Amy Tan: “Siempre me he preguntado por qué yo soy la única que siento las cosas que siento”

La cinta sobre la cabeza. La largura de las mangas. La altura del cuello.

Todo -¡todo!- coincidía.

Allí, en medio de una de las salas del Museo de Arte Asiático de San Francisco, frente a la fotografía, su corazón dejó de latir por un segundo. Sus ojos veían, pero su mente no daba crédito. Inmersa como estaba en la escritura de una novela, aquella imagen cambió el curso del destino de escritora Amy Tan. Ahora tenía una misión: descubrir por qué su abuela, de la que apenas conservaba unos retratos, vestía en ellos igual que las cortesanas chinas de  hace un siglo.

El resultado de esa indagación en sus orígenes ha quedado plasmado en su último trabajo, El valle del asombro (Planeta), el octavo libro publicado por la exitosa autora estadounidense de origen chino, en la cima desde la publicación en 1989 de su primera novela, El club de la buena estrella, trasladada a la gran pantalla en 1993.

Cuidadosamente, saca un álbum fotográfico de su bolso. Lo abre y muestra, la mirada cristalina, aquella vieja imagen de su joven abuela, que terminó suicidándose. “Estaba conmocionada y emocionada: sabía que, incluso aunque no hubiera sido cortesana, no fue la típica esposa callada”.

Inspirada por ese misterioso, voluptuoso y también muy sórdido mundo de las cortesanas, Tan (Oakland, 1952) ha pergeñado una historia familiar que bebe de las fuentes que han regado toda su producción: el universo femenino y la búsqueda de la identidad. “Para mí son gestos y obsesiones”, dice ella. “Soy consciente de que vuelvo a hablar de madres e hijas, y hubo un momento en que me pregunté si sería repetitivo. Pero luego me di cuenta de que los mismos temas siempre están abiertos a nuevas historias”.

La de El valle del asombro transita a lo largo de tres generaciones entre finales del XIX y principios del XX. Los secretos alejarán a una madre de su hija, y en uno de los giros de un destino que parece ensañado con ellas, esta se verá enfrentada a una similar situación con su propia descendiente. “La historia no es exactamente sobre mi familia”, subraya una dulce Tan, “pero coincide en que son personas cuyas vidas han cambiado drásticamente, y eso las hace cambiar”.

La realidad de la ficción

Como ella, una de sus protagonistas –Violeta, estadounidense de padre chino, un secreto que debe guardar - se enfrenta a la confusa sensación de sentirse extranjera en todas partes. “De pequeña, en el colegio, yo era la única niña china, y pensaba que aquello era la fuente de todos mis problemas. Luego me di cuenta de que la cultura no es la raza, y de que no hay una definición exacta de lo que significa ser estadounidense: comprendí que mi ser no se explicaba en esas palabras”.

En las palabras, no obstante, encontró el alivio que buscaba. “Tenía unos 35 años cuando empecé a escribir ficción”, recuerda. “Y fue entonces cuando me di cuenta de que, a pesar de estar escribiendo ficción, podía descubrir algo de mí. Y me encantó esa parte de la liteartura”. El sentido de su escritura, desde entonces, ha permanecido invariado: conocerse a sí misma.

“Mi trabajo tiene que ver con la motivación y el deseo”, explica. “Siempre me he preguntado por qué yo soy la única que siento las cosas que siento. Me interesa investigar la idea de que hay partes de nosotros que no cambian nunca, de que cada uno tenemos nuestra personalidad. Quiénes somos depende del contexto, pero también somos únicos. Llámalo tener alma, espíritu, ser”.

La cinta sobre la cabeza. La largura de las mangas. La altura del cuello.

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