Baron Noir es la serie que reinventa y alza las series políticasBaron Noir como Los Soprano elevó los relatos de mafiosos. Su realismo, su ambigüedad moral y su inteligencia hacen que destaque incluso sobre series brillantes como House of cards, El ala oeste de la Casa Blanca o Borgen o deslumbrantes, como The thick of it. Sus 24 episodios en tres temporadas, disponibles en HBO, agradecen ser vistos sin muchas pausas porque exigen concentración, y a cambio, cuando una se mete en la serie, se sumerge en su mundo.
En España, Pablo Iglesias ha desvelado en un tuit que la ha visto por recomendación del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, e Irene Montero, ministra de Igualdad se muestra también entusiasta en conversación con infoLibre.
Se trata del retrato más realista, prácticamente una disección, de la política en ficción. La serie está creada por Jean Baptiste Delafon, guionista experto y sobre todo por Eric Benzekri, que pasó años en el mundo socialista francés. Las tres temporadas de Baron Noir siguen a Philippe Rickwaert en su trabajo en el aparato del partido socialista francés, en su lucha local en la ciudad de Dunquerque y en sus aspiraciones nacionales, todo entrelazado con su vida personal, inseparable de su trayectoria profesional. Partiendo de él se traza un fresco en el que cabe toda la vida política francesa y varias de las tensiones actuales; el combate contra la desigualdad, los límites de la lucha contra el terrorismo o el ascenso del populismo en la izquierda, la derecha e incluso el centro.
Benzekri es tan apasionante como sus personajes, sabe de lo que habla pues procede de una familia muy comprometida en la izquierda. Según el libro Siempre hago yo el trabajo sucio (Cést toujours moi qui fais le sale boulot), el pequeño Eric a sus 12 años leía la correspondencia del partido socialista que recibía su padre y su ídolo era Julien Dray, inspirador del Baron Noir. A los 16 años ya estaba en partido y organizó una conferencia para conocer a Dray. Este fue sustituido en el último momento por Mélenchon para disgusto del futuro guionista, que no paró hasta encontrarse con Dray, del que le impresionó que cuando pensaba sus ojos se movían constantemente en todas direcciones, buscando en su interior respuestas, conexiones. Consiguió que dejara de jugar al Tetris en la Game boy mientras le hacía una entrevista y pasaron las horas juntos hablando sin sentir el tiempo. De ese día nació una relación de 15 años durante la que fueron uno. El creador de la serie fue su amigo, hombre de confianza, ayudante parlamentario, escribió sus discursos…
Según Benzekri, la izquierda es una zona de fricción entre los ideales y lo real. El protagonista se debate entre ser un verdadero agente de la izquierda, útil a los militantes y al pueblo y a la vez el deseo de prosperar. Para contarlo, los autores afirman extraer todos los elementos de la realidad y mezclarlos con nueva forma. Benzekri opina que demasiado a menudo se desacredita la política cínicamente, paródicamente, y si no, se acude al extremo contrario, el de El ala oeste de la Casa Blanca, una idealización que puede parecer naif. Ellos quieren mostrar la convicción real de un político, no solo la táctica, que es lo que se ve desde fuera, sino los verdaderos motivos que pueden animarla.
La serie tiene perlas entre sus diálogos, “La pedagogía es el arte de la repetición”, “Los socialistas siempre piensan que todo es radical”, “No somos suficientes para dividir el partido”, “Es la era del populismo. Nos ahogamos en ella. Es tiempo de los charlatanes, de los apaleados, de los maltrechos y de los valientes” son solo algunas. Por otro lado, son diálogos verosímiles, muy técnicos, como los que todo el mundo mantiene con sus colegas de trabajo. Las ficciones americanas sobre política renuncian a ello para facilitar el seguimiento, pero es parte de la verdad de esta propuesta. Aunque obligue a un extra de atención o se pueda perder por un momento el hilo, es uno de los factores que hace que la serie respire, que tenga un corazón que late como un organismo vivo.
Contribuye a esta verosimilitud, a su fuerza eléctrica, la dirección, que nunca se relaja, que jamás aburre. Filma las conversaciones como pulsos, tensiones entre quien quiere convencer y quien decide si se deja influir, nunca estáticas. Pero el movimiento de la cámara tampoco es amanerado ni gratuito. No se hace notar sino que nos sumerge en la trama. Es un placer ver a los actores moverse, y ¡cómo andan! La dirección es un trabajo del libanés Ziad Doueiri, cineasta, guionista, también con carrera en Estados Unidos, donde ha sido colaborador de Quentin Tarantino. Doueiri consigue que cuando no dialogan, los personajes sigan pensando, dudando, decidiendo, participando del drama intensamente.
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El reparto es clave, por supuesto, y hay muchos secundarios que brillan, pero la serie es de Kad Merad, quien interpreta a Philippe Ricwaert, alcalde de Dunquerque, caído en desgracia dentro del partido socialista tras un escándalo de financiación irregular. Merad es un cómico, guionista y actor de origen franco argelino, famoso en toda Europa tras el éxito de la comedia francesa Bienvenidos al norte, un terremoto que tuvo sus réplicas españolas con Ocho apellidos vascos, Ocho apellidos catalanes, Allá abajo, o Perdiendo el norte. El propio Merad apoyó hace años a la socialista Ségolène Royal aunque ahora se muestre más reservado con sus preferencias. Merad borda a un personaje que no descansa, el más listo del ecosistema en el que vive, aunque esté en la sombra, el que siempre maquina, se apasiona, lucha, persigue, manipula…
Como decíamos, su personaje está abiertamente inspirado en el socialista Julien Dray, también franco argelino, (la madre del guionista Benzekri es marroquí) aunque también incorpora rasgos, o vivencias de Jean-Luc Mélenchon (nacido en Marruecos) o Jean-Christophe Cambadélis, y es inevitable al verlo recordar a Alfredo Pérez Rubalcaba, que también surfeó diferentes etapas de la política y resucitó con fuerza cuando parecía caído en desgracia. Como por momentos Vidal, alter ego de Mélenchon recuerda al recientemente fallecido Anguita. Julian Dray es un hombre más importante que conocido en el socialismo francés, proveniente del troskismo. Pertenecía al ala izquierdista del partido, ha sido fuerte barón local y asesor sin cargo del presidente Francois Hollande, fue apartado tras un escándalo de la cara pública pero luchó luego por recuperar la visibilidad en las listas europeas. Muchos de estos hechos aparecen en el guión así como jóvenes figuras emergentes que beben de Manuel Valls y Emmanuel Macron. Muy vinculado a la lucha por la escuela, y contra el racismo, -creó SOS racismo-, inquietudes que comparte con el personaje de Phillipe. Y Mélenchon hizo el camino contrario, empezó en el partido socialista para acabar fundando la Francia Insumisa, equivalente de algún modo a Podemos.
Un placer añadido a la serie es buscar después de cada episodio los parecidos con la realidad, como muchos fans hacen con The Crown, pero de manera más enrevesada, ya que aquí se mezclan libremente anécdotas y problemas reales con la ficción. A pesar de las diferencias con la política francesa, mucho más aficionada a la escisión, y al debate público, gran parte de la pasión por la política es compartida y hermana con nuestros vecinos comprobarlo. Lo único reprochable a esta serie es no poder ver la propuesta de Phillipe Rickwaert ante la nueva normalidad. Aún no está confirmado si habrá temporada 4.
Baron Noir es la serie que reinventa y alza las series políticasBaron Noir como Los Soprano elevó los relatos de mafiosos. Su realismo, su ambigüedad moral y su inteligencia hacen que destaque incluso sobre series brillantes como House of cards, El ala oeste de la Casa Blanca o Borgen o deslumbrantes, como The thick of it. Sus 24 episodios en tres temporadas, disponibles en HBO, agradecen ser vistos sin muchas pausas porque exigen concentración, y a cambio, cuando una se mete en la serie, se sumerge en su mundo.