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El penúltimo y trágico episodio de ese sufrido pueblo que a los occidentales nos pilla muy lejano (no sólo geográficamente, sino culturalmente), Afganistán, está obligando a las potencias mundiales a retratarse y, de facto, establecer un “nuevo orden mundial”.
Los talibanes han aprendido que es necesario establecer alianzas, y por ello, nada más tomar Kabul, han lanzado un cierto mensaje de “moderación”, producto de sus previos contactos y negociaciones con China, India, Pakistán y Rusia. Actores, todos ellos imprescindibles en el concierto mundial, serán los primeros que reconocerán al nuevo gobierno talibán.
60.000 talibanes fundamentalistas, sin aviones, han conseguido doblegar a un “ejercito” de 300.000 depauperados, hambrientos, poco preparados, con pocas armas y, lo más determinante, inmotivados. Supuestamente estaban apoyados por 110.000 hombres (en 2011, aunque en 2020 ya sólo quedaban 6.000) provenientes del país mejor armado del mundo, EEUU, más los efectivos aportados por los países miembros de la OTAN. EEUU ha invertido durante 20 años la escalofriante cifra de 778.000 millones de dólares, pero la mayor parte del dinero se ha perdido por los vericuetos de la corrupción sin que llegara a sus destinatarios y programas de reconstrucción del país.
Los países occidentales y ONG que han colaborado en la “construcción” de un país que partía de cero contemplan sus veinte años de esfuerzos tirados por la borda. España, por ejemplo, en la provincia de Badghis (400.000 habitantes que vivía en la Edad Media), construyó 175 kilómetros de carreteras asfaltadas, se creó un parque con 35 máquinas para obras públicas, se llevó agua potable y se procedió al saneamiento. Se rehabilitó el hospital provincial con 106 camas con un pabellón maternoinfantil, una escuela de matronas y enfermeras, cinco centros de salud rurales. Se construyeron tres institutos de secundaria (uno femenino), seis escuelas primarias y un centro de formación profesional. Multiplíquense todas estas intervenciones por las realizadas en el resto de provincias afganas por el resto de países y tendremos una foto del ingente trabajo realizado en favor del pueblo afgano, mientras sus dirigentes corruptos se llenaban los bolsillos con la ayuda internacional. ¿Qué quedará de todo ello?
Una vez más, la mal llamada “comunidad internacional” ni está ni se le espera. Una vez más, la burocrática y obsoleta ONU se dedica a “templar gaitas”. Una vez más, la UE enseña sus pies de barro y la OTAN saca su artillería pesada, la retórica, y advierte que no permitirá bases terroristas en Afganistán… ¡Para mear y no echar gota! En todo caso, es de agradecer la sinceridad con la que se ha expresado Biden. Una vez más, ha ejercido como cualquier presidente de los EEUU, ha ejercido de sheriff del mundosheriff. “No fuimos a Afganistán a ayudar a construir un país democrático, sino a acabar con el terrorismo”. En otras palabras, fuimos a vengarnos del ataque a las torres gemelas. Dead or alive, como en el lejano oeste.
“La debacle de las instituciones tras el avance de los talibanes es un fracaso que perseguirá a Occidente”, ha señalado el periódico El País. No recuerdo si fueron estas mismas palabras o parecidas las que se dijeron solemnemente tras la inacción de la “comunidad internacional” y de sus instituciones que permitieron el genocidio en los Balcanes.
Con el tiempo y a cuenta gotas los países occidentales irán reconociendo al nuevo régimen talibán, como en su día hicieron con el régimen “talibán” nacional-católico del genocida Francisco Franco, cuyo brazo armado fue el azote de las mujeres españolas. La Sección Femenina, salvo imponer el burka, hacían lo mismo que los nuevos amos de Afganistán: invisibilizarlas.
Por entonces inagurábamos la Guerra Fría y el nuevo amo del mundo occidental, EEUU, necesitaba un aliado fervientemente anticomunista, y ese era Franco. Poco importaban los derechos humanos. Poco importaban los fusilamientos. Poco importaba la anulación de los derechos de la mujer conquistados durante la República. Lo que primaba era el nuevo orden mundial surgido tras la Segunda Guerra Mundial.
El nuevo orden mundial que las potencias están construyendo tiene el sello de los gobiernos autoritarios y dogmáticos que crecen como las setas por todo el mundo, a quienes hay que reconocerlos sí o sí. Los países europeos se resisten como “gato panza arriba”, pero la extrema derecha conquista cada vez más sectores de población, antes inimaginables. Hoy más que nunca empieza a imponerse el principio chino, “gato negro, gato blanco, que más da, con tal que de cace ratones”.
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Marcelo Noboa Fiallo es socio de infoLibre
El penúltimo y trágico episodio de ese sufrido pueblo que a los occidentales nos pilla muy lejano (no sólo geográficamente, sino culturalmente), Afganistán, está obligando a las potencias mundiales a retratarse y, de facto, establecer un “nuevo orden mundial”.
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