Librepensadores
Los ruidos de Segovia
Llevo pocos años viviendo en esta ciudad incomparable; relativamente incomparable, pues hay otras ciudades en Europa que, al menos en el aspecto que deseo destacar aquí, deben ser tenidas en cuenta si se desea imaginar uno la idea de belleza urbana de esas ciudades recoletas del mundo que se enorgullecen de su conservación, de su armonía y de la paz que respiran e inspiran al visitante… Ciudades homólogas en resonancias comunes o próximas de historicidad, como Bath en el Reino Unido o Salzburgo en Austria; ciudades donde el ruido y la estridencia dañarían a la ciudad, a su imagen y a la sensibilidad de sus habitantes tanto como parece ser dañan directamente al acueducto segoviano; ciudades donde el ruido es espectro frente al que toda la ciudadanía se concitaría para abortarlo, si es que ocasionalmente hiciese acto de presencia en sus entornos.
Pues bien, digo que llevo poco tiempo viviendo aquí, y que aparte la magia y el duende de Segovia, aparte su historia romana y castellana, lo que más me llama poderosamente la atención es el ruido.
Por un lado están los frecuentes eventos musicales con altísima megafonía en los aledaños del acueducto que, además, por lo que dicen los expertos y por si fuera poco el malestar a los residentes, dañan a la piedra del milenario monumento. Por otro lado están los músicos callejeros que, con amplificación incluida y probablemente sin licencia, hacen dificultosa la conversación y latosa su presencia a quienes se sientan buscando el solaz en las terrazas de la avenida principal. Y por otro, la presencia, sobre todo en los fines de semana, de motocicletas de alta cilindrada unas veces y de motocross otras circulando por las arterias principales; vehículos cuyo estruendo por la falta del preceptivo silenciador, rebasa en muchos decibelios los permitidos tanto por las ordenanzas municipales como por las normas generales de la autonomía sobre ruidos.
Pero llamándome la atención semejante disparate por sí mismo, más me la llama la pasividad de las autoridades municipales y policiales frente a estos incidentes urbanos objetivamente detestables. Y más todavía, la indiferencia o la condescendencia ante lo mismo de la propia población, pues no me consta queja ni denuncia alguna formuladas por ciudadanos que todavía no han sido presa de sordera.
Ni siquiera un activista del municipio segoviano de origen estadounidense –de quien, dicho sea de paso, algunos dicen está a punto de perder el juicio por su contumacia contra la alcaldesa– ha dicho hasta ahora ni una sola palabra acerca de la monserga, del chirrido o del estruendo motero.
Yo, desde luego, no me imagino ni a los habitantes de Salzburgo ni a los de Bath soportando estas pesadillas. Así es que, poniéndome a la altura de la obstinación de ese quijote foráneo en asuntos irrisorios en los que ve gigantes donde hay molinos, si ni la alcaldesa ni el concejal de urbanismo ni la policía municipal de Segovia ponen fin a este absurdo ultraje a la armonía, al silencio y al recogimiento de esta ciudad entrañable, me veré obligado a abandonarla para siempre y, de ese modo, aun sintiéndolo mucho, tan insigne municipio español se verá privado de este vecino insignificante. _______________
Jaime Richart es socio de infoLibre