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Sangre y palomitas

Verónica Barcina

La antología gore que es la Biblia ha educado a gran parte de la civilización conocida como occidental. En ella se pormenorizan plagas, enfermedades, decapitaciones, holocaustos, matanzas, degollinas y otros episodios de extrema crueldad protagonizados por personajes que responden al maniqueísmo imperante en las relaciones sociales. En ella tienen cabida los siete pecados capitales y otros excesos como sustancia de la trama argumental. A menudo, el castigo en estas historias consiste en un epílogo despiadado, en muchos casos ejecutado con delirante sofisticación. Se condena a la Humanidad entera.

Caín asesinando a Abel, Salomé y su amado decapitado, recién nacidos degollados, Lot entregando a sus hijas al estupro de la multitud, Edith (esposa de Lot) convertida en estatua de sal, Lot haciendo el amor con sus hijas, un hombre entregando a su hija para ser violada, un levita descuartizando a su concubina en doce pedazos, Dios ordenando a los israelitas matar cada uno a su hermano, amigo o vecino… son aprendizajes, en catequesis, en clase de religión y en misa, imprescindibles para la educación de niños y niñas.

Adoctrinadas como Dios manda, esa infancia y esa juventud se convierten en adultos sin escrúpulos ni pensamiento crítico, de conciencia laxa, insensibles, inmunes al horror. Desde los sofás, con refrescos, vinos o cervezas y unos kilos de palomitas, millones las personas “de bien” contemplan las hambrunas en África, las matanzas diarias de inocentes a manos del sionismo, los asesinatos y agresiones machistas, el acoso y el maltrato a personas LGTBI o migrantes y cualquiera de los muchos disparates que, en nombre de la economía de mercado, se vienen cometiendo en el mundo desde tiempo inmemorial.

Es esa juventud, disciplinada por el capital a través del culto a sus cuerpos, es una juventud condenada a sobrevivir en un sistema que le es hostil, el mismo al que vota inconsciente, como hacen muchos de sus mayores, el mismo que les dice quiénes son sus enemigos

Gente que dice acudir a misa los domingos y fiestas de guardar, que aboga por convertir el pecado en delito, que responde de sus actos sólo ante dios… gente de esta calaña es capaz de condenar a muerte por decreto a 7.921 personas dependientes, de posar con cinismo patrio con el carnicero de Israel, de arengar a sus descerebrados seguidores para acosar con violencia la diversidad afectiva y cultural o de negar el implacable terrorismo machista. Son el tipo de “gente de bien" cuyo sectario dedo acusador apunta a la mayoría social. Esta gente es cómplice, cuando no promotora, de estas y otras violencias.

Sic transit miseria mundi. Las extremas derechas de Abascal, de Ayuso y del eurodiputado delincuente ejercen un apostolado de la violencia y del odio que cala en una juventud más preocupada del aspecto externo de sus cabezas que de ejercitar lo que llevan dentro. Es esa juventud, disciplinada por el capital a través del culto a sus cuerpos, es una juventud condenada a sobrevivir en un sistema que le es hostil, el mismo al que vota inconsciente, como hacen muchos de sus mayores, el mismo que les dice quiénes son sus enemigos.

Los estómagos capaces de digerir tantas dosis diarias de violencia y muerte son estómagos entrenados por cerebros adiestrados, adoctrinados. Esos cerebros pasan de la mirada inmutable a la justificación aprehendida y, de ésta, a la práctica de la violencia que consumen vía púlpitos mediáticos y eclesiásticos, vía política, vía redes sociales, vía reguetón, o cualquiera de las incontables vías ideológicas conservadoras que conducen a ella. El veto a la educación para la ciudadanía, promovido por Vox y aceptado por el PP, en una espiral de odio sectario y bulos que atentan contra la Democracia, va en esa dirección.

Mientras España disfruta de Nico y Lamine, los patriotas de hojalata llaman a hundir pateras y Sánchez blanquea con Gaza la compraventa de armas a Israel. Sangre y palomitas. Amén.

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Verónica Barcina es socia de infoLibre.

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