El apocalipsis europeo

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Que la primera mitad del siglo XX estuvo lejos de ser un momento luminoso para Europa es una idea que nadie discutiría. Pero el relato que el historiador Ian Kershaw hace en Descenso a los infiernos (Crítica) va un paso más allá: “El continente, que durante casi 100 años después de que acabaran las guerras napoleónicas se había jactado de constituir el culmen de la civilización, cayó entre 1914 y 1945 en la sima de la barbarie”. El ensayo del estudioso británico, uno de los más reputados del continente (especialmente en sus trabajos sobre el nazismo, como El mito de Hitler: imagen y realidad en el Tercer Reich o El final: Alemania 1944-1945), realiza una panorámica sobre ese breve pero más que agitado espacio de tiempo. El mapa que dibuja es el de un descenso hasta lo peor de lo que es capaz el ser humano, tanto como individuo como colectivamente. Pero también el de una recuperación, un ascenso órfico hasta ser capaces de construir una sociedad de estabilidad, democracia y paz. 

De hecho, la traducción al español ha dejado parte de la tesis de Kershaw fuera del título. En el original, un sintético y eficaz To hell and back (algo así como Hasta el infierno de vuelta), tiene tanto peso la caída que tuvo lugar durante la I Guerra Mundial, el período de entreguerras, y la II Guerra Mundial, como el mundo que se construyó después de esta última. El historiador tendrá ocasión de contarlo en un segundo volumen, aún en proceso, que cubrirá la otra mitad del siglo. Originalmente, ambos son un encargo de Penguin, en el marco de su serie Historia de Europa, que recorre el continente desde la Grecia clásica en (hasta ahora) seis volúmenes. 

Esto explica gran parte del reto de Kershaw, que tenía que abandonar su zona de confort (la naturaleza del nazismo y el fenómeno del Führer) para expandir, no tanto el período histórico, pero sí su espacio geográfico. Los títulos que conforman la colección no pueden ser investigaciones minuciosas en un aspecto concreto de la historia, sino un paseo casi a vista de pájaro por los años que ocupan a cada uno. A esto se le suma la necesidad de evitar convertirse en un libro de texto, y de construir un relato que explique al lector una época concreta. "Quería entender cómo Europa se infligió una doble catástrofe a sí misma en la I y II Guerra Mundial, pero también por qué el resultado de esas dos guerras fue tan diferente", cuenta el historiador al comienzo de un intenso día promocional en Madrid. 

La Gran Guerra (ese sobrenombre cargado de optimismo) "produjo más crisis y caos", en palabras del historiador, mientras que la segunda originó "los principios de la recuperación que luego llevarían a décadas de paz y prosperidad". Kershaw comienza por identificar los rasgos comunes a ambas, fiel a su estilo, claro y más interesado en los grandes movimientos políticos que en la historia pequeña de los ciudadanos. Los elementos que sirvieron de telón de fondo a las dos luchas son "el gran conflicto de poder, el conflicto étnico, el conflicto de clase, los graves problemas sobre las divisiones de las fronteras, y finalmente la gran crisis del capitalismo".

Esta enumeración puede sonar familiar, en algunos aspectos, para un lector que haya presenciado la crisis de los refugiados y los repuntes de xenofobia que esta ha mostrado, el ascenso de la ultraderecha en Grecia y Austria, el aumento de la desigualdad o el crash de 2008 del que aún no se ve la recuperación. "Los problemas del presente nos hacen echar la vista atrás. Sin embargo, los problemas de ahora son tan diferentes que no es fácil sacar conclusiones del pasado", zanja Kershaw, que no parece estar dispuesto a establecer paralelismos entre el período de entreguerras y este 2016. La razón de su resistencia es que no considera que se puedan despreciar las enormes diferencias entre aquel momento y hoy en día: "En aquel período la democracia era una visión muy discutida, mientras que hoy tenemos un continente de democracias (algunas funcionan mejor que otras, pero aun así). Lo militar, que está invariablemente en la derecha política y es siempre antidemocrático, era prominente en todas partes, mientras que ahora apenas tienen relevancia en cualquier país".

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Si eso es así hoy, asegura, es en parte gracias a los efectos políticos de la II Guerra Mundial. Y eso que la tensión era todavía mayor entonces en comparación con la Gran Guerra. "Evidentemente la gente no aprendió lo suficiente de la I Guerra Mundial", dice. Y relata cómo se agudizó el conflicto étnico; cómo el sentimiento de humillación nacional y el ascenso de Hitler al poder situó al continente al borde de un conflicto difícilmente evitable; cómo Alemania e Italia basaron su existencia como nación en "la agresión externa y la conquista". La situación en los años treinta, resume, era mucho más peligrosa que antes de 1914.

Sin embargo, después de 1944 no se continuó con esa escalada, como habría sido esperable. Como recoge el historiador, una serie de factores hicieron que se hiciera la paz. La limpieza étnica que trajo la conquista de Europa Oriental por el Ejército Rojo dejó una zona estable, con fronteras bien definidas —paradójicamente, algo que Hitler habría apreciado—. La destrucción de Alemania reequilibró las fuerzas en el continente. La Guerra Fría hizo que los intereses de las naciones quedaran supeditados a los de las dos superpotencias, de forma que "el conflicto nacional, que fue tan importante a la hora de causar la guerra, ahora estaba anulado". La recuperación económica a escala global ayudó a que se asentaran las democracias. Y, por último, la amenaza de la bombanuclear volvían impensable una guerra como las libradas hasta el momento. 

Kershaw desmonta así la idea de que, si no ha habido (¿todavía?) III Guerra Mundial, es porque el ser humano aprendió algo, como sociedad, de la Segunda. "Hay que considerar el factor moral, claro. Pero también que en 1946 Europa era todavía un territorio violento. Era muy importante que los aliados occidentales instauraran la idea de que la democracia era un buen sistema, y que tenían razón a la hora de destruir el fascismo. Pero sin los otros factores que he mencionado no hubieran tenido lugar, ese imperativo moral no hubiera tenido éxito". El segundo volumen, que tiene avanzado por ahora hasta los setenta, continuará el relato: ¿se ha asentado definitivamente la democracia?¿Hay algo que temer en el futuro de Europa? "La explosión de vitalidad cultural en los sesenta y setenta produjo una mayor consolidación de estos valores, aunque también un reto", avanza, "La parte preocupante ha sucedido desde 1990". Continuará.  

Que la primera mitad del siglo XX estuvo lejos de ser un momento luminoso para Europa es una idea que nadie discutiría. Pero el relato que el historiador Ian Kershaw hace en Descenso a los infiernos (Crítica) va un paso más allá: “El continente, que durante casi 100 años después de que acabaran las guerras napoleónicas se había jactado de constituir el culmen de la civilización, cayó entre 1914 y 1945 en la sima de la barbarie”. El ensayo del estudioso británico, uno de los más reputados del continente (especialmente en sus trabajos sobre el nazismo, como El mito de Hitler: imagen y realidad en el Tercer Reich o El final: Alemania 1944-1945), realiza una panorámica sobre ese breve pero más que agitado espacio de tiempo. El mapa que dibuja es el de un descenso hasta lo peor de lo que es capaz el ser humano, tanto como individuo como colectivamente. Pero también el de una recuperación, un ascenso órfico hasta ser capaces de construir una sociedad de estabilidad, democracia y paz. 

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