Cargada de puñetas almidonadas, embutida de togas, consideraciones otorgadas con mucha prosodia, postureo inasequible e inatacable, casta solemne, fruncida y muy selectiva, así son la clase de los jueces y juezas en ejercicio. Son vistos o sobrevolados por encima de sus bonetes y condecoraciones bien lucientes, impartiendo justicia con tendencia a dejarse alinear por sus amos y señores por mucho que sus ínfulas les impidan repartir justicia a favor, in dubio pro reo, es decir, del más vulnerable.
Tres años y medio se han negado el pan y la sal, es decir, el cumplimiento del precepto constitucional para renovar los órganos de la judicatura -léase renovar el Consejo General del Poder Judicial y el Tribunal Constitucional-. De acuerdo a derecho y a la propia condición de su oficio -es decir, el de cumplir y hacer cumplir las leyes-, la clase judicial ha estado callada en su inmensa mayoría. Algunos de los aludidos tienen amortizados sus cargos por nombramientos que ya caducaron, a expensas de haber permitido dejarse “colorear”, según afinidades, e incluso militancias (políticas por supuesto), precisamente quienes han de ostentar la presunción de “independencia”. Los jueces y las juezas son los primeros que deberían estar al cabo de la calle, ya que han sido los primeros en dejarse adscribir, explicando burdamente el caso en cuestión, es decir, la negativa del PP a facilitar la renovación de los cargos judiciales caducados.
Para poder llegar a la siguiente conclusión:
La alteración por el PP del normal funcionamiento de uno de los poderes estatales a través del bloqueo del Consejo General del Poder Judicial puede calificarse con toda propiedad como una especie de golpe de Estado institucional.
Sin eufemismos y sin paliativos. Más bien con intención torticera, una vez que se ha entendido y asumido que, a la postre, uno no va a poder fiarse ni de los jueces, por muy solemnes que se pongan a… fallar.
Ahora el inefable Lesmes, presidente del Tribunal Supremo, se hace el ofendidito y asegure que “él no aspira al Tribunal Constitucional”. Pero qué tendrá que ver el tocino con la velocidad, referida la cuestión, exactamente, al presidente del citado Tribunal, el primero que debería haberse puesto a un lado al primer aviso.
Claro que igual estamos ante un claro y preclaro caso de “estómagos agradecidos”.
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Antonio García Gómez es socio de infoLibre
Cargada de puñetas almidonadas, embutida de togas, consideraciones otorgadas con mucha prosodia, postureo inasequible e inatacable, casta solemne, fruncida y muy selectiva, así son la clase de los jueces y juezas en ejercicio. Son vistos o sobrevolados por encima de sus bonetes y condecoraciones bien lucientes, impartiendo justicia con tendencia a dejarse alinear por sus amos y señores por mucho que sus ínfulas les impidan repartir justicia a favor, in dubio pro reo, es decir, del más vulnerable.