El arte que reflejó las tensiones políticas de la Transición

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El abrazo, de Juan Genovés, un lienzo pintado en 1976, se ha convertido en uno de los grandes símbolos artísticos de la Transición. Las figuras en tonos pardos de la imagen, que corren a abrazarse como si se encontraran, años después, en una estación de tren, es sinónimo de reconciliación nacional. El país que aprende a reconocerse tras la caída de la dictadura. Pero la exposición Poéticas de la democracia, que permanecerá en el Museo Reina Sofía desde el 5 de diciembre hasta el 25 de noviembre de 2019, descarta de un plumazo esta imagen idílica. La Transición, vista desde el mundo del arte, fue tan compleja y tensa como fuera de él.  

La muestra se enmarca dentro de la conmemoración del 40º aniversario de la Constitución, que se celebra el próximo día 6 de diciembre, y coincide con El poder del arte, otra exposición en torno a la Carta Magna también organizada por el museo pero que tiene como sede el Congreso y el Senado (y es visitable previa reserva en su página web). Pero si esta última recoge distintas perspectivas sobre el texto constitucional, Poéticas de la democracia refleja más bien el ambiente artístico que rodea su redacción y aprobación. 

La descripción que hace Manuel Borja-Villel, director del museo, de la discusión cultural de la época es un claro reflejo de la discusión política: "La tensión está entre los que querían democratizar la vida para normalizarla y los que querían instaurar sus propias reglas". De un lado, quienes veían en el cambio político la oportunidad de asimilarse al resto de democracias liberales; del otro, quienes apostaban por un movimiento revolucionario. Y eso que la exposición parte de un acontecimiento, a priori, eminentemente artístico: la Bienal de Venecia de 1976. Después de la experiencia de 1974, cuando, a pesar de no celebrarse la muestra artística, se organizan actividades en apoyo al pueblo chileno, el presidente Carlo Ripa —antiguo miembro del Partido Comunista y por entonces militante del Partido Socialista Italiano— decide dos años más tarde hacer lo mismo con España. 

Una Bienal no oficialno oficial

"La Bienal del 76 se empieza a gestar con Franco vivo y se inaugura con Franco muerto", explica Rosario Peiró, una de las cuatro comisarias de la exposición. La propuesta de Ripa no dejaba de ser polémica: como no se podía dejar un espacio oficial a España, que por muerto que estuviera el dictador no era todavía un país democrático, se le daba una presencia no oficialno oficial, es decir, ajena al Gobierno del Estado. La exposición del Reina Sofía se abre con una fotografía de la fachada del pabellón oficial español, en la que se ve una pintada en recuerdo del político comunista Julián Grimau, ejecutado por el franquismo en 1963. En las puertas, sobre una reproducción del Guernica, se leía en letras de molde: "Cerrado". Mientras, la exposición España: vanguardia artística y realidad social (1936-1976) se inauguraba en el Pabellón Central de los Giardini, reservado habitualmente para la representación italiana. El Reina Sofía reproduce ahora, a partir de una labor de investigación exhaustiva, el montaje de las últimas salas de la muestra, referidas a la producción de los setenta. El visitante puede observar obras como la serie Paredón, de Equipo Crónica, o La mujer, de Alberto Corazón, tal y como lo hicieron entonces los italianos. 

 

Ronda de noche con porras (1976), de Eduardo Arroyo, una de las obras expuestas en la Bienal de 1976. / COLECCIÓN DEL ARTISTA

Pero la cosa no terminó ahí. La Bienal encargó la organización de la muestra a una comisión de diez expertos formada por Tomás Llorens, Valeriano Bozal, Oriol Bohigas, Alberto Corazón, Manuel García, Agustín Ibarrola, Antonio Saura, Rafael Solbes, Antini Tàpies y Manuel Valdés. Todo venía apadrinado por el pintor Eduardo Arroyo, que entonces residía en Italia y formaba parte de la Comisión de Artes Visuales de la Bienal. Las críticas no tardaron en llegar: "La nómina del Comité, y por notorio que sea el prestigio de algunos de sus miembros, no puede ocultar claros indicios de partidismo y discriminación. ¿Se ha sometido a algún tipo de encuesta o referéndum su candidatura?", se preguntaba el periodista Santiago Amón en las páginas de El País en mayo de ese año. El crítico de arte José María Moreno Galván no dudaría tampoco en arremeter contra Arroyo en ese mismo periódico, tachándole de "ultraizquierdista sin riesgo", afeando que el artista hubiera criticado a Dolores Ibárruri en una de sus obras, y alineándose con Rafael Alberti, que también se desmarcó del proyecto. A la protesta de un centenar de intelectuales y artistas españoles que pedían una alternativa a la comisión de Arroyo, había que sumar a los artistas vascos. Chillida, Oteiza e Ibarrola aceptaron primero participar en la muestra, pero luego después dieron un paso atrás, alegando que Euskadi debería tener un espacio diferenciado en la muestra. 

El museo y la calle

Que en la Bienal de Venecia se escenificaron algunas de las tensiones políticas y artísticas más significativas de la época se ve también en el interés que suscita hoy en día: el Institut Valencià d'Art Modern le dedica también en estos días un espacio a las obras de su fondo que formaron parte de aquella feria. Pero la exposición del Reina Sofía va más allá de esta batalla. Lejos de allí, a años luz de tener un espacio en exposición internacional alguna, bullía la contracultura. La segunda parte de la muestra, explica Peiró, está reservada a estas "prácticas que [entonces] no han sido institucionalizadas ni patrimonializadas".

Están, por supuesto, los movimientos desarrollados en torno a revistas como Ajoblanco o El Rrollo, parte del movimiento libertario en el que confluirían figuras como el dibujante Nazario o el pintor y performer Ocaña. Pero también las Jornada Libertarias Internacionales, organizadas por la CNT en 1977 en Barcelona, o el club La Vaquería, que convertiría la calle Libertad en uno de los centros de la contracultura madrileña. En junio de 1976, como recuerda la muestra, sufrió un atentado reivindicado por un grupo "defensor de la moral". En estas salas, apunta la comisaria, busca "situar al visitante en los bares, la calle, la noche, los ateneos y los conciertos", lugares "alejados de la institucionalidad". 

 

Manifestación organizada por la Coordinadora Feminista para pedir amnistía para los delitos de la mujer con el lema "Para Navidad todas en casa" (1977), de Pilar Aymerich Puig. / MNCARS

Antonio Saura retrata el franquismo monstruoso

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Y más alejadas aún están las protestas vecinales, reflejadas en la muestra a partir de pancartas y fotografías de las manifestaciones. "Volem la plaça", "Queremos un colegio", "Volem una zona verda", se lee en las instantáneas tomadas en Barcelona entre 1976 y 1979 por el fotógrafo Manel Armengol, uno de los más activos en el fotoperiodismo de la Transición. Protestas similares se ven en los barrios de La Elipa u Hortaleza, en Madrid. También la fotógrafa Colita da testimonio en sus imágenes de una acción de COPEL, la Coordinadora de Presos Españoles en Lucha, en la Modelo de Barcelona.  Un cartel de la CGT reicindica "el reparto del trabajo y los beneficios" y la "reducción de la jornada laboral", mientras en otra sala la revista Vindicación feminista refleja en sus portadas el debate de la segunda ola del movimiento en España. Una de las últimas salas recoge carteles de apoyo y rechazo a la Constitución en el referéndum del 6 de diciembre, y un ejemplar de Ajoblanco deja claro la impresión de parte de la izquierda ante el texto: "Así ha quedado la Dama Constitución. Es fea y ni siquiera es nuestra", rezaba un dossier sobre la Carta Magna firmado, entre otros, por el crítico de arte J. M Costa y la actual directora de El País Soledad Gallego Díaz. 

Era Iban García del Blanco, presidente de AC/E Cultura (organismo coorganizador) y secretario federal ejecutivo de Cultura en el PSOE, quien establecía en la presentación del lunes un lazo entre la exposición y la actualidad política, marcada por la irrupción de Vox en el Parlamento andaluz: "La Transición puede ser el anverso y lo que vemos ahora el reverso de una temporada de cambio". "Espero que haya esas corrientes contraculturales y artísticas que nos expliquen lo que está ocurriendo y que complementen la complejidad que estamos viviendo", añadía. Otra cosa es que haya que esperar 40 años para empezar a entenderlo. 

 

El abrazo, de Juan Genovés, un lienzo pintado en 1976, se ha convertido en uno de los grandes símbolos artísticos de la Transición. Las figuras en tonos pardos de la imagen, que corren a abrazarse como si se encontraran, años después, en una estación de tren, es sinónimo de reconciliación nacional. El país que aprende a reconocerse tras la caída de la dictadura. Pero la exposición Poéticas de la democracia, que permanecerá en el Museo Reina Sofía desde el 5 de diciembre hasta el 25 de noviembre de 2019, descarta de un plumazo esta imagen idílica. La Transición, vista desde el mundo del arte, fue tan compleja y tensa como fuera de él.  

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