Librepensadores
Una organización libre de eutanasia…, de democracia y de libertad
Qué ufano se mostraba el portavoz de la metrópolis vaticana en España al declarar ante los micrófonos mediáticos que el departamento de negocio sanitario (la parte de hospitales que a lo largo de los siglos extirparon a la sanidad pública) negará el derecho de los españoles, reconocido por la ley, a morir dignamente eludiendo prolongadas e inútiles agonías para sufrimiento de los interesados, desesperación de familiares y amigos, y glorificación de sus quimeras. Lo decía con la petulancia de los que se arrogaron durante siglos ser dueños del privilegio de poseer las almas de todos los españoles y que, ahora, ignorando la hemorragia de defecciones que acabará con su monopolio espiritual, con su emporio de la misericordia limosnera, pretende silenciar la pérdida de influencia sobre las masas que la escuela racionalista liberó del oscurantismo y la hoguera. Ensucia el silencio con su bravata.
Viene a decir que se pasan la ley por el vuelo de la sotana. Que sus hospitales seguirán promocionando el sufrimiento inútil, agotando la capacidad de sentir dolor, intimando con el infierno de la agonía, a la rendición de los bienes materiales como despojo, en las alcancías insaciables y despiadadas de sus cuentas bancarias y últimas voluntades, arrancadas en las atribuladas antesalas de la muerte.
La retirada estratégica a la que se ven forzados por la extensión de la razón que ilumina las decisiones de los seres libres, excita las medidas desesperadas de su directorio que reclama añorante la vieja sumisión a su discurso fantasmagórico dirigido a captar capitales y limosnas liberadoras de la responsabilidad de toda suerte de canalladas suavizadas con el consuelo de tontos, “quien esté libre de pecado que tire la primera piedra”, todos son pecadores, sólo es cuestión de grados, es igual el que roba que el que mata… Es el fin de su monopolio del perdón.
Acorralados en su botín secular amasado con artes inefables, arrinconados en su patrimonio inmobiliario inmatriculado in extremis en el secreto umbrío de la confesión, a solas al borde del lecho en el que yace moribundo el cuitado acosado con el horror eterno, extorsionado con las penas infernales hasta sacarle la hijuela. Hábiles traficantes del miedo y el perdón. Con su inexpresiva cara de cemento proclama ahuecando la voz que los dominios de la iglesia romana están libres de “buena muerte”. Sí, no otra cosa se filtra entre las campanudas palabras del portavoz de la Conferencia Episcopal Española, pretendiendo encubrir el interés, la parcela de poder que se escurre de sus manos.
Una letra lo cambia todo... no siempre
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La buena muerte daña su patrimonio, que es lo último que les va quedando. Un oligopolio que desvelado de su prosopopeya clemente y su propaganda caritativa les obliga a competir con las demás corporaciones comerciales en pie de igualdad, lo que les horroriza al mostrarles sin la coraza de siervos de dios enriquecidos por su divina providencia, no por despiadadas y rastreras maniobras veladas de vírgenes y santos y angelitos con armas sobaqueras que disparando desde las almenas de su firmamento de cartón piedra, son hoy bestias acorraladas cuyas palabras apenas encubren el odio y el rencor. Libre de eutanasia, de control responsable de la natalidad, de amor entre semejantes, libre de libertades civiles...
Lamentablemente no está libre de abusadores sexuales, de pederastas, de misoginia, de codicioso amor al dinero, de mentiras y ambiciones inconfesables, de odio a la libertad, de odio a quienes pueden expresar el amor que en ellos se tiñe de vicio nefando ante el que sucumben y que se perdonan y ocultan una y otra vez en lugar de regularlo, para poder negárselo a sus crédulos seguidores que continúan llevando los hijos cual corderos pascuales al altar de sus asaduras hirvientes para ser inmolados en la clandestina oscuridad de sudorosas aulas y sacristías, lejos de la vista del mundo… Libres de qué, argüello, libres de qué. Nunca quien medra en la esquinada sombra del secreto querrá la luz. Se delinque y perdona a la sombra de los confesionarios.
Fernando Pérez Martínez es socio de infoLibre