El archivo de un pudoroso Delibes

“Mi padre era una persona pudorosa. Que nadie piense que se va a encontrar una sorpresa”, asegura al otro lado del teléfono Elisa Delibes de Castro, la cuarta de los siete hijos que tuvo Miguel Delibes con Ángeles de Castro, “él decía que lo que no quiso decir en vida no quería que se dijese de muerto”. Sin embargo, a pesar del pretendido recato del escritor vallisoletano (1920-2010), su legado dice mucho más de su personalidad, de su proceso creativo, de lo que hubiera querido en un primer momento. Así lo atestigua la joya que es el archivo personal del novelista, que acaba de terminar de pulir y digitalizar, tras dos años de trabajo, la fundación que lleva su nombre. En total, la institución atesora 14.000 textos y 112.000 imágenes en las que Delibes se revela como un autor concienzudo y metódico, que corregía los manuscritos una y otra vez, hasta dar con la palabra precisa. Una persona, además, que no pecaba de autocomplaciente: “No le daba importancia a lo que hacía, tenemos muchos manuscritos, pero hay otros que no sabemos lo que ha hecho con ellos”, cuenta Elisa.

Así, han organizado y clasificado la correspondencia personal del autor de El camino, sus manuscritos, diapositivas, fotografías y un largo etcétera. “Este año se cumple el 50 aniversario de la publicación de Cinco horas con Mario y tenemos que celebrarlo. Hemos encontrado algún manuscrito y han aparecido unas seis cuartillas con un resumen de lo que mi padre quería contar en cada capítulo”, adelanta Elisa. Entre las disertaciones de Menchu mientras vela durante una noche entera el cadáver de su marido, con saltos temporales y reproches sobre su relación, Delibes tenía claro qué era lo que quería introducir en cada uno de los episodios. Aunque Elisa también es precavida a la hora de alabar el legado de su padre, entre los archivos del escritor han encontrado algunos artículos magníficos, como uno en el que valora, precisamente, Cinco horas con Mario, pero varias décadas después de su publicación. “Al principio el bueno era Mario, pero leído 30 años después… ¡Pobre Menchu! ¡Qué pocas satisfacciones recibió!”, parafrasea Elisa.

Javier Ortega, que en breve será nombrado director de la fundación, fue la persona que se puso al frente del trabajo junto a un equipo de dos personas. “Hubo una primera fase de organización, identificación y descripción,” explica a infoLibre, “y una segunda fase de digitalización del archivo que fue encargada a una empresa externa”. La intención es que el material esté disponible muy pronto para que pueda consultarlo cualquier persona interesada en la figura del vallisoletano. “En este momento, en la mesa hay siete publicaciones que nos han sugerido, pero ahora mismo la fundación no puede afrontar económicamente la edición en solitario”, amplía Elisa.

Desde la muerte del autor de Los santos inocentes se ha editado la correspondencia que mantuvieron Delibes y Gonzalo Sobejano, íntimo amigo, crítico literario y catedrático de Literatura Española. Bajo el título Miguel Delibes-Gonzalo Sobejano. Correspondencia 1960-2009, se reunieron 200 cartas en las que compartieron sus anhelos literarios, pero también personales. En una de ellas, cuando en 1974 fallece la mujer del escritor, Ángeles, éste escribe: “Llevo una vida pasiva y a base de estabilizadores. Quiero decir de química de las boticas que te hacen ver menos negro lo que decididamente es negro. Es un engaño piadoso que te permite dejarte de vivir. Ni humana ni literariamente puedo anticipar lo que será de mí. La muerte de Ángeles es una idea parasitaria –y amarga- que de momento no me deja concentrarme en nada. Dios dirá”.

Más recientemente, en marzo de 2015, salieron a la luz el trabajo de Delibes como dibujante en el diario El Norte de Castilla, periódico en el que empezó a trabajar en 1941, y fue su director entre 1958 y 1963, cuando dimitió por desavenencias con Manuel Fraga, ministro de Información por aquel entonces. En el libro, editado por el rotativo vallisoletano y la fundación, reúne las 390 caricaturas que Delibes firmó con el seudónimo de Max (M, por Miguel; A, por Ángeles, su mujer; y X, por las incógnitas que le deparaba el futuro). “Era una faceta que merecía salir a la luz”, zanja Elisa sobre el trabajo de su padre como dibujante.

“Por mí, dejaría que se viese todo, porque mi padre tenía pocos secretos, pero hay otras cosas que no corresponden sólo a él”, explica Elisa sobre alguna correspondencia que ha decidido no hacer pública por si pudiera molestar a los herederos de las personas con las que Delibes mantenía relación epistolar. Lo que sí han decidido incluir han sido los 17 libros de pésame que firmaron los vecinos de Valladolid cuando el escritor falleció. Algunos, cuenta Elisa, dejaron escritos preciosos mensajes como “Adiós, milano bonito” o “La señora de rojo te esperará en el cielo”, haciendo referencia al libro que Delibes escribió como homenaje a su mujer. Y es que Miguel Delibes era muy apreciado entre sus vecinos: más de 18.000 personas acudieron a la capilla ardiente que instalaron en el Ayuntamiento de su ciudad natal. Recuerda Elisa que cuando fue nombrado académico de la RAE en 1973 la gente no paraba de darle la enhorabuena por la calle: “Me encantan mis paisanos”, le decía Delibes a su hija, “es como si hubiera ganado el Real Valladolid de fútbol”.

“Mi padre era una persona pudorosa. Que nadie piense que se va a encontrar una sorpresa”, asegura al otro lado del teléfono Elisa Delibes de Castro, la cuarta de los siete hijos que tuvo Miguel Delibes con Ángeles de Castro, “él decía que lo que no quiso decir en vida no quería que se dijese de muerto”. Sin embargo, a pesar del pretendido recato del escritor vallisoletano (1920-2010), su legado dice mucho más de su personalidad, de su proceso creativo, de lo que hubiera querido en un primer momento. Así lo atestigua la joya que es el archivo personal del novelista, que acaba de terminar de pulir y digitalizar, tras dos años de trabajo, la fundación que lleva su nombre. En total, la institución atesora 14.000 textos y 112.000 imágenes en las que Delibes se revela como un autor concienzudo y metódico, que corregía los manuscritos una y otra vez, hasta dar con la palabra precisa. Una persona, además, que no pecaba de autocomplaciente: “No le daba importancia a lo que hacía, tenemos muchos manuscritos, pero hay otros que no sabemos lo que ha hecho con ellos”, cuenta Elisa.

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