Ana María Moix, la voz feminista y disidente que nos arrebataron y que ahora recupera el lugar que merece

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Ana María Moix nunca entendió el oficio de escritora como una obligación de entregar un libro cada cierto tiempo o como un simple trabajo, sino como la urgencia ocasional que sentía cuando, después de haber visto muchas cosas, tenía la necesidad de narrarse.

Así lo reconocía la propia autora en uno de los textos autobiográficos que leyó durante un curso que impartió en la Universidad Menéndez Pelayo, en Santander, en el año 2012, y que el pasado noviembre fue recopilado y publicado en la editorial Trampa bajo el mismo nombre del curso, Detrás del telón

Esta pequeña colección de escritos se suma a la publicación, este mismo año, y con tan solo un mes diferencia, de otras dos obras relacionadas con la Moix: La reedición de Julia (1970), su primera novela, en la editorial independiente Bamba; y la publicación de su obra poética al completo, parte de ella inédita hasta ahora, en la editorial Lumen. 

No es casualidad esta recuperación generalizada de su figura por parte de tres editoriales diferentes, de la misma forma que tampoco es casualidad que, pese a ser una de las grandes escritoras de su generación, pocas personas la conozcan hoy en día. “¿Por qué nos han hurtado la voz de Ana María Moix?”, se pregunta Cristina Fallarás en una conferencia que ofreció sobre la autora -también hace pocas semanas- dentro del ciclo de literatura y autoras, "Oh, diosas amadas" , que tiene lugar cada año en Pamplona. “¿Por qué llega un momento en que una voz que tiene la osadía de ser fresca, popular, de ser mujer […] llega a desaparecer?” Para responder a esto, primero hay que preguntarse... ¿Quién fue Ana María Moix?

Ana María Moix fue criada en un piso de la Calle Joaquín Costa de Barcelona, dentro del multicultural barrio de El Raval, comúnmente denominado Barrio Chino, un entorno de clase obrera y altos niveles de inmigración. Allí creció junto a sus padres, su hermano Miguel -que falleció siendo muy joven, algo que marcaría parte de la obra de la autora- y su hermano Ramón, más conocido como Terenci dentro de la industria cultural.

Escribió su primera novela, Julia -ahora recuperada por Bamba-, con tan solo 23 años, en la cual se puede observar, además de la importante carga autobiográfica, una incipiente perspicacia, una sensibilidad y una capacidad de observación inusuales para su edad. Se encontraba dentro de esa categoría de “chicas raras” iniciada por Carmen Laforet -y que más tarde otras autoras como Carmen Martín Gaite o la propia Moix seguirían- mediante la cual renegaba de los convencionalismos de género, especialmente estrictos con las mujeres, de una época marcada por la dictadura franquista. “Le angustiaba pensar que algún día ella pudiera sentirse dominada, atada por algo o por alguien. El solo hecho de imaginarlo le hacía sentir un dolor en el pecho que le impedía respirar. Debía ser como hallarse encerrada en una habitación oscura sin aire, cuyas paredes avanzaban hasta juntarse mientras el techo descendía lentamente hacia el suelo”, narraba el personaje de Julita en la novela, con ecos de la experiencia de la propia Moix. 

Raquel Bada, la directora editorial de Bamba, y editora de esta nueva reedición de Julia, reconoce que en esta novela “das de frente con Ana María Moix. Percibes toda su vulnerabilidad, y a la vez la fuerza vital que la impulsaba a escribir sobre lo que no se había escrito, el amor lesbiano, una familia opresiva, una relación complejísima con su madre. Todos los personajes que aparecen en la novela existían en la vida de Moix”. 

También en esos años, el famoso escritor y crítico literario José María Castellet supo advertir el talento de Ana María Moix y por eso la incluyó -siendo la única mujer- en su célebre antología Nueve novísimos poetas españoles (1970), donde compartió espacio con “los seniors” del sector, Manuel Vázquez Montalbán, Antonio Martínez Sarrión y José María Álvarez; y otros, como ella, más cercanos a la cultura pop, a los que se denominó el grupo de la coqueluche: Félix de Azúa, Pere Gimferrer, Vicente Molina Foix, Guillermo Carnero, Leopoldo María Panero y la propia Moix.

Todos ellos rechazaban la poesía social del franquismo, llegando -especialmente el segundo grupo- a ser considerados “hijos del mass media”. En su conferencia en Pamplona, Fallarás habla de qué supuso la incursión de la Moix en esta antología, quien no se limitó a ser “la cuota” entre el resto de poetas hombres, sino que se propuso “reventar la idea de autoridad que supone una generación”. 

Ana María Moix escribió toda su vida sobre lo que a ella le interesaba. Tanto en sus primeros poemarios, Baladas del Dulce Jim (1969) o No Time for Flowers (1971) -ahora recogidos en la edición de Lumen- donde hacía referencia a ese espíritu bastardo y “charnego”, a esa sociedad catalana de clase obrera más próxima al mar donde se concentraban las prostitutas, los marineros, las cupletistas y los travestis; y más tarde en las múltiples columnas, reseñas y artículos periodísticos que escribió para una variedad de publicaciones, como la revista Vindicación feminista, Triunfo, Camp de l’Arpa, Destino o La Vanguardia. 

A lo largo de los años, la Moix se fue definiendo como una voz disidente e incómoda, una feminista radical a la que le gustaban las mujeres, que siempre fue crítica con el conservadurismo de la sociedad y la cultura en los años de dictadura, y que participó activamente -durante los años de Transición y democracia- en la búsqueda y recuperación de todo aquello que había sido prohibido a los españoles más allá de sus fronteras nacionales.

Todo esto está presente en sus escritos para Vindicación feminista (1976-1979), donde contaba con la sección fija Nena no t’enfilis (algo así como: “nena, no te pases”), un híbrido entre la realidad y la ficción donde, con un estilo narrativo similar a un diario, una joven contaba -en clave de ironía y humor- los cambios que experimentaba esa sociedad de la Transición, dentro de una familia burguesa encabezada por un padre que se negaba a dejar atrás la tradición

En esta misma publicación, la Moix también se propuso construir una genealogía cultural y literaria femenina para dar voz a todas aquellas mujeres, especialmente del ámbito francés y anglosajón, que no habían llegado a España por culpa de la censura, como Virginia Woolf, Agatha Christie, Doris Lessing, Sylvia Plath, Katherine Mansfield, Carson McMullers, entre muchas otras. 

Pese a su importante labor periodística, radical y disidente, así como su obra poética y novelística, muchas personas siguen refiriéndose a ella como “la Nena”, el apodo que le puso su hermano Terenci Moix, o directamente no saben nada de su figura. Como dice Fallarás, a la Moix “se la hizo desaparecer a base de dejar de hablar de ella y dejar de darle un espacio”.

Se construyó un silencio en torno a su figura porque molestaba, porque era una mujer escritora, era feminista y era lesbiana. Bada también recuerda que la Moix estaba “a la sombra de un hermano mucho más protagonista (Terenci), y le tocó vivir en una sociedad que primaba el arte y la profesionalidad masculina”.

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Sin embargo, hoy volvemos a reeditar sus obras porque estamos necesitadas de voces como la suya, que nos guíen y que nos recuerden que no estamos solas, y que ya existía toda una genealogía de mujeres estableciendo un discurso crítico, político e incómodo. Ese es el mismo propósito que persigue la editorial Bamba, recuperar obras de autoras que comparten “esa imposibilidad de habla, la libertad soterrada, la incapacidad de poner nombre a las cosas, la falta de escucha”, afirma Bada, y por ello Moix se suma a un catálogo -hasta ahora- conformado por Elena Quiroga, Sylvia Plath, H.D. y Zelda Fitzgerald.

Ana María Moix fue mucho más que “la Nena”, pero si finalmente decidimos referirnos a ella por un apodo, seguro que hubiese preferido ser recordada como “la Pata” -así la llamaban sus amistades más íntimas- en referencia a su perro, Pato, tal y como recuerda Pilar Brea, que perteneció a su círculo más cercano, en el podcast Espejo de letras.

La Moix fue una mujer combativa y con las ideas muy claras, pero también fue esa mujer amante de los animales, que compartió gran parte de su vida de forma sosegada con su pareja Rosa -su pilar fundamental, al igual que también lo fue la escritora Esther Tusquets- y que desprendía una generosidad que hacía que toda persona que la conociese solo tuviese palabras de cariño hacia ella.

Ana María Moix nunca entendió el oficio de escritora como una obligación de entregar un libro cada cierto tiempo o como un simple trabajo, sino como la urgencia ocasional que sentía cuando, después de haber visto muchas cosas, tenía la necesidad de narrarse.

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