Los nuevos tiranos

Juan Manuel Arévalo Badía

Contaba el político y legislador ateniense Solón que a su vuelta de un viaje se encontró con síntomas de tiranía. Volvamos al año 561 AC. Preocupaba ya a los pensadores del siglo de oro de Atenas el industrialismo naciente y su incompatibilidad con la democracia. Decía este político: “El comerciante, los ricos mercaderes sin escrúpulos, reinan soberanos y el mal señor sobre los mejores. Cuando un rico no consigue el poder lo obtiene apoyándose en la democracia. Se hace primero protector del pueblo y luego se convierte en tirano…”

La preocupación de aquel filósofo no es una cuestión baladí después de transcurridos quince siglos, cuando persiste esta “enfermedad” que afecta a la democracia. Los griegos, que nominaron la geografía conocida de entonces, también lo hicieron profusamente en otros campos, quizás llevados por la herencia lírica de la vieja transmisión oral homérica. La plutocracia se refiere a un sistema de gobierno en el que el poder político reside en aquellos que poseen una gran cantidad de riqueza. En una plutocracia, las decisiones políticas están influenciadas, y a menudo determinadas, por los intereses económicos de una élite adinerada.  Los pilares de la democracia se socavan por la mano del tirano a veces de forma solapada y otras de forma impúdica, tal como estamos viendo en la recién abierta era Trump. Un país cuya estructura política federalista ha sido referencia, se convierte ahora en un piélago de sátrapas, para los que la independencia judicial es una caricatura, al igual que la transparencia y rendición de cuentas, rompiendo el tradicional modelo de la separación de poderes ejecutivo, legislativo y judicial. Y el desequilibrio y falta de estos elementos como base y esencia de una democracia continúa con la desigualdad legal y económica, y, por ende, la pérdida de garantías individuales.

Cuando un rico no consigue el poder lo obtiene apoyándose en la democracia. Se hace primero protector del pueblo y luego se convierte en tirano

El hecho de la elección de un presidente juzgado y condenado por quebrantar la ley pone en evidencia el grado de corrupción de la democracia americana, ya de por sí huérfana como consecuencia de un sistema individualista, normalizado (de falso éxito) y aceptado por esa sociedad, en el que la desigualdad está en cada una de las estrellas de su bandera. Una élite definida en el film Wall Street: Ellos no crean riqueza, se la apropian.

Para el Estado social de Europa, los Estados Unidos no es ejemplo de nada; sin embargo, el conservadurismo radicalizado importado está hincando el diente en nuestro continente, en lo que considero el mayor triunfo de la clase trabajadora, en la posguerra de los años cuarenta del pasado siglo. El denominado welfare state, es decir: el Estado de bienestar. Es importante no dejarse embobar con los cantos de sirena de las redes y medios en manos ya de las legiones neoliberales. Ya tuvimos un tirano genocida en Europa y otro en España, y una campaña para borrarlos de la memoria. Nuestro centinela de la democracia debe de estar muy alerta.

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Juan Manuel Arévalo Badía es socio de infoLibre.

Juan Manuel Arévalo Badía

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