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Libertad, a secas

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José María Barrionuevo Gil

No sabemos si es oportuno, en estos tiempos que también corren lo suyo, recordar lo que nos dejó dicho José Manuel Caballero Bonald: “El que lee se acerca a la libertad”. También podemos decir que cuando aprendíamos a leer ya nos estábamos soltando de unos lazos familiares, porque nos estábamos metiendo en harinas blancas de luz, que no tenían que preocuparse por el recibo de la electricidad, sino ocuparse en ir abriendo los ojos a otras luces.

Al partir el pan”, los discípulos de Emaús vieron la luz. Eso nos cuentan las Escrituras. Los que habían amasado desilusión y fracaso descubrieron lo que podía haber en el pan de aquel día. Sin embargo, “no solo de pan vive el hombre”. Cada día, sin fecha de caducidad, nos podemos acercar al pan y también ver qué se nos está dando cada día, que se nos abre igual que un pan. Curiosamente, antes, siempre a lo que llevaba dentro el pan le llamábamos “engaño”, porque de lo que se trataba era de comer pan para alimentarnos. Pan, a secas, pero con algo que lo justificara.

Desde hace mucho tiempo lo que ha justificado la libertad ha sido algo tan líquido, como lo que nos han metido por los ojos tantos chorros de tinta de muchos medios de comunicación, que con infinidad de colores nos han hablado de libertad. Sin embargo, se trataba de una libertad de medio pelo, que ahora, para colmo, ha sido inundada de cerveza para que se pudiera consolidar, para los restos, como otro engaño.

La libertad, a secas, es una dimensión humana que sigue siendo denostada por el liberalismo, porque supone un armazón de razón y de responsabilidad, de humanismo y de empatía que la hacen menos jugosa y pringosa que la que se proclama bajo el principio del “hacer lo que nos da la gana”.

Es esa la proclama de “anarquía y cerveza fría”. Sabemos que, de un asesor, que iba ebrio y que le dio unos rasponazos a unos cuantos coches aparcados, se puede esperar cualquier cosa. Por eso alguna política se ha dejado llevar de una liberal y caótica interpretación de la libertad. La libertad que queremos la construimos entre todos y no necesita de tutelas ni de patrocinios ni de padrinos. La libertad que construimos nace del apoyo mutuo y no de la concurrencia de orfandades y adopciones.

Muchas mentes, y muchas veces, nos quieren confundir y nos quieren “vender” la libertad, cuando la “libertad es el don más preciado”, como lanzan a los cuatro vientos los anarquistas. Es una donación colectiva entre todos. Por eso la anarquía nos exige unos requisitos de mucha cultura y mucha ética. La anarquía no es caos ni desorden. Ya nos lo dijo, hace más de cien años, el gran geógrafo y profesor Elisée Reclus: “La anarquía es la más alta expresión del orden” (en internet podemos encontrar la vida, andanzas casi por todo el mundo, y la enorme y extensa obra sobre geografía humana de Elisée Reclus). No se trata de un mandato, sino de una muy libre elección.

Ya afirmamos, hace unos cuantos días, que “por mor de la libertad podemos decir que la libertad bien entendida empieza por nosotros mismos”. Poco a poco, nos hemos podido ir dando cuenta de que necesitamos leer, ilustrarnos con la sabiduría compartida y no solo con las enseñanzas concedidas y filtradas, como si fueran vacunas contra la ignorancia, porque ya sabemos que hasta cuando nos hablan de la persistente pandemia se les escapa aquello de “inmunidad de rebaño”, cuando verdaderamente se trata de “inmunidad de grupo”, ya que nuestra identidad es distinta y muy superior de aquella que caracteriza a unos bellos animalitos que solo saben balar, aunque nosotros les hurtemos sus lanas para protegernos del frío.

La libertad, a secas, no necesita remojarse con demasiados leñazos de cerveza demasiado fría ni muchos lingotazos áureos de convenientes o inconvenientes combinados, porque la libertad se saborea con sabiduría y ética. No se trata de engullir ni comida rápida ni bebidas exprés. Por favor, que no nos hablen tampoco de precocinados. En un mundo que nos ha ampliado nuestros horizontes de libertad, no podemos enorgullecernos de seguir por senderos trillados, que hace tiempo teníamos que haber ignorado. Pensamos que el siglo de las luces se oscureció en falso y hemos sufrido bastante apagones, como para no haber aprendido qué significado puede tener ahora, de nuevo, la palabra libertad. “¡Luz, más luz!”. O, solo, más luces.

José María Barrionuevo Gil es socio de infoLibre

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