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Robotización industrial y renta básica universal

Manuel Vega Marín

En las últimas semanas se viene hablando y escribiendo sobre los efectos que la instalación progresiva de robots en la producción industrial tendrá en el incremento del desempleo, y en la obligación que tendrán los Estados de pagar una “renta básica universal”, como un subsidio a los trabajadores desalojados de sus puestos de trabajo por este avance tecnológico. Por ello, hasta los economistas neoliberales que ayer se oponían a esta propuesta de Podemos, hoy estarían dispuestos a aceptarla, al menos para los trabajadores sin empleo o sin perspectivas de encontrarlo. Pero tengo la sospecha que no la aceptan por eficiencia del sistema, mucho menos de que estén preocupados por una justa distribución de la riqueza que ese avance proporciona, sino por la bajada de beneficios de los empresarios ante el descenso del consumo debido al gran desempleo y a los sueldos y trabajos de miseria. Hasta el Foro de Davos que se celebra estos días en la ciudad Suiza se hace eco de esta reivindicación o las declaraciones, en igual sentido, de la presidenta del FMI, Christine Lagarde.

En principio, podríamos considerar positiva la implantación, pero sólo provisional, de tal prestación. Pero, desde luego, no aceptamos que tenga que haber una relación de causalidad entre la robotización y el desempleo que origina; ni mucho menos, que sea esa circunstancia el argumento que legitime la instauración de la “renta básica universal”. Los argumentos aducidos por los neoliberales no dejan de ser interesadamente falsos, e incluso ineficientes para el mantenimiento de un equilibrio económico-financiero proyectado hacia el mediano y largo plazo. Un sistema económico justo es aquél que tiene como finalidad principal proporcionar a los ciudadanos todos los bienes y servicios necesarios para su bienestar y normal desarrollo. Un sistema económico así, nunca podrá convertirse en una gran institución benéfica. Consideramos que, igual que los que aportan capital y sus herederos se benefician de los avances de las nuevas tecnologías, en la misma proporción tendrán también derecho los trabajadores y sus herederos en la “tarta” a repartir. No olvidemos que, aunque lo resaltara C. Marx, el capital-maquinaria –y un robot no deja de ser una máquina-, es trabajo acumulado. Razón suficiente para no considerar la “renta básica” como un subsidio prestado por el Estado, como si éste fuera la Beneficencia.

Sin embargo, los “profesionales” de la Economía, sobre todo, los fans del capitalismo, no levantan los ojos del “mercado”, los beneficios egoístas, o de los algoritmos matemáticos que aparecen en las pantallas de sus ordenadores.

Como en casi todos los órdenes de la vida social, la causa de las desigualdades producidas por los desequilibrios financiero-económicos no obedece a los errores cometidos en el ámbito de la Economía como tal, sino del buen o mal uso con que se tomen, previamente, las decisiones políticas. No es cierto -la experiencia de países como Suecia, muy avanzado en la robotización- que la culpa de la cada vez más elevada tasa de desempleo la tenga el continuo incremento de los robots en las grandes empresas. Pues, desde el descubrimiento de la rueda y los motores de vapor se introdujeron en las cadenas productivas, el proceso de modernización industrial no ha parado, ni siquiera en los intervalos de las dos Grandes Guerras. Y que, desde la revolución industrial, la implantación de artilugios mecánicos, si bien al principio absorbió gran cantidad de mano de obra, proveniente de las inmigraciones del campo a las ciudades industriales, aunque en pésimas condiciones, como nos recuerda Charles Dickens en su maravillosa y universal novela Oliver Twist. Luego, a medida que la producción fue aumentando, la tasa de desempleo fue también en aumento. Pero sería erróneo considerar una relación de causalidad entre una y otra circunstancia. En el fondo hubo decisiones humanas y políticas, unas acertadas que incitaron al “reciclaje” y recolocación en nuevos nichos productivos, y otras erróneas y egoístas que esclavizaron al hombre a la máquina, como un accesorio más de las mismas. Todos recordaremos también la magistral película de Charles Chaplin (Charlot), Tiempos Modernos.

Es un hecho muy positivo la introducción de la máquina, por cuanto que libera al hombre del esfuerzo físico, más bien propio de animales, dándole la ocasión de reconvertir ese esfuerzo en ocio, en el que desarrollar otros trabajos y otras tareas más apropiadas a su condición de homo sapiens. En meollo de la cuestión, como antes hemos señalado, estuvo en la decisión política que atribuyó la propiedad de esos nuevos artilugios a un grupo minoritario de ciudadanos, disponiendo también para su beneficio del tiempo liberado al trabajo humano dependiente, que representa la mayoría de la población. Como hemos señalado anteriormente, los “profesionales” de la economía, por más que a muchos les pese que este aserto fuera resaltado por el marxismo, la máquina es trabajo humano acumulado. Las máquinas no germinaron de la tierra como las plantas. Y olvidan también esos defensores del “mercado” que, sin trabajo humano no se crearía “valor”; ni siquiera en una sociedad mercantilizada, cuya base fundamental es, precisamente, esa nueva creación. Bien lo dice Yanis. Varoufakis en el libro aconsejado más adelante: "El secreto del valor de cambio y aquello que lo convierte en un concepto útil es el factor humano; la libre voluntad de los seres humanos que tienen conciencia de sí mismos" (pág.92). "Si la producción se dejara en manos de los androides (robots muy sofisticados), ninguno de los productos fabricados por éstos tendría valor de cambio" (pág.95). Y por mucho que se “humanice” a estos muñecos robóticos, jamás podrían arrebatar al hombre su condición de tal. Un reloj por muy perfeccionado que saliera de las manos de un relojero suizo, no tendría razón de ser si no existieran hombres que le dieran valor de uso o de cambio.

He ahí unas de las contradicciones del sistema capitalista, fruto de haber pretendido convertir el trabajo humano en una mercancía más. Los empresarios no se dan cuenta que cuanto más robots instalen en sustitución del hombre, la producción aumentará, pero el valor de lo producido, y por tanto, los beneficios tenderán a cero. Algo de eso expresaba Marx con su principio de acumulación infinita. Y es, nuevamente, Varoufakis el que concluye: Cuanto más éxito tienen las grandes empresas al sustituir a los trabajadores por máquinas, y cuanto más mecánico sea el trabajo humano, menor el valor de los productos fabricados por nuestra sociedad, y menores los beneficios de las empresas (págs.. 92 y sgtes.). Si los empresarios, como pretenden, consiguieran vencer la resistencia de los trabajadores a ser convertidos en androides, desaparecería la sociedad de mercado. Pues los valores de cambio, los precios y los beneficios se anularían, ya que se destruiría la base de este tipo de sociedad: el beneficio.

No dejaré pasar la ocasión, una vez más, para aconsejar leer las lecciones de economía que Varoufakis da a su hija en este librito, Economía sin corbata, editado por Deusto, que debería servir de texto-manual en las escuelas e institutos.

Y me alegra sobremanera que terminando mi discurrir intuitivo (en el sentido kantiano), me lo venga a corroborar con su autoritas el profesor Vicenc Navarro en su artículo titulado La despolitización de lo político: la frivolidad del supuesto futuro sin trabajo. El marco del que extraemos lo que interesa al tema que tratamos, es su opinión de por qué el triunfo de Donald Trump en las presidenciales de EE.UU. Y, en este sentido, su premisa de partida es la de que los cambios tecnológicos no son responsables del descenso de la ocupación laboral. Si así fuese, tal descenso tendría que haber ido acompañado de un aumento de la productividad. El número de trabajadores en la manufactura de EE.UU. ha ido disminuyendo mientras la productividad apenas ha variado, como promedio. Admite que los Tratados de Libre Comercio han tenido un impacto mucho mayor que el ocasionado por la deslocalización de las empresas en los puestos de trabajo perdidos en los países originarios, para ser sustituidos por la mano de obra más barata en otros países. Con todo, dice que el mayor impacto de ese traslado no es el traslado en sí, sino el miedo y temor que se esparce entre todos los trabajadores del sector manufacturero, pues la amenaza, por parte del empresario, de irse a otros países y cerrar el lugar de trabajo es una amenaza constante, amenaza que es cada vez más real como consecuencia del enorme debilitamiento de los sindicatos, consecuencia, de nuevo, de las leyes y normas antisindicales, aprobadas por los gobiernos republicanos como demócratas, tanto a nivel federal, como a nivel estatal (de cada Estado). En principio, es una buena razón para explicar el voto favorable a Trump en las principales ciudades, cuya industria se ha ido desmantelando.

El profesor Navarro nos viene en apoyo de cuanto anteriormente hemos expresado, de que no es la revolución tecnológica, que, como tal, es positiva, sino la decisión política que subyace en la orientación y la forma como se aplica dicha revolución innovadora. Es decir, todo depende de las relaciones de poder vigente en cada momento histórico. Hoy en esas relaciones predomina el capital, siendo coherente que ese poder intente debilitar al mundo del trabajo, utilizando ese desarrollo tecnológico en pro de su propio beneficio. Cosa que no es la primera vez que ocurre en la historia. Si esas relaciones de poder cambiaran en el sentido de un incremento del control y presencia de la clase trabajadora en el desarrollo tecnológico, éste se podría orientar en otras direcciones más favorables a las clases populares. Y, como también hemos venido diciendo, esa nueva orientación de las decisiones políticas, como dice Navarro, facilitaría la eliminación de trabajo indeseado, la reducción del tiempo de trabajo (el crecimiento de la productividad ocurrido en los últimos 50 años permitiría una reducción muy notable del 30 % de su tiempo) y su mejor distribución, así como la notable expansión de puestos de trabajo en las áreas sociales (como sanidad, educación, cuidado a los mayores, etc.) y energéticas, estableciendo nuevas formas de energía y cambios en el sistema productivo.

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Así, que ya podemos concluir sumando nuestra opinión a la del profesor Navarro y a las de otros analistas económicos, progresistas o marxistas. Mientras subsistan las relaciones de poder capitalistas y neoliberales, las clases populares actuales seguirán sufriendo las estrecheces impuestas por tal sistema. Y algo aún peor, si las decisiones políticas se siguen tomando por los poderes económico-financieros, independientes de los Gobiernos democráticos, y siguen utilizando los avances tecnológicos en su favor, no sólo los humanos del presente, sino también los del futuro, y no sólo de un país, sino de cualquier otro del planeta Tierra, podrá hospedarlos. Ni a los androides de la película Matrix, referidos por Varoufakis, les apetecerá visitarnos. La devastación y explotación salvaje de los recursos que de nuestro planeta azul hace la creciente competitividad por el abastecimiento de las materias del actual sistema capitalista, es un tema cada vez más preocupante, y del que nos ocuparemos en otro artículo.

Pero, igual que el economista-humanista griego da optimismo a su hija, yo también se lo infundiré a mis nietos. Pero tal optimismo será realidad, siempre que no se dé por sentada la sociedad de mercado y la idea de que los esclavos mecánicos tienen que pertenecer a algunos, en vez de ser propiedad de la humanidad (ibd., pág.108). ____________________

Manuel Vega Marín es socio de infoLibre

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