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"Talar los árboles altos"

Javier Paniagua

"Talar los árboles altos". Esta era la consigna que se proclamaba desde la Radio de Las Mil Colinas de Ruanda, en abril de 1994, para incitar a los hutus a la matanza de los tutsishutustutsis. Era una especie de metáfora en la que se entreveía una animadversión violenta a esa etnia que habitaba también desde tiempos remotos aquellas tierras y, en menor medida, en Burundi y algunas zonas del Congo.

Se suponía que los tutsis eran más altos y espigados que los hutus, con nariz más achatada y cuerpos mas gruesos y de menor estatura. Esta diferenciación corporal era arbitraria y su fundamento provenía de las tesis racistas occidentales de finales del siglo XIX y principios del XX. Durante varios siglos, hutus, mayoritarios, y tutsis habían vivido juntos. Los tutsis, minoritarios, controlaban el poder económico y políticotutsis, poseían el mayor número de vacas y gran parte de las tierras para el ganado, y los hutus eran pequeños agricultores y vasallos de aquellos hutus. Pero se mezclaban e incluso los hutus podían llegar a ser tutsis si adquirían ganado en propiedad.

Las diferencias físicas podían ser similares a las que existen entre algunos españoles y suecos, o entre franceses y eslavos, que hoy son cada vez menos perceptibles. Si elegimos a varios jóvenes (entre 18 y 30 años) de Andalucía, Galicia, León, Cantabria, Euskadi, Cataluña o Valencia y los exponemos en silencio en una rueda de reconocimiento sería difícil distinguir los de un lugar u otro. Solo si hablaran tendríamos alguna referencia de su identidad. Aquello de que los españoles proveníamos de los íberos y de los celtas y formaron los celtíberos es una falacia. Lo mismo que la aportación insignificante de godos y bereberes que vinieron a la Península. Hubo un tiempo que algunos antropólogos franquistas, al albur de las teorías arias de los nazis, señalaban la procedencia principalmente celta y goda de los españoles, para enfatizar que estábamos en conjunción con las razas europeas cercana a la aria y que los Reyes Católicos habían expulsado a los judíos como hacía Hitler y los suyos.

Hoy ya quedan pocos que crean en diferencias raciales, cuando las uniones entre españoles son constantes, lo mismo que ocurre en la UE, aunque existan todavía arquetipos físicos. En todo caso el racismo puede rebrotar no por el color de la piel o las dimensiones del cuerpo, sino por el ADN, como algunos supremacistas norteamericanos defienden para manifestar que las personas de color tienen diferencias de habilidades intelectuales con los blancos.

Creo recordar que algunos catalanes defendían un ADN más vinculado a ciertas zonas de Francia que al resto de España. Las diferencias suelen ser culturales o de poder económico, como algunos antropólogos han explicado distinguiendo a los tutsis y hutus como dos clases sociales y no como dos etnias distintas. (Canisius Niyonsaba, Orígenes de la ideología hutu-tutsi, 2011) En ese sentido, el concepto raza se ha desplazado al de etnia e identidad, provocando cierta confusión. Porque ¿qué es la identidad? Puede entenderse que va desde la identificación con uno mismo a lo que se comparte con otros, lo que es común con una mayoría, y en eso la lengua destaca como un signo característico. Pero, ¿esa identidad es inmutable? No lo parece, ni siquiera en los idiomas: en la globalización se impone el inglés como lengua de comunicación en el terreno de los negocios y académico. Y también la cultura va cambiando con los tiempos, e incluso las tradiciones que parecen inmutables se inventan, como señalaba el historiador E.H.Hobsbawm, para dar consistencia a la identidad.

En muchos casos se toma una parte de esta por el todo de una comunidad. Incluso las diferencias entre los humanos son más cambiantes que las semejanzas. Ya decía Nietzsche que el hombre se parece más a los otros hombres que a uno mismo. Y el genocidio de la inmensa mayoría tutsis y algunos hutus moderados que se produjo en abril de 1994, con unos 800.000 muertos, tenía sus raíces en el colonialismo europeo. Los belgas que controlaron el territorio daban certificados de etnicidad, con el apoyo de la Iglesia católica, a unos u otros, manteniendo los privilegios de los tutsis y relegando a los hutus. Hubo incluso en 1863 un oficial de la Armada Británica, John Speke, convertido en antropólogo, que señalaba a los tutsis como raza superior, descendientes del hijo de Noé, Ham, maldecido por ver a su padre desnudo y convertido en negro. Eran estos la esperanza negra para África por ser los más parecidos a los occidentales. __________________

Javier Paniagua es socio de infoLibre

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