Y el que pueda callarse...

José María Barrionuevo Gil

Podemos decir, también ahora, como en nuestros jóvenes años, que de todos y todas es sabido que hay gente que no se calla ni debajo del agua.

En la mayoría de los medios, y nos podemos arriesgar a decirlo, hay gente a la que le gusta pontificar, pero no precisamente para unir, que eso es construir puentes, sino para separar, para insinuar intelectualmente que no están los tiempos para gastarlos en una decente y docente convivencia. Pontifican ex cathedra, dogmáticamente, con una dignidad casi sacrosanta que, además, ya no poseen.

La convivencia, incluida la de ideas y que, curiosamente para colmo, no siempre son las mismas –según qué momentos–, se desgarra poco a poco, aunque sus promotores se las den de aparentar que son los mismos y, además, exquisitos y humanos. 

Podemos, además, recordar, cosita esta que no suelen hacer más de uno de los que salen a la palestra, un día sí y algún día que otro también, y nos hablan de lo maravillosas que son sus ideas y de lo equivocados que estamos todos los demás.

Podemos ver cómo, día a día, nos colman de cuentos chinos que no se creen ni ellos, pero que, tanto en su día como ahora, no paran de erigirlos como verdades absolutas y eternas.

Hasta quienes sacan rédito de la abstención nos animan a participar, moviéndonos a que “El que pueda decir que diga, el que pueda hacer que haga”: pero eso sí: con harina de otro costal

Podemos presenciar, como siempre –como siempre, sí–, tantos rostros impertérritos y, además, asustaviejas, aunque generosos con el batallón vasco, por un lado, como rostros transfigurados, desencajados y nerviosos y que , además, lo tienen y lo tuvieron a gala, como podemos recordar, por otro, que parecen delatarse como poco amigos de la verdad, ya que las cuestiones de verdad son más sencillas y se pueden acomodar con la justicia. Se ponen nerviosos y quieren contagiarnos.

Podemos considerar, humildemente –ya que contra factum non est jus–, que los que no cumplieron sus promesas, por uno y otro lado, que los que cambiaron constantemente de discurso, por uno y otro lado, que los que nos dejaron este jardín político hecho unos zorros, yéndose de rositas, por uno y por otro lado, que los que se ríen asimismo por sus propias gracias, tan serias y formales, por uno y por otro lado, que los que se quedan tan conformes y tan panchos, tirándonos a la cara, por uno y otro lado, que “España está fatal”, como redentores irredentos y que indisponen a muchos españolitos de a  pie que no tienen dónde caerse muertos en este solar patrio, a no ser que les concedan alguna guerrita local, disfrazada de “primavera”, o cualquier “ley mordaza”, tan indeleble ella como hemos podido comprobar hasta el mismísimo día de hoy;  ellos nos siguen asustando.

Podemos mencionar, porque no vivimos aislados ni por el tiempo ni por el espacio, a Benedetti, que nos decía: “lo que no me gusta de la militancia política... sobre todo, la autocrítica, que nos trae recuerdos de mis lejanas y aguadas épocas de confesionario”.

¡Ay, qué razón tenía Mario! Pero ni eso. Aquellas épocas han sido superadas por todos los que tenemos algo que callar. No nos vale hablar de otras cosas, incluso cobrando, como si estuviéramos inspirados para, así, sacar rédito para el futuro nuestro y de nuestros amiguetes, como si no hubiera gente en el mundo, que los sostiene con su pobre trabajo y su pobre falta de tiempo para pensar. 

Podemos contemplar cómo se adornan las ilustres cabezas, que siempre lo tuvieron fácil con esos diseños políticos que están más que llenos de tachaduras, correcciones y manipulaciones para que el personal piense que viene la redención y no la rendición.

Podemos pensar, por último, que ese tiempo de silencio, que se nos concede a todos, nos dé una oportunidad para corregir nuestra desgana política, porque la única oportunidad que nos queda es, en silencio, decir lo que verdaderamente importa y verdaderamente pensamos y deseamos por el bien de todas y de todos. Participar no es obligatorio, porque da la imprecisa impresión de que somos libres, siendo en perjuicio nuestro y sin darnos cuenta de que sigue todo “atado y bien atado”, ya que las leyes son bastante conservadoras, pero no de la paz y de la convivencia, porque por “sus frutos los conocemos”, desde hace mucho, mucho tiempo. Por eso un pueblo despierto tiene que hablar. El “habla, pueblo, habla” de entonces no puede enmudecer durante cuarenta años. Hasta quienes sacan rédito de la abstención nos animan a participar, moviéndonos a que “El que pueda decir que diga, el que pueda hacer que haga”: pero eso sí: con harina de otro costal.

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José María Barrionuevo Gil es socio de infoLibre.                                                       

                                                

José María Barrionuevo Gil

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