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Del verde al amarillo: la paleta de colores de la economía sostenible

Cualquier concepto casi siempre va asociado a un color. Así, cuando pensamos en un día de la semana, por ejemplo, solemos asociarlo con un color determinado, como el lunes al marrón o el martes al amarillo, aunque cada persona ve los días de un tono diferente. Sin embargo, en el caso de la economía, esos colores están definidos por la función que desempeñan en el mundo de la economía sostenible.
Banco Santander, que tiene un firme compromiso con la construcción de un mundo más sostenible, está convencido de la importancia de “cuidar el presente para asegurar el futuro”. Según la entidad, el creciente interés por cuidar el planeta y de aquellos que habitan en él ha sufrido una evolución sin precedentes. Una concienciación que, en gran parte, atribuye a que cada vez son más patentes las consecuencias que ocasionan desafíos como el cambio climático, tanto en el medioambiente como en la sociedad.
La entidad explica a qué tono cromático corresponde cada uno de los conceptos asociados a la economía sostenible. Esto es, un color para cada desafío. “La naturaleza está llena de colores que debemos preservar y, en este sentido, la economía sostenible también cuenta con varias tonalidades”, señalan desde el banco. En su opinión, “para avanzar hacia un futuro más sostenible, debemos reformular la manera en la que entendemos el mundo e interactuamos con él, para que nuestras actuaciones no tengan un impacto negativo. Con este propósito, surgen conceptos como la economía verde, azul, naranja o amarilla que, a través de estos colores, buscan evocar los ámbitos a los que debemos prestar especial atención cuando hablamos del compromiso con el entorno”.
El verde es el color que se asocia a la sostenibilidad en su sentido más amplio. Este modelo apuesta por un crecimiento económico que permita alcanzar el bienestar social, erradicando la pobreza y reduciendo los riesgos del cambio climático sobre el medio ambiente. En este desafío, por tanto, resulta fundamental la colaboración de todos: organismos supranacionales, gobiernos, instituciones, empresas, particulares… Se trata de poner en marcha medidas que van desde el consumo en los hogares o en instalaciones empresariales hasta los grandes Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de Naciones Unidas. En este sentido, Banco Santander cuenta con una detallada agenda de Banca Responsable para los próximos años con 11 objetivos alineados a los ODS que incluyen compromisos de ahorro energético y descarbonización; inclusión social y financiera; e igualdad de género y diversidad.
Por su parte, la economía azul, se fundamenta a partir de las consecuencias negativas del cambio climático y la disminución de los recursos naturales, dos de los motivos que han llevado cada vez a más personas y organizaciones a preocuparse por buscar alternativas más sostenibles para sus hábitos de consumo o actividades. En 2010, el economista belga Gunter Pauli popularizó esta iniciativa tras publicar The Blue Economy, un libro en el que, además de explicar el concepto, propone cerca de 100 opciones diferentes para elaborar productos de una forma sostenible. La idea principal de Pauli era desarrollar procesos productivos que imiten el funcionamiento de la naturaleza, es decir, que se aprovechen al máximo los recursos utilizados, que los residuos generados sean escasos o, que, en caso de producirlos, se transformen en materias primas para crear nuevos productos.
Los principios más importantes en los que se basa están inspirados en los ecosistemas naturales. Por ejemplo, consumir localmente, es decir, que la sociedad consuma dependiendo de los recursos naturales que tiene más cerca a su disposición, sin la necesidad de depender de métodos de producción intensiva de alimentos en otras zonas que requieren grandes cadenas logísticas o medios de transporte que emiten gases de efecto invernadero al medioambiente.
Otra premisa es aprovechar todos los residuos, por lo que los materiales que resultan de un proceso productivo se puedan utilizar en otro ciclo como materia prima. El objetivo es que no existan desperdicios ni basura. Por ejemplo, generar biocombustibles o materiales como los bioplásticos a partir de desechos vegetales, así como producir y usar lo indispensable. El resultado final es un consumo más eficiente y enfocado en cubrir las necesidades básicas, renunciando a la producción excesiva y con la naturaleza como principal aliado y no como víctima.
En el caso de la economía naranja se contemplan todas las actividades económicas relacionadas con el arte, la cultura, la investigación, la ciencia o la tecnología, en las que la creatividad es la principal característica. Por ello, también es conocida como economía creativa. Aunque el nombre surgió en un principio por la asociación que tradicionalmente ha existido entre el color naranja y la creatividad, con el paso del tiempo y debido, en parte, a la influencia cada vez mayor de la tecnología, se empezaron a introducir nuevos sectores, como telecomunicaciones, robótica o programación. En la economía naranja se estimula el conocimiento y la innovación para encontrar soluciones sostenibles a desafíos como el cuidado del planeta. En ella los productos y servicios, además de rentabilidad, buscan el progreso cultural de la sociedad.
La economía amarilla se centra, según Banco Santander en la tecnología y la ciencia para hacer más eficientes los procesos productivos. Este modelo económico, utilizado por las ciudades inteligentes o la agricultura de precisión, está enfocado, principalmente en innovar para optimizar los recursos y mejorar la productividad. Para la entidad, no se trata solo de automatizar procesos y reducir costes, sino que debe tener en cuenta el bienestar de la sociedad y aportar valor añadido para lograr un impacto directo y positivo en el entorno. Sin embargo, un uso excesivo o inadecuado de este modelo productivo podría poner en riesgo el empleo en los sectores donde se desarrolla si únicamente se apuesta por la utilización de la tecnología como alternativa a la mano de obra.
Un ejemplo a gran escala de este modelo económico son las smart cities (ciudades inteligentes, en inglés), que usan la tecnología para mejorar la calidad de vida de sus habitantes al mismo tiempo que ofrece a las compañías una oportunidad de negocio para que desarrollen las soluciones tecnológicas necesarias para su funcionamiento. Programas informáticos para monitorear y controlar el tráfico, sistemas de vigilancia a través de videocámaras para mejorar la seguridad o aplicaciones para reducir el consumo energético en los edificios son algunas de las características que tienen estos núcleos urbanos.
Por último, la economía negra es la cara opuesta a todos los modelos anteriores. Esta tipología incluye actividades ilegales como el tráfico de estupefacientes, el lavado de activos o el terrorismo. Con ello, tiene consecuencias negativas en la sociedad, como la desigualdad o la inseguridad.
La entidad que preside Ana Botín, además, ofrece algunos consejos para intentar minimizar el impacto negativo de nuestra actividad sobre el planeta: entre ellos, consumir de forma responsable tanto productos como servicios; aplicar la regla de las tres “r” (reducir, reciclar y reutilizar) para alargar la vida útil de los productos (el banco español fabrica ya en muchos países todas sus tarjetas de crédito y débito con materiales sostenibles y reutiliza las caducadas para la fabricación de mobiliario urbano); apostar por la movilidad sostenible para evitar las emisiones de gases de efecto invernadero; o aprovechar la economía colaborativa (trueque de productos como libros, compartir vehículo, etc.) para dar una segunda oportunidad a los bienes.