En las últimas semanas ha irrumpido con fuerza en España el debate sobre el uso del móvil en el aula y sus implicaciones en la salud y en el proceso de aprendizaje del alumnado. Las comunidades autónomas, aunque dando margen a los centros educativos para su uso pedagógico, están desarrollando su propia normativa regulando su uso y prohibición en los diferentes niveles educativos. El informe GEM de la Unesco revela que el tiempo que los adolescentes pasan conectados a los dispositivos se ha duplicado desde el año 2010.
Desde hace dos décadas, el salto tecnológico ha sido enorme y los centros educativos no quedaron ajenos al proceso de digitalización, considerándolo como un distintivo de calidad educativa. Sin embargo, estudios recientes ponen de manifiesto los riesgos para la salud mental, el deterioro del aprendizaje y la decadencia del conocimiento en el sistema educativo a raíz del uso abusivo de dispositivos móviles.
La realidad del aula muestra que el alumnado que habita nuestros centros educativos vive una profunda crisis de atención y concentración sin precedentes en la historia. Los docentes más críticos alertan de cómo el rendimiento de los estudiantes está reducido al mínimo esfuerzo, contando pocas excepciones, lo que implica bajar el listón en las diferentes materias. Este deterioro y retroceso en el aprendizaje y el conocimiento tiene un impacto negativo en la formación de los estudiantes para la vida y para el desarrollo profesional.
Las familias tienen un papel esencial para llevar a cabo este cambio de tendencia evitando el uso indiscriminado del móvil fuera del horario lectivo. De nada sirve estar desconectado en clase y luego hiperconectado en casa
La salud mental y física de los discentes está en peligro. A los problemas mencionados se unen otros como los problemas de sueño, incrementando las horas de vigilia y la imposibilidad de conciliar el descanso; de visión, produciendo diversos daños oculares; de adicción a las pantallas o nuevos síndromes como el FOMO, el temor a estar desconectados durante demasiado tiempo y a no enterarse de qué hacen los demás; la Nomofobia, que es el miedo irracional a estar sin móvil; o los problemas de autoestima y el ciberacoso.
Las escuelas o institutos, sobre todo, no pueden contribuir a este fenómeno de intoxicación digital. Los docentes debemos ser críticos y emplear todas nuestras capacidades y herramientas para el uso correcto de la tecnología y para un desarrollo académico de calidad de los discentes. El conocimiento y el aprendizaje deben ponerse en el lugar que merecen del sistema educativo para luchar contra la problemática de los móviles o adicción a las pantallas. Las familias tienen un papel esencial para llevar a cabo este cambio de tendencia evitando el uso indiscriminado del móvil fuera del horario lectivo. De nada sirve estar desconectado en clase y luego hiperconectado en casa.
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Ulises Najarro Martín es profesor de Geografía e Historia y socio de infoLibre.
En las últimas semanas ha irrumpido con fuerza en España el debate sobre el uso del móvil en el aula y sus implicaciones en la salud y en el proceso de aprendizaje del alumnado. Las comunidades autónomas, aunque dando margen a los centros educativos para su uso pedagógico, están desarrollando su propia normativa regulando su uso y prohibición en los diferentes niveles educativos. El informe GEM de la Unesco revela que el tiempo que los adolescentes pasan conectados a los dispositivos se ha duplicado desde el año 2010.