La libertad encarcelada

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José Antonio Alfaro

Según los parámetros oficiales para la ceguera en nuestro país, hace tiempo que soy ciego. Me encuentro en un punto sin retorno donde siento en la nuca el aliento de la dependencia que, a duras penas, mantengo pisándome los talones. El combate supone la ingesta diaria de una especie de elixir de la reinvención, un lento proceso de deconstrucción para sacar de la chistera una forma de funcionar diversa, un sentir positivo y coherente. Un antídoto a base de aprovechar recursos y trabajar capacidades encaminadas a una cotidianidad lo más amable y autónoma posible. Con voluntad y esfuerzo, persigo una vida común, una libertad sin heroicidades, sin dramas.

Llegados al concepto más manoseado y vilipendiado de la historia de la humanidad, no puedo evitar pensar en quienes viven atrapados en ideas ciegas de libertad. Cegueras desvinculadas del sistema ocular cuya etiología reside en la desajustada relación entre nuestra capacidad de razonamiento y la configuración emocional instalada en cada cual. Me refiero al tipo de ceguera intelectual generada a partir del enganche a un relato creado al margen del dato, a su carácter epidemiológico y las temibles consecuencias globales a las que nos exponemos. Nada que no contara José Saramago en su magnífico Ensayo sobre la Ceguera (1995). 

Los sesgos ideológicos y religiosos, los mitos y prejuicios sobre la multiplicidad de diversidades, el enorme desajuste entre necesidades reales y ambiciones, el uso patológico de las redes, el abuso de los bulos en los medios, el menosprecio a la educación, la normalización del sufrimiento de la alteridad, la idolatría a lo simple y la demonización de lo complejo, la obstinación por mantener el status quo por encima de todo, el rechazo al inevitable cambio, la falta de ética profesional, el deterioro de lo público, la negación de evidencias científicas…; todo ello operando simultáneamente nos hace ciegos como sociedad. Aún peor, padecemos una fea ceguera pobremente aceptada cuya exacerbada emocionalidad se exalta fácilmente encadenándonos al yugo de un constante malestar. Una sociedad que, aún con buenos datos, su mayor acción constructiva es levantar el dedo judeocristiano de la culpa ante todo lo que se menea, amén de desayunarse diariamente con el insulto y escudarse bajo un manto sagrado de viejas glorias identitarias cuyas complejas realidades se escapan de su propio conocimiento e interés. 

Al sustituir la palabra “autonomía” aplicada al contexto de una persona ciega, por la palabra “libertad” aplicada al contexto de cualquier ciudadano español, encuentro elementos paralelos que existen al objeto de dificultar la visión, así como otros que la distorsionan a base de asombrosas alucinaciones. Pareciera que los factores ambientales que permiten la visión social en condiciones salubres se vieran constantemente atacados por ingentes y asombrosas negaciones, por burdas falsedades, medias verdades y, directamente, bandadas de unicornios volando por encima de nuestras cabezas. 

En el pantanoso terreno de la información sugiero buscar tiempo para ver distintas fuentes y contrastar noticias observando bulos y 'fake news', propongo seguir a los medios libres que existen alejados del dinero de subvenciones y grandes empresas, y por supuesto visibilizar a periodistas corruptos y mentirosos y boicotearlos

La visión perdida como sociedad es recuperable solo en la medida del empeño que pongamos en ello. A modo de antídoto dejo a continuación algunos ejercicios prácticos para prevenir y esquivar este tipo de virulenta ceguera social: 

  • En el pantanoso terreno de la información sugiero buscar tiempo para leer, escuchar y ver distintas fuentes y contrastar noticias observando bulos y fake news; propongo seguir a los medios libres que existen alejados del dinero de subvenciones y grandes empresas, y por supuesto señalar y boicotear al periodismo corrupto y mentiroso, así como reconocer y aplaudir el ingente trabajo de quienes, en un difícil contexto, honestamente permanecen fieles a su código deontológico profesional. 
  • En la política animo a señalar a quienes no proponen soluciones sino que constantemente culpan a otros a menudo de problemas inventados, por el contrario animo a valorar el trabajo de quiénes se ocupan de las cuestiones que realmente importan (vivienda, trabajo, sanidad pública, educación, derechos sociales etc.), pido el voto inteligente alejado de la fidelidad y, si es necesario, distinto a nivel local, autonómico, estatal o europeo; propongo observar y memorizar obras que son amores, y no buenas razones… 
  • En lo personal sugiero un vuelco a la política activa huyendo del individualismo, cultivar la autocrítica, aprender a debatir con argumentos y a respetar la disidencia, explorar la gestión de nuestros propios malestares, naturalizar la desorientación como parte de la vida, y trabajarse la motivación al margen de los estímulos exógenos. Si política es hacer la compra diaria, tendremos que aprender a entenderla para contribuir a cambiarla.

Creedme si os digo que nos encontramos en un punto crítico en el que el campo visual empieza a ser demasiado reducido, mientras que la agudeza visual encuentra serias dificultades para distinguir las luces de las sombras, y el extenuante ruido exterior nos dificulta apoyarnos en el oído para reorientarnos. El lobo está al acecho y no va a cambiar por el bienestar de las ovejas. Reflexionad sin perder de vista el rastro del dinero, motor del mundo actual, y constatad quiénes están removiendo los ríos para sacar ganancias. 

La historia universal cuenta con numerosos ejemplos de sociedades cuyas cegueras les empujaron a arrasar con todo para terminar siendo víctimas de sí mismas. Si coincidís en que con voluntad y esfuerzo se puede evitar hacer una cárcel de la ceguera, coincidiréis en el peligro de malentender el concepto y la práctica de la libertad. Necesitamos urgentemente un elixir de voluntad y esfuerzo para sanear este contexto tóxico y expulsar los contaminantes que, de lo contrario, acabarán por convertir nuestra libertad en una cárcel.  

José Antonio Alfaro es socio de infoLibre.

Según los parámetros oficiales para la ceguera en nuestro país, hace tiempo que soy ciego. Me encuentro en un punto sin retorno donde siento en la nuca el aliento de la dependencia que, a duras penas, mantengo pisándome los talones. El combate supone la ingesta diaria de una especie de elixir de la reinvención, un lento proceso de deconstrucción para sacar de la chistera una forma de funcionar diversa, un sentir positivo y coherente. Un antídoto a base de aprovechar recursos y trabajar capacidades encaminadas a una cotidianidad lo más amable y autónoma posible. Con voluntad y esfuerzo, persigo una vida común, una libertad sin heroicidades, sin dramas.

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