Notas sobre Pandora

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Mercè Carandell

Prometeo, el de entendederas largas, entregó a los hombres el fuego sagrado de los dioses, además de la escritura y la capacidad de comprender el mundo y colaborar con otros hombres. Lo hizo contra la voluntad de Zeus, que montó en cólera: la humanidad debe ser ignorante para poder controlarla mejor, barruntaba el Divino. Pero el mal estaba hecho y los hombres comenzaron a pensar, a inventar maneras de sobrevivir…

Entonces, el conocedor de los terrenales secretos castigó al titán encadenándole a una roca del monte Cáucaso. Allí, un águila le atacaba cada día para comer su hígado que volvía a regenerarse por la noche para que, al día siguiente, el águila volviera a zampárselo.

Sin embargo, el dios de dioses no estaba satisfecho. Cierto que había castigado a Prometeo, pero veía con preocupación cómo los hombres aumentaban su capacidad a ojos vista y sus relaciones mejoraban. Si siguen así, pensaba, el Olimpo con todas sus Divinidades tenía visos de irse al traste. 

Recordó entonces que Prometeo tenía un hermano, Epimeteo, el de entendederas cortas, y encargó a Hefesto, el dios de la forja, que modelase una bella mujer de arcilla a la que habría de llamar Pandora, nombre que en griego significa “para todos los dioses”. (Quería que sirviera para defender a los divinos, vaya!).

Hefesto, el ilustre cojo de ambos pies, hizo lo que le mandaban. La divina Afrodita le concedió la gracia y el desparpajo en lugar de la inteligencia y la capacidad de razonar. Atenea, la de los ojos glaucos, tejió para ella un vestido azul celeste con los hombros descubiertos. Hermes, el de sandalias aladas, le confirió un carácter inconstante y caprichoso: las mentiras, los bulos y los engaños eran los juegos preferidos de la bella Pandora.

Al instante, el cielo se oscureció para resaltar la malévola sonrisa del liber-tarado GATO DE LOS DESEOS, pronunciando en argentino las siguientes palabras: —VIVA LA LIBERTAD, CARAJO!

Cuando pensaron que estaba lista para agradar a Zeus, el gloriosísimo, la llevaron ante su presencia. Él, complacido con el resultado, le regaló una preciosa tinaja con la tajante prohibición de no abrirla jamás. Al punto, la bella Pandora ardió en deseos de saber qué misterios contenía.

Zeus llamó a Epimeteo, el de entendederas cortas, y se la entregó como esposa, encargándole que la guiase en su camino para que fuera esparciendo bulos y enredos a fin y efecto de contrarrestar la cada vez más alta inteligencia humana. 

Epimeteo era un viejo. Su cabello gris, sus patillas, su barba y su aliento etílico no satisfacían a la dama. Más aún, su esposo y señor en todo la desagradaba salvo en una cosa: era partidario de abrir la tinaja, que continuaba cerrada.

El matrimonio, no consumado, pasó días mordiéndose las uñas. Ella se consolaba con la gente que la seguía, con las viejas que la besaban, con los pobres que no comían para verla pasar detrás de una valla. Hasta que un día, cuando llegó a casa, Epimeteo la esperaba. 

Se dirigieron despacio a la divina tinaja y la abrieron (la puntita nada más). 

Al instante, el cielo se oscureció para resaltar la malévola sonrisa del liber-tarado GATO DE LOS DESEOS, pronunciando en argentino las siguientes palabras:

—VIVA LA LIBERTAD, CARAJO! 

Pandora tuerce el morro pero le pone la medalla.

Al instante rayos y truenos, vientos y tempestades azotan la capital del oso y el madroño. Las tumbas se abren y desde los abismos salen los muertos. Se oye la voz de Borja Sémper:

—¿No os dije que debíamos hacer algo, imbéciles?

Pandora permanece algo ridícula en un rincón: no va a tomar unas cañas porque el tiempo no acompaña. Y, justo después, ella misma sufre un contratiempo: el tinte negro del cabello desaparece de su cabeza, que se cubre de canas. 

Epimeteo se metamorfosea en Belcebú y, una vez amortizada, tira a Pandora en una caldera de hierro líquido en la que se hierve  en medio de horribles tormentos. 

¿Y Prometeo? 

Final feliz: porque es salvado por Heracles, que le cura las heridas y se lo echa a la espalda para huir de la montaña.

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Mercè Carandell es socia de infoLibre.

Prometeo, el de entendederas largas, entregó a los hombres el fuego sagrado de los dioses, además de la escritura y la capacidad de comprender el mundo y colaborar con otros hombres. Lo hizo contra la voluntad de Zeus, que montó en cólera: la humanidad debe ser ignorante para poder controlarla mejor, barruntaba el Divino. Pero el mal estaba hecho y los hombres comenzaron a pensar, a inventar maneras de sobrevivir…

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