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Alberto Rodríguez escribe sobre 'La Isla Mínima'

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La Isla Mínima comenzó hace unos cuantos años, en una exposición de fotos a la que acudí con Alex Catalán, director de fotografía y buen amigo. El fotógrafo sevillano Atín Aya se había dedicado a captar los últimos vestigios de una forma de vida que se desarrolló en las marismas del Guadalquivir durante medio siglo. Muchas de las fotografías eran retratos de lugareños y desprendían una especie de resignación, desconfianza y dureza que acompañaba a aquellos rostros anclados en el pasado y que con la mecanización del campo, quizás no tendrían sitio en un futuro inmediato. La exposición era el reflejo del fin de un tiempo, de una época. Éste fue mi primer contacto con La Isla, un paisaje crepuscular, el decorado de un western de fin de ciclo.

Durante unos meses en 2009, Rafael Cobos y yo estuvimos planteándonos la posibilidad de escribir una “historia negra” teniendo como inspiración la novela de Bolaño 2666 y películas como El cebo, de Vajda, Mistery of murders, Chinatown, Conspiración del Silencio, etc. Sumado a eso, todo lo que nos evocaban las marismas, un lugar mágico y misterioso, donde la riqueza y el poder convivían con el dolor y la miseria de unos personajes fruto del pasado político y social del país, comenzamos a escribir una historia. Decidimos ambientarla en 1980, año de gran tensión entre las dos Españas; esa tensión, que como un rechinar de dientes, tenía que oírse por debajo.

El rodaje

La marisma se nos aparecía desde el principio como un territorio inmenso, muy duro; magnético, pero realmente inhóspito y cruel. Y lo fue.

Ha sido una película muy difícil de rodar, muy física para todos y cada uno de los miembros del equipo. La cosecha de arroz nos obligó a adelantar todo el rodaje. La climatología nos mostró todas sus caras, con máximas de 42 grados al final del verano y mínimas de 2 grados bajo cero, a finales de noviembre. Cualquier paso que dábamos, por la vastísima extensión del lugar, era un desafío logístico.

Los actores

Casi de lo que estoy más contento es de haber conseguido mantener a los actores a resguardo de las “inclemencias” del rodaje, de todas esas dificultades que afrontábamos a diario.

Estoy realmente satisfecho del trabajo de Raúl (Arévalo) y Javier (Gutiérrez), del esfuerzo y la intensidad durante los ensayos; de la concentración y creatividad durante el rodaje. Creo que el resultado del trabajo actoral es más que notable. He mencionado a Javier y Raúl, pero podría hablar del resto del reparto: Nerea Barros y Antonio de la Torre, Salva Reina, Manolo Solo, Jesús Castro, Jesús Carroza, Mercedes León, Juan Carlos Villanueva, Ana Tomeno, etc., así hasta completar la lista de 44 actores que han trabajado en la película.

La historia

La Isla Mínima es una ficción de principio a fin. La película se adentra en la investigación de la desaparición de dos niñas. Encontrar personas desaparecidas sigue siendo una de las principales tareas de los investigadores de homicidios. Aún hoy en día sigue siendo esa una de sus principales tareas: tratar de encontrar seres humanos que se han desvanecido, perseguir el rastro de fantasmas.

Se trataba de crear los acontecimientos de la película en base a la rutina de unos policías de hace casi cuarenta años. Y gracias al contacto con dos policías en activo, conseguimos mucha documentación de primera mano que nos sirvió para armar la trama. Así, comprobamos que los métodos policiales han cambiado enormemente; antes todo era mucho menos científico, había pocos medios, o casi ninguno, (varios policías nos dijeron al leer el guion que era raro que cada policía tuviese una habitación propia en la pensión, que eso era un derroche…).

Al final teníamos una trama muy fuerte, que arrastraba la historia con potencia y necesitábamos integrar más a los personajes, por lo que decidimos inspirarnos en algunos acontecimientos reales sucedidos en aquellos años. En el caso del personaje de Pedro usamos la historia real de un policía que fue expedientado y apartado de su puesto por expresar su repulsa hacia militares pro-golpistas, no olvidemos que la historia se desarrolla en 1980.

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Al final, La Isla Mínima es una película con un corte clásico, en cuanto a la investigación y al desarrollo de los personajes; pero con un mar de fondo revuelto, denso, cenagoso, impenetrable… casi como el lecho de la propia marisma. Es la película más cercana al género que he dirigido, pero al mismo tiempo tiene una identidad propia que la hace distinta, especial.

(*): El andaluz Alberto Rodríguez estrena este fin de semana en los cines españoles su nuevo filme, avalado por una excelente acogida en el apartado competitivo del Festival de San Sebastián. Se trata de su sexto largometraje (el quinto en solitario), y de nuevo ha contado con Rafael Cobos como coguionista.

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La Isla Mínima comenzó hace unos cuantos años, en una exposición de fotos a la que acudí con Alex Catalán, director de fotografía y buen amigo. El fotógrafo sevillano Atín Aya se había dedicado a captar los últimos vestigios de una forma de vida que se desarrolló en las marismas del Guadalquivir durante medio siglo. Muchas de las fotografías eran retratos de lugareños y desprendían una especie de resignación, desconfianza y dureza que acompañaba a aquellos rostros anclados en el pasado y que con la mecanización del campo, quizás no tendrían sitio en un futuro inmediato. La exposición era el reflejo del fin de un tiempo, de una época. Éste fue mi primer contacto con La Isla, un paisaje crepuscular, el decorado de un western de fin de ciclo.

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