Matones y genocidas

Verónica Barcina Téllez

Los niñatos disruptivos en el colegio suelen justificar las agresiones a sus compañeros aduciendo, con exceso de dramatismo y ensayada voz compungida, ”ha empezado él … es que iba a por mí … me he tenido que defender”Los padres de matones acaudalados amenazan a la institución y exigen medidas contundentes contra el agredido cuando es de clase inferior. El alumnado, si es violenta la agresión, se mantiene equidistante por temor a represalias y el profesorado intenta el imposible de sorber y soplar al mismo tiempo.

El matón de pueblo basa su poder en el miedo y el silencio del vecindario, máxime cuando hace ostentación de hacienda y pedigrí, circunstancia que lo adscribe a la categoría “intocables”. La misma ostentación le procura la condescendencia de la autoridad, la complicidad de la Justicia y la protección del poderoso. Nadie se atreve a señalarlo, a denunciarlo, a quejarse, ni a defenderse siquiera, no se hable ya de atacarlo; ni pensarlo. El matón sólo es así con la buena gente, no tiene ni media hostia si es otro matón quien la da.

Hay matones de toda laya: matasietes, psicópatas, fanfarrones de tres al cuarto, chulos, chorizos y gente sumida en la vesania. Como con la droga más adictiva, una vez probada la sangre, el matón entra en una espiral de violencia que debe alimentar aumentando la dosis, urgido por el síndrome de abstinencia. En ese momento pasa a la fase terminal, después de superar las de delincuente, agresor y criminal, para convertirse en asesino en serie minorista o genocida al por mayor. La historia está saturada de ejemplos execrables.

Hay algo más peligroso que el hecho de que una persona se convierta en asesino: el de que concite simpatías, comprensión y justificación en otras personas cegadas por su personalidad o por la forma de cometer crímenes. Cuando la simpatía afecta a pocas personas, estamos ante inexplicables sectas donde pueden surgir imitadores; cuando afecta a una masa social, estamos ante una actitud cómplice que legitima los crímenes del matón. Ocurrió con el nazismo alemán de Hitler y sucede con el sionismo israelí desde el siglo XIX.

Netanyahu está perpetrando con el pueblo palestino en Gaza lo que no se veía desde los tiempos de Dachau, Auschwitz y Mauthausen: la matanza, el exterminio, el genocidio de un pueblo indefenso a manos de un ejército de criminales de guerra

Netanyahu está perpetrando con el pueblo palestino en Gaza lo que no se veía desde los tiempos de Dachau, Auschwitz y Mauthausen: la matanza, el exterminio, el genocidio de un pueblo indefenso a manos de un ejército de criminales de guerra. No es cuestión de legítima defensa, ni siquiera de abominable venganza, sino pura y simplemente la sed de sangre del pueblo elegido por Baal Zabul, el pueblo que sustituyó a su dios por un Becerro de Oro. En el colegio, el pueblo y el mundo, el miedo y el silencio son alimentos de la bestia.

Por más que repitan, con dramatismo impostado y ensayada voz compungida, que no aplaudir los crímenes del Estado de Israel es antisemitismo, hay que decir bien claro que antisemitismo es lo que practica el ejército y la sociedad israelita contra el pueblo semita de Palestina. Hay que denunciar a un sionismo equiparado al nazismo, al fascismo, en su faceta exterminadora. Hay que señalar a gran parte de la sociedad mal llamada civilizada como cómplice pasiva de la conducta disruptiva de un matón desalmado protegido por otro.

De la A a la Z, Gaza y Cisjordania escuchan el abecedario del terror y el horror llevado a su extremo más cruel y, hasta ahora, impune. La matanza de inocentes es el fracaso de una humanidad que permite a un ejército armado hasta los dientes asesinar a civiles, niños incluidos, y bombardear colegios, hospitales y campos de refugiados de un pueblo sin nada a qué hincar el diente, un ejército ciego y cobarde capaz de torturar y apalear a la cultura, de enterrar ambulancias, médicos y cooperantes en la fosa común de la infamia.

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Verónica Barcina Téllez es socia de infoLibre.

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