha contra todas las formas de injusticia, de dictadura, de imperialismo y de opresión. Por un mundo en que la paz emane de la justicia y de la defensa de los derechos humanos de todas las mujeres y de todos los hombres en todos los rincones de nuestra patria común, la Tierra.
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Juan Manuel López Nadal es socio de infoLibre
En el marco del debate político resulta fácil argumentar contra nuestros adversarios, pero es doloroso sentirse en la obligación de debatir con quienes nos resultan más afines cuando creemos sinceramente que están cometiendo graves errores tanto en el diagnóstico de los problemas como en las propuestas de solución de los mismos.