David es "especialista en gestión de masas". O, más comúnmente, antidisturbios. Esta noche está ligeramente contrariado, como le cuenta a su pareja, Lidia, porque le ha reventado el ojo a un manifestante con una pelota de goma. "Es el segundo en lo que va de año", le reprocha ella. Y él se justifica: "Ellos hablan de resistencia pacífica. Para empezar: si te resistes, tú no eres pacífico. Si te digo que salgas de aquí, y tú no sales, estás siendo violento". Lo que no sabe es que el azar va a querer que, en unos días, vayan a cenar a su casa Sandra, amiga de infancia de Lidia, y su pareja, Ignacio, al que le falta un ojo. "¿Qué le pasó?", se atreven a preguntar al cabo de un rato, después de la pularda. Un policía le disparó con una pelota de goma en una manifestación.
El argumento de El rey tuerto, escrita y dirigida por Marc CrehuetEl rey tuerto, da para thriller, pero él ha preferido tirar por la comedia negra. Así define el filme que comenzó siendo obra de teatro, una de las revelaciones del 2013 en la escena barcelonesa, y que se estrena en salas este viernes después de su paso por el último Festival de Málaga. Fue posible, en parte, gracias al empujón del guionista y director Joaquín Oristrell (Bajarse al moro, Hablar), que le amenazó con rodar la película si no lo hacía él. Así que Crehuet, cuya vocación estaba originalmente encaminada al cine, no tuvo más remedio que ponerse a ello, animado por el éxito que les había tenido dos años girando con la obra. Al director y parte de los actores (Alain Hernández, Betsy Túnez, Miki Esparbé y Ruth Llopis), que ejercen también de productores, se sumaron las productoras Lastor Media (10.000 km) y El Terrat, además de TV3, la televisión pública catalana. Un espaldarazo nada desdeñable para una película independiente como esta.
La adaptación apenas ha variado el texto original, y eso que hace cerca de cuatro años desde que Ester Quintana recibiera en una manifestación el impacto de una pelota de goma, con las mismas consecuencias que para Ignacio. "Hice una primera versión del guion mucho más abierta", cuenta el director sobre su adaptación a la gran pantalla, "con el prejuicio ese de que para que sea cine tiene que haber muchas localizaciones, para que respirase. Y me di cuenta de que no quería que respirase. Me gustaba la sensación opresiva de tener a los personajes encerrados en la casa en la que viven". Ese piso pretendidamente "artificial" es la "imagen de una construcción ideológica que nos creemos hasta que empezamos a ver que se cae el papel de las paredes". Junto a los planos cortos de Crehuet, la oscura fotografía de Xavi Giménez y el sonido de Albert Manera, se crea una sensación de asfixia que casi tira más al negro que a la comedia.
Pero está el humor. El que el cineasta ha usado como "un autocastigo". "Escribo primero una versión del texto mucho más panfletaria, desde la rabia, porque estaba muy cabreado. Después, a través del humor que me brindaban esos personajes tan opuestos, me puse a romperla. A romper también mi propio discurso", explica. Porque, sí, David (Alain Hernández) puede ser un "perro del sistema" (en palabras de Ignacio), pero este último tampoco se libra de alguna que otra bofetada intelectual. Y con él las sufre el público, que a priori se identificará más con el discurso de denuncia y pacifismo del segundo. "Los discursos unilaterales tienen siempre fisuras, y exponer estas fisuras provoca la carcajada y la reflexión", apunta Crehuet.
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David y, Lidia, su novia, son (en distinta medida) capaces de ejercer la violencia física, son racistas y algo simplones. Ignacio y Sandra, su novia, les señalan todo eso, incapaces de percibir el desprecio y el clasismo que ellos mismos rezuman. "El periodista Pedro Vallín me hablaba de que en este juego de víctimas y verdugos", recuerda el director, "Veía cómo la víctima, en un momento dado, disfrutaba ejerciendo su autoridad moral, adiestrando casi como a un perro al supuesto verdugo". Esta dinámica perversa recuerda a lo defendido por Pasolini en 1968, cuando, frente a los jóvenes burgueses que pretendían hacer la revolución batallando contra la policía, él defendía a los agentes, salidos de la clase obrera: "En Valle Giulia, ayer, / se desarrolló, pues, un episodio / de lucha de clases: y vosotros, amiguitos (bien que en el bando / de la razón) erais los ricos, / mientras que los polizontes (que estaban en el bando / equivocado) eran los pobres". Sin su trabajo, David "no es nada". Ignacio, para producir sus documentales de temática social, tiene la ayuda de su padre.
En cualquier caso, el seísmo tiene dos direcciones. El encuentro con su víctima hace temblar las creencias de David, dispuesto a empaparse de las reivindicaciones del activista. Pero su reacción pone también a prueba el discurso de Ignacio. Ambos deben abandonar su mapa mental. El primero debe desechar lo que ha aprendido dentro del sistema contra el que Ignacio batalla, pero no es capaz de moverse sin acatar órdenes. El segundo se reafirma en la validez de sus argumentos, pero se ve en un callejón sin salida por la ineficacia de sus actos. "Todos nos podemos sentir identificados con David a este nivel de crisis en el que nos encontramos, que es una crisis de sistema, una crisis de creencias", defiende el director. Quizás los espectadores también hayan visto cómo se despega el papel pintado de las paredes de su estructura ideológica.
"En cierto modo, me identifico con su manera de pensar", admite Hernández hablando de su personaje, vestido con un chándal oscuro que recuerda de manera inquietante a los atuendos del antidisturbios. "Decir: ‘Bueno, si hay que hacer algo, hagámoslo, pero a lo grande. Que nos escuchen. Ya está bien de pegar cuatro gritos con una batucada. ¿De qué sirve? ¿De qué te ha servido a ti? De nada, se están riendo de ti igualmente". ¿Cuándo es legítimo el uso de la violencia?¿Qué significa el compromiso político?¿Hasta dónde llega? "Ahí está la crítica a todo ese movimiento antisistema: que mucho decir pero poco hacer", lanza el actor pocos días después del quinto aniversario del 15-M, "¿Vamos a cambiar el mundo desde change.org? Pues no".
David es "especialista en gestión de masas". O, más comúnmente, antidisturbios. Esta noche está ligeramente contrariado, como le cuenta a su pareja, Lidia, porque le ha reventado el ojo a un manifestante con una pelota de goma. "Es el segundo en lo que va de año", le reprocha ella. Y él se justifica: "Ellos hablan de resistencia pacífica. Para empezar: si te resistes, tú no eres pacífico. Si te digo que salgas de aquí, y tú no sales, estás siendo violento". Lo que no sabe es que el azar va a querer que, en unos días, vayan a cenar a su casa Sandra, amiga de infancia de Lidia, y su pareja, Ignacio, al que le falta un ojo. "¿Qué le pasó?", se atreven a preguntar al cabo de un rato, después de la pularda. Un policía le disparó con una pelota de goma en una manifestación.